martes, 25 de febrero de 2014

La homosexualidad, de entrecasa.

Es claramente evidente que todo lo que escriba a partir de ahora lo haré con la clara conciencia de saberme con la suficiente autoridad moral y la experiencia real de ser una persona que (en este caso sí vale la aclaración pertinente que en otra circunstancia no tendría porque darla) abraza la elección homosexual en su vida.
Antes de volcarme de lleno al tema puntual que abordaré quiero aclarar que no voy a hablar o a hacer alusión a lo sexual y que sólo me competirá hablar de lo que enuncia el título de esta publicación, es decir de las cosas que se dan en la intimidad más común de cada vínculo, en este caso homosexual, pero no en la intimidad sexual sino en aquella de la convivencia diaria en el aspecto específico que atañe a las acciones comúnmente llamadas de entrecasa, esas que se hace en todas las casas para que éstas no se vengan abajo, metafórica y literalmente hablando.
Ahora sí. Voy a ser simple, directo: en las parejas homosexuales masculinas siempre hay una de las partes que adopta el predominante papel más similar al de la mujer de las parejas heterosexuales, ése que a pesar de que ambos trabajen, o sea uno solo de ellos el que lo haga, o ninguno de los dos, siempre será menester de un mismo integrante de la pareja hacer. Esas cosas relacionadas a las "amas de casa" específicamente.
Es así que siempre uno de los dos será quien más predispuesto esté para cocinar, para hacer alguna que otra limpieza (acorde a su tiempo y posibilidades) o para guiar a quien la realice por él, para enfocar la organización y el orden de la casa en general, y para ser quien decide ante la incertidumbre o indecisión que se genera sobre algunos temas en cualquier momento del día.
En las cosas donde llegado un punto es necesario actuar velozmente y donde como comúnmente se diría hay que "sacar las papas del fuego", siempre hablando de cosas que aluden a momentos y menesteres caseros como por ejemplo dar por terminada la disyuntiva de que se cena, bueno, ahí será una parte (generalmente siempre la misma) la que haga el milagro de cocinar algo que apacigüe y finalice la tensión previa a saber que se comía.
Será también (siempre) esa misma parte que toma las riendas en el ejemplo anterior quien asuma los preparativos más significativos, en cuanto a ordenar y acomodar todo lo que se traslade, cuando de viajar se trate, ya que debido a ese pragmatismo que se adquiere a través de la organización diaria de la casa es que luego todo resulta más práctico y cómodo para ambas partes si se asume que la ya mencionada adopte el lugar de protagonismo en el quehacer previo al viaje; y será también esta parte quien, por una decisión tácitamente instaurada y consensuada por ambas partes, nuevamente se encargue de todo lo que hace a organizar los diferentes aspectos que se dan en el lugar donde se esté, ya sea cuando hablamos de estar de vacaciones o de visita en algún lugar fuera del que se reside habitualmente.
Y como éstas decenas de otras cosas que pueden parecer una nimiedad pero que en realidad son muy importantes para tener una convivencia y, claro está, una casa en el mejor estado posible.
Un último ejemplo que puede pintar mejor esta ubicación de uno de los dos integrantes con respecto a la pareja es que va a ser éste, al que he ido aludiendo en todo el relato, quien esté más pendiente de todo lo que tenga que ver con las cosas que hacen a que la casa esté en óptimas condiciones, tanto para él como para su pareja, no significando esto que el otro integrante sea un despreocupado (a veces sí, claro) o no colabore para mantener la armonía hogareña desde lo estrictamente casero o de entrecasa hablando; para nada, ya que seguramente este otro integrante es quien desde su lugar contribuye en forma tan importante como la citada a todo esto, sabiendo que es conveniente que solo uno de los dos asuma el papel de "amo de casa" (por llamarlo de alguna manera más gráfica o representativa) y de organizador del hogar, haciendo más fácil y simple las cosas para todo el mundo que allí habita.

lunes, 17 de febrero de 2014

La Industria Lechera.

Reflexionando un poco acerca de la necedad humana y del snobismo y el egoísmo en el que caen presas muchas personas me apeno un poco más que de costumbre, que cuando voy por la vida sabiendo de esta sinrazón pero dejándola de lado, momentáneamente, en el trajín del común de los días.
El punto es que al volver sobre esta noción recrudece en mí esa herida que no hay manera de sanar completamente y que, a pesar de ir colaborando con una gotita de agua en ese mar de ayudar en la causa de proteger desde todos los flancos a los animales, está y crece cada día al tomar conocimiento de nuevas (nuevas para mi) injusticias que se comenten en diferentes lugares y que son avaladas por los seres humanos.
La industria de la leche es de las que más me estremece el corazón por un lado e incentiva mi fuerza para hacer cosas por los animales por el otro. Me estremece, sí, más no frena ni amedrenta mi determinación ya que, ante cada maltrato y atropello contra la vida inocente y buena de cada ser que es torturado hasta que no puede más y entonces -bajo condiciones paupérrimas- es trasladado a su espantoso final, reasumo el compromiso de no abandonar nunca la causa de amor, compasión y respeto que les devuelva la dignidad que la misma humanidad (gran parte de ella) les quita cada día desde hace más de 2.000 años.
Y hago hincapié en la industria lechera porque muchas veces es la que se piensa como la menos perjudicial de todas las que lucran con la vida, el esfuerzo y el sometimiento de los animales; pero que es sin dudas de las más (sino la más) crueles de todas estas empresas llevadas adelante para satisfacer necesidades creadas para el lucro, que podrían quitarse de las costumbres humanas sin significar absolutamente ningún desmedro en la calidad de vida de las personas.
La leche y sus derivados significan dolor, miedo, desgarro ante la separación de madres e hijos, tortura, sufrimiento y finalmente asesinato, matizado bajo la denominación de muerte de cientos de miles de "cabezas de ganado"; así denominadas partiendo de la despreocupación que muestra el hombre por "eso" que le sirve como materia prima para obtener lo que quiere, y desmereciendo, discriminando y haciendo referencia de esta forma y con esta triste denominación a una despersonalización (sé que no son personas las vacas pero sirve para la idea que expreso en este momento de mi relato) que fundamenta el posterior maltrato y humillación llevado a cabo en estos campos de concentración de trabajo forzoso y esclavo sobre las vacas.
Nuestro cuerpo no necesita más de la leche una vez que abandona la etapa de la lactancia materna, y hablamos de que no necesitamos de la leche materna, es decir de la de nuestra madre, ese ser vivo de nuestra misma especie. Entonces si no necesitamos más de la leche de nuestra progenitora, una vez que crecemos y nuestro cuerpo y organismo evolucionan, ¿por qué habríamos de continuar tomándola ¡¡Y DE OTRA ESPECIE DE SER VIVO COMO ES LA VACA!! por el resto de nuestra vida?
Se ha comprobado que el tomar leche regularmente no es positivo para el organismo y que todo lo que la publicidad engañosa, que tiende a fomentar la compra y el consumo de este tipo de productos, nos dice no es tal. Es decir, que afirmar que son beneficiosos para la flora intestinal, los huesos, y todos los enunciados enumerados de los que se hace gala que proveen los lácteos con su consumo no es otra cosa que estrategias de venta y nada más. Por otra parte teniendo en cuenta que cada vez más productos químicos y agregados (que se alejan de lo natural y lo puro) inundan estos productos que aparecen sin parar, uno tras otro superándose, supuestamente, en calidad y beneficios ¿nunca se preguntaron como es que la leche que hace 30 años se consumía en sachet y que no tenía otra alteración más que ser "entera o descremada" o los yogures que sólo se podían encontrar "de frutilla o de vainilla" no podrían nunca haber cambiado y trocado su forma y composición para pasar a tener actualmente más de 10 o 15 presentaciones diferentes en sus fórmulas y beneficios sin dejar de perder su carácter de naturales? Link para ver más sobre este tema de la leche y la salud humana.
No nos engañemos y que no nos tomen el pelo, por favor, no es necesario ser un erudito para darse cuenta de que esas leches y esos yogures nada bueno pueden significar para el cuerpo humano después de tantas mutaciones y transformaciones llevadas a cabo sobre su composición.
Por todo esto me entristece saber que esa industria que genera tantos productos, porque tiene un amplio mercado que los está esperando, los consume y los celebra en cada nueva aparición, hace que se vuelva sumamente difícil y complicado luchar contra esos molinos de viento que representan las costumbres arraigadas en las sociedades del mundo, costumbres que por tal arraigo requieren de mucho tiempo para ser despejadas, concienciadas y, eventualmente, modificadas.
Pero ya se sabe que todo lleva su tiempo y, por eso, con que sea un cambio o una toma de conciencia que se den y se lleven a cabo cada tanto ya habrá valido la pena tanto insistir, estar difundiendo y seguir abocados a la tarea de hacerles el mundo más justo a todos, seres humanos y animales, ambos con un sistema nervioso central que nos hace capaces de sentir tristeza, alegría, emoción, dolor, sufrimiento y pánico ante una situación que indique que seremos maltratados y reducidos, contra nuestra voluntad, a la miseria del sufrimiento; algo para lo cual no se requieren de mayores capacidades que las recién nombradas para darse cuenta y comprender que todo lo que venga después será horrible.
Tengamos presente entonces que es la industria láctea de las peores y de las más despiadadas en su proceder con los animales y contemplemos esta verdad al momento de elegir y optar por un tipo y estilo de producto.
Un momento de gusto o sabor personal no justifican tanto dolor y sufrimiento en vidas puras e inocentes. Piénsenlo.

lunes, 10 de febrero de 2014

¡Las palabras son hermosas!

Partiendo de la base de que todo sería nada sin ellas, es más, ahondando en el extremo de ser realmente justos en la apreciación y diciendo que tampoco sería nada, ya que no podríamos denominar algo que no conociésemos; sin las palabras, la vida (si pudiera concebirse ésta sin ellas, en su existencia moderna) sería un páramo desolador, tosco e impotente.
Ellas vienen a completarnos, en el más profundo sentido de esta noción, ya que nos permiten expresarnos -en primer y fundamental lugar- y ser quienes somos en nuestro darnos a conocer ante los demás con nuestra forma de ser, expresada a través del hablar y del escribir propios; como sucede en este caso con cada entrada de mi blog por ejemplo, que no es otra cosa que una representación a través de las palabras de lo que se aborda en él y también a través de quien lo promueve y lo lleva adelante (yo), por supuesto que de igual modo a través de las palabras también, claro.
Por eso, si son tan importantes y necesarias en la vida humana ¿por qué no hacer un correcto uso de ellas?, ¿por qué?; es más, ¿por qué no usarlas al menos?, ¿no?
Es apreciable, en primera instancia, que la gente desconoce seguramente más de la mitad de las palabras que pertenecen a su propio idioma y que de igual manera se conforma y auto abastece con las que ha ido aprendiendo, y nada más; ya que en general las personas no recurren al mecanismo innato de quienes aman profundizar su lenguaje y expresión adoptando toda palabra nueva que escuchen o lean por ahí, para enriquecer su vocabulario y su forma de expresión, sino que vagan errantes en el mundo de las palabras con esas que traen consigo y que no les interesa complementar con otras nuevas, que desconozcan.
Es tan basto el campo de la expresión oral y escrita que si nos detenemos a pensar un momento en las diferentes maneras que existen de decir un mismo significado no puede no darnos ganas de usar todas las alternativas que tengamos para ello.
Que el vocabulario, amplio, rico y distinguido por la variedad y elocuencia de sus palabras es algo reservado para unos cuantos que tienen determinado acceso cultural para replantearse estas nociones es algo cierto pero solo en una primera instancia, ya que basta con querer sentirse cada día un poco más completo desde el lugar de la comunicación personal y social para pretender acrecentar nuestra elocuencia en la forma de hablar y escribir, y obrar entonces en consecuencia de ello.
Yo adoro escribir y hablar correctamente. No digo usando ampulosas palabras porque sí, sin más; sino cuando éstas vienen a mi, inconscientemente, al tiempo de transmitir lo que quiera comunicar, responder, exponer o decir.
Al momento de incorporar nuevos vocablos quizás sea necesario usarlos más de la cuenta para fijarlos y que pasen a engrosar nuestro archivo mental, ése que se hace presente y nos permite expresarnos automáticamente cada vez que hablamos o escribimos. Luego, como es sabido, será parte del bagaje de nuestro léxico y estará disponible las 24 horas para ser utilizado por nosotros, pasando a formar parte de nuestro lenguaje formal y coloquial, ése que nos distinga al momento de usarlo y transmitirlo.
Es una sensación sin igual la de sentir que no hay barreras para la comunicación y que podemos transmitir, poniendo en palabras, eso que queremos contar y dar a conocer. Todo en la comunicación es hermoso y súper alentador cuando descubrimos que podemos hacer uso de ella sin plantearnos el hecho de no comprender aquello que nos digan, pudiendo además gozar de un amplio abanico de posibilidades al momento de lanzar nosotros las ideas, los comentarios y las expresiones de todo lo que nos pase o sintamos.
Es así de maravilloso el mundo de las palabras, absolutamente frondoso y fructífero; que al usarlo y profundizar en él se agiganta y nos precia de la mayor gratificación, esa que se siente al escucharse hablar o leerse y darse cuenta de que buenas composiciones salen de nuestra continua formación; comprobando que solo la intención y la autodeterminación de conocer, averiguar y descubrir eso que hasta hace algún tiempo era desconocido para nosotros alcanza para comenzar a movernos en el campo del auténtico placer gramatical que genera ganas de leer y de escuchar; y también porque no, de leerse y de escucharse.

jueves, 6 de febrero de 2014

A veces quisiera.

A veces quisiera gritar y denunciar injusticias a los cuatro vientos y a viva voz pero luego de un tiempo de pensarlo, afortunadamente, viene a mí la certeza de que de nada me serviría tal osadía, más allá de hacerme sentir un poco más liviano y satisfecho por fugaces momentos; y entonces recapacito y sigo adelante con lo estipulado porque entiendo que, al menos por ahora, no es la hora de hacerlo.
Y hablo de injusticias a todo nivel. De esas evidentes que a pesar de serlo parecería que la mayoría de las personas no las ven. ¿Otras? Injusticias de las que atropellan la dignidad o socavan el buen ánimo de la gente. ¿Más? Injusticias contra los seres de amor y pureza, es decir contra los animales, que por aceptación cultural establecida han sido relegados a lugares siniestros con respecto a la vida del ser humano, y de ahí en más todo lo imaginable que esto puede llegar a significar. ¿Sigo? Injusticias a título personal, de aquellas que a veces siento estar padeciendo por tal o cual motivo, acción, o falta de ella, y que aunque sean personales no son menores o menos denunciables que las anteriores.
En fin, así podría seguir enumerando aquellas que vienen a mi mente en tales momentos pero ya se entendió que hablo de todas las imaginables, de todas esas injusticias que siempre están o que aparecen para arruinar un instante, una etapa, y a veces, muchas veces, una vida, y  miles de vidas.
Por eso, cuando siento ese ímpetu de desahogo, que puja por salir de mi interior, sé que no es del todo desubicado ni desafortunado experimentarlo; en primer lugar porque las injusticias, del tipo que sean, conmocionan el corazón y angustian y oprimen el pecho y el alma (entendiendo el alma como ese lugar de cada Ser que, figurativamente, es nuestro motor de luz, pureza y energía para mantenernos dignos) y luego porque el hecho de sentir tal necesidad hace que me de cuenta que estoy vivo y que veo y sufro por todo eso que muchos ignoran, pero que felizmente también muchos otros observan, sienten y sufren al igual que yo.
No gritaré entonces, pero seguiré sintiendo cada una de esas injusticias, no permitiendo al menos que pasen desapercibidas por mí y haciendo todo lo necesario para que, en lo que a mí respecta, no se sigan generando. Total, siempre habrá tiempo de gritar y soy de la idea de que antes que hacer eso es mejor buscar el modo de evitar que se den (dichas injusticias), evitando así todo lo demás.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Opinar de visitante.

A ver... ¿Cómo lo pongo en palabras para que se entienda y llegue a cada persona que lea estas líneas?
El tema que atrapa mi concentración y la vuelca en estas letras es el que se experimenta, esencialmente desde la parte espectadora, cuando alguien (sea quien sea que no pertenezca al núcleo de una casa y a quienes la habitan) traspasa ese límite que consiste en saberse invitado/a o visitante de tal hogar y, en teoría sin darse cuenta, interfiere en toma de decisiones, opiniones que no le competen en lo más mínimo, o todo eso que al ser llevado a cabo, por ese alguien, da para decir ¡¡¡¡¡qué metido/a!!!!!
Hecha la introducción, paso a expresar y caracterizar los momentos que se desencadenan a posteriori de la llegada de alguien así.
El hecho es que si sos invitado/a a compartir algún tiempo en cierto lugar y circunstancia siempre tenés que saberte un/a invitado/a, no hay otra; y si por casualidad se te olvida tal calidad a ocupar al menos tené la ubicación personal de darte cuenta, cuando se te hace notar, que ya podés estar llegando a importunar con tus incursiones en momentos que no da para que participes.
Y los/as hay de todo tipo y de toda procedencia.
Están los/as que cayeron de sorpresa y en determinado momento te das cuenta que están llevando la manija de todo lo que se decide (algo que no estaría mal si no fuera por el simple motivo de que no guían o conducen eso que intentan digitar sino que ocupan ese lugar debido a esa intromisión que hace descalabro en lo que se estaba tratando de acordar y que para evitar mayores descalabros se cede ante dicha opinión, convertida en una absoluta actitud metiche).
También están quienes acostumbran pasar por un lugar para meterse en todo lo que allí suceda, es decir que uno ya sabe que así será y en cierta forma ya está acostumbrado a pasar por esos breves o extensos lapsos de tiempo en compañía de tales opinadores/as que como condición sine quanon nunca se han dado cuenta de su postura de opinólogos/as invasivos/as.
Y que decir de aquellos/as que por cercanía afectiva y/o hasta parental son quienes más aflige recibir, no por el hecho de recibirlos como visita planeada o espontánea (sin aviso) sino porque en su opinología y participación en toma de decisiones o en temas que no deberían incursionar pueden llegar a ser los/as más vehementes metidos/as de todos/as los/as que así lo hagan.
Es así, amigos. Y lo verdaderamente importante no es tanto ser de esta manera (todos pudimos, podemos o podremos tener una o varias actitudes similares a éstas) sino darse cuenta y frenarse a tiempo ya que lo que se origina in situ ante este tipo de formas de proceder nunca es algo bueno o positivo y siempre, pero entiéndase bien, "siempre-siempre", detrás de este tipo de visitas (cuando el o la metiche se marchan) siempre queda una estela de mala predisposición en alguna de las partes que queda y que ha intervenido como espectadoras de tales espectáculos, meramente caseros y malogrados.