lunes, 30 de septiembre de 2013

Cansancio en la propia fortaleza.

Me he dado cuenta que cuando más guardo sentimientos encontrados en mi interior sin permitirme expresarlos a diestra y siniestra es cuando más cansado me siento, físicamente hablando, y creo que se debe a que internamente hago un arduo trabajo de auto-contención para no dar curso a eso que experimento y que si no lo verbalizo es porque creo que además de saber que no es lo más oportuno hacer, sé que de hacerlo significaría -quizás- un desgaste físico y emocional aún mayor.
El hecho es que seguramente a muchos también les pasa que, de sentirse fortalecidos frente a la contundencia de la determinación de seguir un curso ante determinadas posibilidades, se sientan a la vez debilitados en otro aspecto y esa debilidad se haga evidente por sobre la fortaleza ya citada que quizás no sea otra cosa que cierta debilidad que se transforma en fortaleza al poder ser manejada, postergada y quitada de nuestra intención de reacción, para actuar lo más loable o pacíficamente posible.
Por eso, el cansancio que se siente en lo físico, se experimenta de manera real, y se manifiesta en determinados momentos hasta en dolores y contracciones corporales, puede ser tranquilamente un resabio de otra cosa que poco tiene que ver con el real aplomo que expresa nuestro cuerpo.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Los paseadores de perros.

Cada persona que convive con un perro y que por falta de tiempo, de momentos en casa, o simplemente para distensión y sociabilidad de su amigo animal lo manda con un paseador debe saber que la persona elegida es de absoluta confianza y confiabilidad al momento de "entregarle" su amigo, en teoría al inicio del vínculo a alguien extraño.
Cada uno está tranquilo y sabe (piensa en realidad) que quien sale con su can es una persona que nunca lo va a maltratar y que, así como lo trata y se comporta con él cuando se lo entregan y al momento de devolverlo (es decir cuando además de estar con el animal también interactúa con su dueño (mal llamado "dueño" ya que ninguna vida es propiedad de nadie más que de quien la posee y en todo caso ellos no son posesión nuestra sino que sólo acompañan nuestros días) así debe tratarlo en el resto del paseo cuando sólo están el paseador y los perros; y nadie más.
A Boro lo paseó mucho tiempo una mujer que me recomendó una señora que no conocía, del barrio, pero que de ir preguntando en su momento a quienes veía con perros por el paseador que salía con ellos dí determinada vez y fue ahí que decidí sumar a Toto (un Toto pequeño, inquieto y juguetón) a la jauría de la paseadora "María".
Ella era muy amable, de unos 45 años, toda su vida se había dedicado a eso de pasear perros, y se notaba que los quería y que Boro la quería ya que al momento de sonar el portero eléctrico, las mañanas que ella lo pasaba a buscar (de lunes a viernes), Él se exaltaba y daba sobradas muestras de alegría queriendo bajar al instante a encontrarse con María. La reacción de un perro que sale cada mañana con su paseador cuando suena el timbre que marca la (posible) llegada de éste es fundamental para poder percibir si el can se alegra, se retrotrae, se esconde, o lo que sea, en claro síntoma de si desea o no repetir la experiencia que lleva a cabo diariamente. Y si hay algo que tienen los animales en contundencia. Si les gusta y quieren algo a alguien, lo demuestran efusivamente así como también evitan todo aquello que les de miedo o directamente no les resulte placentero.
Y así, tantos otros al igual que yo, nos fiamos intuitivamente al principio, y por convencimiento después, de que nuestro paseador es el indicado, el mejor, el único que podría ser depositario de nuestra confianza y así seguimos. Muchas veces no queda tiempo para ver, pensar e investigar como son tratados ciertamente nuestros compañeros una vez que los vemos alejarse en manos, repito, de un extraño.
El tema es que Boro no pasea más con María desde hace más de dos largos años ya, porque ella se volvió a su ciudad natal luego de décadas de estar viviendo en Buenos Aires, motivo que me evitó dar un quiebre brusco a la relación establecida con ella luego de casi un año de sacar a Toto ya que una vez, por esas cosas de la vida y como quien no quiere la cosa la vi en la calle cuando estaba yendo para casa y ella claramente estaba dirigiéndose a casa también a llevarme a Boro y entonces luego, cuando efectivamente llegó al edificio con Él, yo le comenté que la había visto (un comentario que sólo quedaba en eso ya que como la había visto, había seguido camino, y nada más); y ella, asumiendo eso que llaman "cola de paja" replicó enseguida que si yo la había visto gritarle y zamarrearlo (a Boro) era porque Él justo se había comido unas flores de un cantero. (¿?)
Flores no comió Boro. Nunca. Pero no importa. Este episodio que se desencadenó de la nada y por un comentario (el mío), que no daba para más que lo que enunciaba, derivó en una falta de confianza de mi parte hacia ella ya que, de suponer, vaya a saber si el "zamarreo" era moneda común o si no incluía otros menesteres. Vaya a saber. Pero en ese momento no dije nada, como tampoco lo hice después, ni nunca; ya que a los días ella me contó esto de que se volvía a vivir a su Pinamar natal y entonces, y como además Boro no mostraba signos de no querer salir con ella, dejé que se continuaran los paseos hasta que ella los dio por finalizados.
Es así, sepámoslo. Por más tiempo que llevemos con un mismo paseador, jamás sabremos la intimidad de cada paseo y por tal motivo lo que realmente hacen los perritos durante el mismo. Puede que estén atados todo el tiempo, que los matraten verbalmente (gritos, destrato, etc.), que los agredan físicamente (he visto a varias de estas personas agredir a perros de su paseo, vaya a saber porque pero agredirlos, y contundentemente) o por el contrario que los cuiden, los traten bien y especialmente los paseen como si fueran ellos mismos, los paseadores, parte de su familia.
Todo va un poco en ser observador, un poco en no desentenderse totalmente del tema una vez que se encuentra a una persona que se ocupe de sacar a pasear a nuestros amigos y un poco en suerte, porque no, ya que a veces es cuestión de dar justo en la tecla, en la adecuada o en la incorrecta, claro. No queda otra.


miércoles, 4 de septiembre de 2013

Yo padecí bullying cuando aún no se lo identificaba con un nombre.

Y sí, no hay que ser una persona sarcásticamente tocada por alguna fístula (a modo de atrofia) del destino para sentirse un sapo de otro pozo en algún momento, lugar o contexto. Pero de ahí a sentirlo siempre y a poder darse cuenta de ello por expresa voluntad de otras personas, llegando a padecer de alguna forma tales agravios, hay una enorme diferencia. 
A mi de grande (actualmente) no me pasa casi nunca, salvo alguna excepción muy concreta contada con los dedos de una mano y por algún motivo, razón o circunstancia que hace que quizás no me sienta bien en algún sitio; cosa que se soluciona dando por terminada tal experiencia y listo. Es por eso que ahora, a esta altura de mi vida, reconozco que en mi niñez y adolescencia, en ese tiempo tan alejado a éste actual, fue moneda corriente en mi vida eso de sentirme así.
Comenzando por la época del colegio primario, en esos grados superiores donde ya se comienzan a observar las diferencias entre grupos de alumnos y sus formas de ser y la implacable impronta de algunos compañeros de curso; y ni hablar del tiempo del secundario luego, donde las clases de educación física solo de varones por ejemplo se volvían momentos en los que no lo pasaba nada bien; fue para mi ésta, la etapa de mi vida en la que más incómodamente viví, definitivamente.
Siempre todo asociado a mi condición sexual, por supuesto; por ese entonces no asumida o bien entendida por mi pero quizás sí visible y burlada por otros del resto de la clase. (Paradójico que entre los hostigadores e instigadores de la burla hubo alguno que se asumió de la misma condición SEXUAL que yo; pero en fin, cosas de la vida.)
Tres ejemplos bastan para entender a que me refiero con el maltrato que recibía y que no es evidente para los demás pero sí lo es, y lastima, para quien lo sufre en carne propia.
1) empujones, risas, burlas, y explícitas muestras de amaneradas y mariconas actitudes que ponían en práctica algunos chicos cuando me hablaban o hablaban de mi muy cerca mío para que yo escuchara lo que decían y opinaban (de mi);
2) faltas de respeto absolutas como por ejemplo que estando en la biblioteca del colegio en horario extra escolar buscando información para un trabajo de alguna materia tener que soportar el hecho de ver que algún alumno escupiera dentro de mi mochila y no poder hacer nada ya que en la introversión a la que me abrazaba, como le sucede a cualquier adolescente que es agredido/a con este tipo de cosas habitualmente, no me estaba permitido, por vergüenza, temor a otra burla, o dolor a reconocer públicamente lo que sucedía, expresarme o buscar una ayuda o un amparo;
3) sentir una velada pero manifiesta exclusión al momento de tener que armar grupos de trabajo en el aula o simples partidos de fútbol o algún otro deporte en clases de educación física.
En fin, todos ejemplos de lo mismo; de separación, de desplazamiento y de no inclusión en actividades y momentos diarios donde en general se sentían (se sienten) incluidos todos los alumnos de un curso o colegio; y sumado a esto, además de la desatención, aparecía el hecho de la agresión, verbal y psicológica. Completo.   
El tema es que de ahí en adelante siempre sentía que para mi no era normal caerle "naturalmente agradable" a la gente y a los grupos de gente. Vaya a saber porque el ser humano (la mente humana) se aferra a conceptos y experiencias traumáticas pasadas y repetidas, no pudiendo permitirse luego desprenderse fácilmente de esos magullones psicológicos y espirituales.
También en el club, o en algunos partidos de fútbol del barrio, o en cosas tan básicas y simples como salidas a la plaza de mi ciudad alguna tarde del fin de semana, o en la asistencia a los cumpleaños de mis compañeros de la escuela yo era presa de burlas que no pasaban de eso pero que al ser constantes y recurrentes en todo lugar (en la mayoría de ellos) a mi me resultaban tediosas de sobrellevar y muy opresivas; además de hacerme sentir desahuciado y turbado, volviéndome absolutamente disminuido en el potencial real de mi interacción con los demás y arruinando el paseo o evento en el cual estuviera participando, obviamente. Siempre recuerdo que antes de ir a los cumpleaños, ya en casa, yo me sentía nervioso, siempre, con ganas de no ir pero a la vez deseando poder hacerlo y pasarlo bien; y que cuando estaba terminando alguna de estas celebraciones y esperaba que mis padres me pasaran a buscar por el lugar, si no había sucedido nada relevante en cuanto a burlas y cargadas, yo me sentía feliz; y creo que esa felicidad era más porque volvía a mi casa donde nadie podría ya desacreditarme que por no haberlo pasado mal, ya que de estar en esa expectativa constante, de todos modos, lo pasaba mal.
Es así que el tiempo de escuela (primario y principalmente secundario), en el que fui también dichoso y feliz gracias a la amistad y al acercamiento de otr@s compañer@s, fue para mi el más traumático; pudiendo volver a revivir y sentir ahora, en una retrospección que se produce en mí, producto de abordar tales recuerdos, las sensaciones de vergüenza, nerviosismo, angustia, desesperación, soledad, sudor frío, querer literalmente que "me trague la tierra", etc., que tanto me asolaron por aquel entonces. Sí, al escribir esta entrada tan personal experimento, de manera diferente pero en esencia básicamente igual, eso que sentía en la etapa narrada.
Fue así que a la inversa del colegio primario, donde la hostilidad no apareció en el comienzo de los primeros grados (1°, 2°, 3° y 4º) quizás porque todavía se era muy pequeño ahí para que aflore la crueldad en niñ@s de estos niveles y sí fue decantándose hacia los últimos (5°, 6° y 7°), en el secundario tuvo su máximo auge en los 3 primeros años, para ir apaciguándose (quizás por acostumbramiento, interacción forzada pero interacción al fin, o algún otro motivo) hacia el transcurso de los dos años finales.
Afortunadamente al término del colegio secundario, y con el ingreso a la universidad, nuevas amistades universitarias, algunas sesiones de terapia llegadas mucho tiempo después, y el rumbo de mi vida que siguió otro camino alejado de ese lugar físico y emocional donde me sentí "no libre" de expresarme naturalmente, ese tiempo de relegación personal autoinfligido comenzó a modificarse por el traslado a otra ciudad para seguir mis estudios, y de a poco, sin darme cuenta, me fui sanando y desprendiendo de todo ese hostigamiento al que había sido sometido y que sólo conocíamos quienes lo llevaban adelante y yo, ya que muchas veces quienes rodean estos crueles episodios (ahora llamados bullying) ni se dan cuenta de que suceden; y cuando participan, escuetamente y por fracciones de segundos, interpretan entre risas y/o bromas que son sólo eso, una broma y nada más.
Seguramente todo lo compartido haya tenido que ver con que la vida de un niño o una niña, y posterior adolescente gay, a finales de los 80 e inicio de los 90 no fue fácil para ningun@, pero yo creo que para cada un@ que vive su propio destierro y calvario personal con respecto al resto de los niños y las niñas, su caso es el peor de todos. Obvio que los hay peores, y sabemos de algunos que han terminado mal, aún a costas de cobrarse las vidas que de tanto padecer ataques y afrentas decidieron dar un término absoluto a tales agresiones. Más todos sufren de padecer tales males sociales y el sufrimiento se sobrelleva en cierto punto de igual manera: sufriendo.
Por eso cuando se celebra el crecimiento, producto de este tiempo de igualdad y aceptación de que no hay más diferencia que la que el propio ser humano dictamina y condena, no hay que olvidar que en otro tiempo sí la hubo y se la marcaba de manera contundente haciendo que quienes quedaban (quedábamos como fue mi caso) del lado "incorrecto" lo pasaran muy feo, ya que además de cargar con su "sentirse vulnerad@s y a contramano del mundo" debían afrontar terribles e injustos agravios por ser considerad@s rar@s.
De esta manera, todos, por el simple hecho de ser personas (demás está decir que es altruista el hecho de apoyar) debemos valorar y defender siempre, y ante cualquier intento de disminución, retroceso, o segmentación, la causa de la igualdad desde todos los niveles de la sociedad, para que algún día se cierre definitivamente el arcón que guarda todo lo que ha quedado en desuso entre la gente, y con ese cierre se extinga la última, pacata, inhumana y vulgar conciencia que discrimina entre una u otra persona por su gusto y elección sexual.
¡Bienvenida la diversidad! ¡Bienvenida la diferencia!
¡BIENVENIDO EL RESPETO!