sábado, 20 de febrero de 2016

Nunca, de nada.

Cuando alguien tiene una forma de ser combativa, desagradable y muy fea todo lo que pueda prevalecer por sobre esa forma de ser, que sea bueno y agradable, siempre se verá opacado y tapado definitivamente por la maldad que emerge de las entrañas mismas de esa personalidad.
Y cuando poco se puede hacer, para evitar tratar con esas formas de ser en la vida propia, lo que queda es esperar a que el tiempo, en su carácter de ayuda milagrosa (a veces hay que creer en esa ayuda que con el tiempo puede llegarnos desde el lugar menos pensado quizás y que, literalmente, nos cambie la vida), haga lo suyo y algún día nos sorprenda dejándonos actuar y hacer algo por nuestra parte más que tolerar y tener que permitir, en forma obligatoriamente impuesta, como condición sine qua non, el agravio gratuito e inmerecido.
Y está claro que siempre hay que hacer algo ante el destrato y la falta de respeto, y visto desde un contexto diferente a aquel donde se da el maltrato podría ser común exigir una modificación instantánea ante tanto oprobio recibido; pero siempre, aunque no se vea ni parezca, va a estar habiendo una modificación y un cambio que en gran medida apunte a, primero desde la esperanza y luego (debería ser así) desde la acción, modificar en algún momento, radicalmente, esas situaciones que no son otra cosa que vivencias dolorosas y oscuras.
Es muy desafortunado tener que atravesar los campos de la ofensa permanente y del yugo psicológico más brutal impuestos por una parte que, lejos de ser la más fuerte, en su debilidad arrasa con todo lo que tenga frente a ella para sentir ¡vaya a saber qué cosas que la hagan sentirse vaya a saber cómo!, y por eso debería ser ideal, para la salud física, psicológica y espiritual y emocional de cualquier persona, no tener que experimentar jamás nada de eso. Pero ya se sabe que no todos corren con la misma suerte y entonces es ahí donde a la suerte hay que buscarla, y buscarla, y rebuscarla hasta encontrarla, porque nadie puede vivir tanto tiempo con una suerte ficticia, una suerte económica, social, y/o de fachadas, que no hace otra cosa que tapar el verdadero infortunio de no gozar plenamente de nada, nunca.

viernes, 19 de febrero de 2016

Sensibilidad por sobre intelecto.

Ser bueno en la vida y servir, no sintiéndonos inútiles, innecesarios o menospreciados ante nada ni nadie, es algo sumamente importante que debe llevarnos a saber que hay diferencias insoslayables entre la calidad de una u otra gente, separando formación y cualidades innatas, entre unas y otras personas.
A saber. Uno puede ser un poco más o menos versado en letras que otros, más o menos culto a niveles de literatura leída o de escalones universitarios alcanzados pero hay algo que nadie puede comprar ni forjar a base de cultura adquirida y es el hecho de optar por pararse ante la vida de manera realista, valiente y decisiva frente a las cosas que debe enfrentar.
Tal es así que si alguien posee ese talento, esa virtud, de poder ser un ser racional (hasta frío) ante determinadas circunstancias de la vida pero también ser todo lo contrario, es decir sentimental y/o sensitivo y sensible, ante otras, es ahí donde la verdadera sapiencia se hace presente, más allá de esa que adorna a quienes son letrados de la vida académica pero faltos de tacto y sentido común ante la mayoría de otras cosas, las que prevalecen a cada momento de la vida.
Por eso, ¿qué podríamos decir acerca de la ignorancia que alude a la falta de formación intelectual, si por otro lado no es condición indispensable poseer esta formación para tener la sutileza de la ubicación y el buen tino frente al resto de las cosas de la vida, más que alegar que no debe significar un desmedro de la condición humana, de unos frente a otros, cuando en definitiva lo que verdaderamente importa para ser una persona íntegra no es ser aviesos en arte, literatura y todo aquello que venga a pulir nuestra vida y nuestra intelectualidad mejorando nuestra existencia y percepción de las cosas (como no cabe duda que la adquisición de tales saberes viene a representar en favor de quienes los adquieren) sino ser perceptivo e inteligente desde el razonamiento ejercitado con la reflexión y el análisis periódico de lo vivido, para poder de esta forma alejarnos de la ignorancia verdadera que quizás tiñe a quienes, aunque ultra galardonados de conocimientos y formación, no pueden superar el estadío de quedarse en las notas de color o en la superficialidad de lo vivido (en todo aquello que no necesita de la cáscara intelectual) para enfrentarlo, afrontarlo, evaluarlo, manejarlo o sortearlo y seguir adelante?
Por eso, parafraseando a alguien quizás un poco vulgar pero auténtico, como Jacobo Winograd, y cambiando las palabras y el sentido de su frase, podemos decir que: "sensibilidad mata conocimiento".

jueves, 18 de febrero de 2016

Una misma cosa no siempre nos llevará a todos hacia un único lugar.

Cuando la tristeza que uno cree sentir por otros, bajo la forma de pena, no es otra cosa que la que se siente por uno mismo, como auto-compasión, que viene a hacernos dar cuenta que lo simple siempre lleva a la felicidad.
Tristeza y felicidad, tan opuestas, relacionadas íntimamente en este momento porque, después de todo, todo tiene que ver con todo.

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Hay un tipo de pobreza que no tiene porque ser indigna, ya que muy por el contrario es digna y en demasía a no ser que se demuestre lo contrario en algún caso específico, que me provoca una profunda tristeza verla pasar a mi lado, por la calle por ejemplo generalmente en períodos de vacaciones, y es la que se plasma en algunas personas que van felices por la vida (como por otro lado considero que debe llevarse la vida, estemos donde estemos ubicados) con ropas impecables, limpias, y absolutamente pulcras pero que ─acá está el punto─ además de no ser de la marca a la cual hacen alusión sus estampas, son de un gusto que podría decirse algo extravagante, por no decir exagerado en su estilo y estética general.
Y digo que este tipo de pobreza, que no es indigencia ni mucho menos ya que la veo en lugares de vacaciones en personas que claramente están al igual que yo "vacacionando" en un mismo destino, es la que me produce esa melancolía, esa pena si se quiere (no como sinónimo de rechazo o de postura despectiva sino como un sentimiento básico y primitivo que se origina en mí), porque admiro verlos "ir" tan auténticos y felices, sin más que ir disfrutando de su felicidad y sin importarles lo que pueda provocar en los demás verlos ir y venir con su estilo extravagante y estrafalario, pero impecable y llamativo.
Y lo expreso de esta forma, pecando de alguna manera de separatista entre unos y otros estilos, para que se entienda el porqué de mi tristeza, que no surge desde un lugar de superioridad ya que no considero que tal superioridad exista entre diferentes grupos de personas (todos somos hombres y mujeres que nacemos, vivimos, comemos, todo lo demás que ya sabemos, y finalmente morimos al igual unos y otros, sin excepción) sino desde la sensación que me provoca ver la aceptación satisfecha, al menos en esa primera impresión, de ser quienes son y llevar "su estilo" siempre en todo momento y a todo lugar.
No sé si estaré siendo claro, pero durante las vacaciones y puntualmente en un momento concreto que me inspiró a escribir esta entrada de blog vi esta escena repetida de gente a la que veía pasar a mi lado más feliz y más conforme que yo ─aventurándome a juzgar y a opinar de su felicidad por sobre la mía─ y asumo que quizás por vivir más simple y sencillamente la vida sin entrar en tantas dicotomías o en tantos asuntos, personales a veces pero más amplios y generales en la mayoría de los casos, que no se pueden resolver, como podría decirles que me suele pasar a mí por ejemplo, sin dudas.
En fin, esa tristeza que en primera instancia siento al ver a este tipo de personas no es por ellos, no, sino por mí, que creyéndome feliz y avezado en muchos aspectos de la vida me encuentro ante estas dicotomías, como aquellas a las que hacía alusión en el párrafo anterior y que apareciendo ahora, en este momento de mi relato, no hacen otra cosa que venir a corroborar eso de que uno (en mi caso particular también) por dejarse arrastrar ante tantos estímulos y formatos de momentos y "modas" que se viven seguramente no va "tan simple" ni "tan sencillo" por la vida como estos simples y sencillos y, porqué no, más felices transeúntes con los que podemos cruzarnos a la vuelta de la esquina y que nos pueden generar miles de sensaciones, pensamientos y sentimientos a cualquiera de nosotros, en cualquier momento; en el menos pensado aún, como estando de vacaciones de verano por ejemplo.


miércoles, 17 de febrero de 2016

Triste. Una vida sin lectura.

No se puede ser feliz sin leer.
Ni una tarde al sol, ni un buen concierto, ni una buena película en el cine, ni una buena noche de dance o una tarde relajante y placentera de buena hierba van a producirnos el placer que logra transmitirnos la lectura.
Una vida sin lectura es muy triste y está estrictamente acotada a todas las básicas experiencias que se puedan atravesar, aunque éstas sean super extraordinarias con respecto a lo que signifiquen (viajes, adquisiciones de bienes materiales muy cotizados y deseados, sorpresas increíbles, etc.) puesto que nada, nunca, podrá compararse al regalo y movimientos, mágicos y maravillosos, que nos obsequia cada tiempo de lectura.
Leer nunca nos deja en el mismo sitio, y para esto sólo basta con citar a Amélie Nothomb cuando al comienzo de su novela "Cosmética del enemigo", haciendo alusión al hecho de leer en el real sentido de la palabra y no fingiendo hacerlo, el viajero, en teoría molesto, Textor Texel le dice a Jérôme Angust, quien fingía seguir leyendo para no escucharlo hablar: "Enseguida se nota cuando alguien está leyendo. El que lee, el que lee de verdad, está en otra parte. Y usted, caballero, estaba aquí."
Y sí, solo la lectura tiene el poder de hacer esas cosas en nosotros, partiendo de la imaginación y usando la mente como puente, para llevarnos hacia cualquier lugar, situación o momento.
Quizás se haya perdido, en gran parte de quienes no leen, la noción de lo que realmente representa el hecho fortuito de abrir un libro y zambullirse en sus página, ya que es probable que al ser el libro en sí mismo algo relativamente accesible y por tal motivo estar ahí, "al alcance de la mano" y por lo tanto parecer una invitación no tan atractiva como otras cosas que podrían venir a hacerle competencia a este "insignificante" conjunto de palabras reunidas, se lo haya dejado de lado o se lo haya minimizado por sobre otro tipo de ofertas de entretenimiento a seguir, postergando de manera constante su descubrimiento y disfrute.
Pero no es así y afortunadamente somos millones quienes hemos tenido la suerte de, en algún momento de nuestra vida, reparar en la grandeza que dejaría en nosotros la lectura y gustar de ella de una forma adictiva (sana, buena) que se incrementa y crece indefinidamente con cada nueva lectura.
Por eso estoy seguro que por más variada, estrafalaria y rimbombante que pueda ser una vida cualquiera, si ésta carece de la fortuna de la lectura, siempre será más opaca que la de quienes, además de todo lo demás (o sin todo lo demás), tengan la suerte de poder considerarse afanosos lectores.
¡A leer! ¡No perdamos tiempo, especialmente ese tiempo que tenemos libre y muchas veces dedicamos a cualquier cosa con tal de ocuparlo y gastarlo en algo, y leamos!
Leamos para así poder volar, disfrutar, viajar, bailar, estremecernos, soñar, aprender, padecer para crecer, y toda otra infinidad de cosas que sólo la lectura dejará en nosotros, en nuestra vida.

martes, 16 de febrero de 2016

¿Será así?

¿Cuando alguien le desea el mal a otra persona realmente estará deseando lo que expresa y ese augurio será un mero fluir de su verborragia que no hace más que sacar a la luz eso que se manifiesta en su alma?, o ¿será que sólo se está diciendo con palabras, "de la boca para afuera", ideas que suenan terriblemente agresivas para hacer mella en el otro pero que no se sienten ni desean verdaderamente?
Yo he visto desear cosas tremendas a otros, y no hablo a niveles sofisticados o específicos de una relación (entre políticos, periodistas, mediáticos televisivos, etc.), sino entre dos personas comunes y corrientes para las cuales su estelaridad solo brillaría ante unos pocos que las conocen y nada más.
Entonces, ¿cuál será la verdadera intención y/o motivación de tales actos?
Quisiera creer que la segunda de las opciones esgrimidas (...sólo se está diciendo con palabras, "de la boca para afuera", ideas que suenan terriblemente agresivas...) sería la correcta, ya que de ser cierta la primera de las alternativas es muy triste pensar que alguien pueda convivir consigo mismo y enfrentar cada día la vida teniendo tamaña maldad encima, por dentro.
De todos modos es cierto que aunque la elección fuese sobre la segunda, también sería penoso tener esa forma de ser interior y exterior; de quien profiere tales expresiones aunque solo sea de palabra y por el solo hecho de escucharse decirlas y superarse, en cada nueva ocasión, con su batería de agravios.
Por eso de una u otra forma, es decir con una escandalosa y alborotada elocuencia que queda solo en eso o con una verdadera intención, cuando se encuentren con alguien así tengan en cuenta que, en mayor o menor medida, la oscuridad los abrazará tarde o temprano.

Esos días...

Los días en la playa suelen ser de los más lindos y placenteros que, quienes tengamos la dicha de vivir regularmente o al menos una vez al año, tenemos en nuestro haber de momentos increíbles y disfrutados a pleno.
Y pase lo que pase, dentro de los días que nos encontremos en el mar, siempre todo recuerdo posterior a ese tiempo de relax va a ser indudablemente una evocación agradable que invitará a ser repetida.
Yo agradezco a la vida, a mi pareja, y a todo lo que hace posible que nosotros tres: él, mi perro y yo podamos gozar regularmente durante el año de esos momentos que solo pueden hacerle bien al cuerpo y al alma estando frente al océano y a todo lo que de éste se desprende y significa para quien, como yo por ejemplo, vive cada visita que se le hace como un motor para continuar el resto del tiempo del año que me encuentre alejado de él.
Esta entrada de blog, que seguramente será publicada en el mes de febrero cuando hayamos regresado de las vacaciones de verano en la playa, ha sido (para quienes la estén leyendo en febrero o meses siguientes) escrita en la playa, con los pies metidos en la arena y escuchando y sintiendo la brisa del mar, un domingo de enero, el 10, en pleno tiempo de sol y playa. Y como al momento de publicarla habrán pasado un par de semanas de ese tiempo, a mí, relator del tiempo vivido, me servirá de gran recuerdo y a ustedes, lectores asiduos u ocasionales de mi blog, para sentir al igual que yo ahora (en enero, teniendo en cuenta que escribo en enero para publicar en febrero) que las palabras también transmiten imágenes y emociones, y que la playa y toda la felicidad que ella implica, quizás, se nos ha hecho presente en este momento, a pesar de estar donde sea que estemos, cada uno de nosotros ahora, en este momento.

lunes, 15 de febrero de 2016

Ahora, el calor.

Los días que hace calor en la ciudad son muy diferentes a los días de frío. Y hablo de los días de las temporadas, o estaciones, ya sean de calor o de frío, los que digo que son diferentes unos de otros a todo nivel.
La gente, los cuerpos, van distinto por la calle ya que las altas temperaturas, o en su defecto las bajas, predisponen muy diferente a los transeúntes, en este caso.
Todo esto no es un gran descubrimiento, ni mucho menos, ya que es sabido que hasta el ánimo de las personas se modifica acorde a como se presentan las temperaturas durante el día, y la noche también, claro.
Bienvenido sea el calor, entonces; eso sí, hasta que uno se cansa un poco y comienza a adolecer de ese frío de otra estación del año que luego, irremediablemente cuando se lo esté viviendo y padeciendo, también cansará un poco y motivará a esperar nuevamente que llegue el calor.
Porque es así, todo suele ser cíclico en la vida, y ni que hablar de las estaciones del año que, con mayor o menor intensidad, se repiten anualmente, in aeternum.
Y porque también es así (somos así) que los seres humanos somos inconformistas con lo que tenemos y vivimos 
gruñendo por todo lo que se experimenta en el momento actual y adoleciendo en más de una oportunidad por lo que no se tiene o en teoría está por llegar.
Pero está bueno también ser diferente y no andar siempre renegando, padeciendo, o esperando. Por eso hoy disfruto el calor, casi extremo, que asola la ciudad de Buenos Aires. Y por eso escribo esta entrada de blog mientras hago caminar un poco a mi perro y además de transmitir la idea de todo lo que el calor en la ciudad provoca lo siento, lo padezco, lo vivo, y lo disfruto.

viernes, 12 de febrero de 2016

No siempre causa gracia.


Si hay algo que me enerva y me ofende más que la grosería y la ordinariez es indudablemente la gente grosera y ordinaria.
Y hago referencia a la ordinariez de forma de ser, que nada tiene que ver con ser de cuna de barro o de cuna de oro; aquella que hace que quienes la lleven como estandarte de su vida se caguen, literalmente, en los demás a la hora de considerar que ciertas incomodidades que sus actos podrían originar en tercera personas podrían evitarse fácilmente con la intención y la ubicación de respetar a quienes están a su alrededor. Solo eso.
Pero no, la persona grosera y ordinaria nunca va a reparar en evitarle a quien esté cerca suyo cosas básicas y desagradables (más de una que muchos podrán imaginar fácilmente) porque, o no se da cuenta de que no todos los que la rodean pueden tolerar presenciar y sentir algunas cosas, o porque cree que es más que el resto y entonces ese resto debe bancar sin chistar asquerosidades, incomodidades o cualquier tipo de momento desagradable como si nada (fuera de lugar) estuviese pasando.
Que siempre hubo y va a haber gente ordinaria, que aflore aún más en su ordinariez en determinados contextos y con determinadas personas, no es algo extraño; pero que ésta nunca haga nada, ni algo mínimo, para innovar, modificando sus desagradables costumbres aunque más no sea para sorprender gratamente con un avance que motive para aguantar lo que "todavía faltaría corregir" a quienes deben tolerarla, es algo que realmente indigna y motiva todo tipo de expresiones; soslayadas la mayoría de las veces porque suele dar vergüenza hablar de ciertos temas, o a los gritos, otras, cuando ya se hace insoportable continuar aceptando y presenciando tales porquerías.
Creo que para combatir (o comenzar a hacerlo) la grosería y la ordinariez lo primero y más efectivo es no serlo cada uno, ni con los demás ni con uno mismo en su intimidad para entonces, aunque resulte muy difícil hacerlo en algunos casos y momentos específicos, si nos llega a tocar reclamar una cuota de buena educación y decoro sepamos (y hagamos saber) que estamos exigiendo en los demás eso que nosotros tenemos, y que por lo tanto también poseemos la autoridad para plantarnos en nuestro reclamo sin que nadie nos pueda poner en tela de juicio con nuestra vida o en su defecto intentar hacernos callar.
En fin, una pequeña gran victoria que va a resaltar ante tanta inmundicia, seguramente.

jueves, 11 de febrero de 2016

Se dialoga también con ellos.


¡Qué sería de mi vida sin el amor de los animales! Mejor dicho: ¡Qué sería de mi vida sin el amor de mi perro!
Hace un tiempo he leído un libro de Takashi Hiraide, "El gato que venía del cielo", y me encontré frente a una reflexión que aludía al vínculo entre personas y felinos, pero que tranquilamente puede ser aplicada para cualquier otro animal con el que el ser humano interactué afectivamente, en donde se dejaba bien clara la idea de que es muy común que quienes no tienen contacto diario con algún animal no puedan comprender las demostraciones de afecto casi ridículas proferidas sin temor alguno a ser observados o juzgados por miradas ajenas de los que sí tienen la suerte de poder compartir momentos de su vida con estos seres; e instantáneamente vinieron a mi mente muchas imágenes y muchas personas que actúan de forma displicente frente a quienes adoptan la postura anteriormente descrita con animales.
Y la burla por parte de quienes no pueden entendernos, y aquí vuelvo a hacer el relato en primera persona, es producto de una ignorancia dividida en dos partes bien visibles: la primera, aquella que no les permite saber o comprender lo que produce en el corazón de los seres humanos el disfrute de poder comunicarnos directamente con nuestros compañeros animales sabiendo que ellos nos entienden y disfrutan al igual que nosotros de ese trato que nos dispensamos mutuamente con miradas, palabras de nuestra parte y todo tipo de demostraciones de la de ellos; y la segunda, que salta a la vista, un dejo de envidia (no sé si buena o mala, eso ya no podemos determinarlo nosotros sino ellos) por darse cuenta quizás de su imposibilidad sensible de poder vivir y permitirse dejarse expresar espontáneamente, como sea que les salga, es decir desestructuradamente, dejando que hable solo el amor, el corazón entre ellos y un animal.
En fin, quienes dialogamos con el lenguaje del amor, del puro y verdadero solo expresado y puesto de manifiesto en el vínculo con un animal, sabemos que es natural que se nos envidie y por ende que se nos burle aún en nuestras propias narices y hocicos ya que no cualquiera puede llevar tan orgullosamente y con el pecho en alto este tipo de amores a lo más estelar de su vida.
Felices de todos los que somos felices y nos dejamos ver felices con quienes nos hacen verdaderamente felices por ser ellos en esencia felices y transmitir solo amor y felicidad a todo momento a todos aquellos que estén dispuestos a ser felices.

martes, 9 de febrero de 2016

Ojos que no ven...


La gente debería tolerarse, o respetarse al menos, toda, una con otra, y sin contaminación política, social, deportiva, o del tipo que sea la barrera que venga a interferir en la mutua aceptación.
Es imposible, lo sé, pero el deseo y la imaginación, así como el pensamiento, son gratuitos y por tal motivo siempre lo imaginaré, lo desearé y lo pensaré de esta manera.
Abordando un pensamiento más profundo en la cuestión de las relaciones humanas "que no tienen lugar" es fácil reconocer el momento, o el "a partir de" desde el cual comienza a afectarse todo tipo de trato, y es cuando se abandona la idea de disfrutar el estar con alguien para dejar primar, por sobre toda idea o gusto, eso que nos separa y nos vuelve irascibles contra todos.
¿La clave? Imagínense que yo no la voy a tener, obviamente, pero sí mi modo de tratar de hacer frente a este bache que viene a interferir el camino llano y sin obstáculos de las relaciones humanas.
Me parece que lo más oportuno es "no averiguar demasiado nada" en aquellos a quienes conocemos de manera esporádica, para de esta manera evitar llegar a descubrimientos que, sabemos, van a venir a lacerar el vínculo que deseamos establecer, ya sea éste intencionalmente esporádico o duradero.
Es difícil, lo sé, pero ante las alternativas posibles a tener en cuenta me parece que se podría considerar al momento de comenzar a tratar con alguien, total después, bueno, el futuro irá delineando el resto.
Y no digo hacer esto mismo con quienes ya conocemos desde hace mucho tiempo porque ahí sí generalmente sabemos todo, o casi todo del otro (al igual que el otro de nosotros); aunque también podríamos hacer el esfuerzo, siempre y cuando la otra parte no intente recordarnos o machacarnos con eso que sabe que nos distancia, de olvidar a conciencia, amén de que sea fácil o imposible hacerlo también, la parte más personal o en todo caso enquistada en el pensamiento del otro, esa que por supuesto nos embroma, nos irrita.
Resumiendo: si realmente nos interesa estar con alguien, por un momento o por mucho tiempo, limitarnos entonces a pasarlo bien, porque ya se sabe: ojos que no ven, corazón que no siente.

lunes, 8 de febrero de 2016

Sia ♪

Hay músicos, cantantes, que me erizan la piel y movilizan mi interior de manera increíble, y si bien me gustan muchísimos intérpretes y compositores no todos logran infundirme ese toque especial que hace que vibre con la mayoría de sus temas.
Sia es una de ellos. Y la descubrí hace mucho tiempo, cuando todavía no sonaba en todos lados por esta parte del mundo que es mi país, Argentina.
Y es una cantante y compositora que me transmite, y trasmite en general, mucho más que una letra y una melodía ya que en cada canción uno puede sentirle el sentimiento interpretativo a flor de piel. Y tanto es así que ya se sabe que ella evita ser conocida por su rostro, desde siempre, para que se la admire y se le siga solo por su arte, solo por su voz y por sus canciones. Y, concluyamos, que con eso tiene bastante soporte para una carrera in aeternum.

GRACIAS SIA. GRACIAS POR TANTO QUE SIENTO CADA VEZ QUE, CANTANDO, VAS DIRECTO A MIS ENTRAÑAS MUSICALES. ♫


sábado, 6 de febrero de 2016

¿Año Nuevo, Vida Nueva??


Leía hace un par de semanas atrás en un periódico de los que todavía vale la pena leer, a un filósofo, escritor y ensayista de primer nivel, que hacía una alusión a que nada de "año nuevo, vida nueva", o palabras más o menos esa idea, es certero, real o coherente; y es cierto. Y, no queriendo parafrasear ni imitar en absoluto al eminente orador leído, puedo expresar lo que provoca en mí, además de risa, esa frase tan trillada, banal e inútilmente esperanzadora utilizada muy comúnmente en ese momento del año.
Que alguien me diga si a partir del siguiente segundo del reloj que marcó las 00:00 horas del día uno del mes de enero de cada nuevo año su vida ha cambiado o realmente ha sentido que una nueva existencia se hacía presente dentro de su ser.
Es mentira, nada de esa idea puede ser tenida en cuenta ni considerada ya que solo es una oración, luminosa en su sentido más fuerte y muy positiva en todo caso, pero nada más, porque su "efecto envolvente y contagioso" termina cuando se la ha terminado de pronunciar no extendiéndose más allá de ese breve instante de su pronunciación.
Por eso, cuando invoquemos, vaya a saber porqué ese mantra básico y urbano que ha pasado a través de los años de boca en boca llamando al cambio mágico por una cuestión meramente calendaria, tengamos en cuenta que sería mejor omitir tan triste y falto de atractivo slogan, porque ya se sabe que a las palabras se las lleva el viento, y comenzar el año perdiendo de gusto algo tan importante como las palabras no tiene sentido ni en el nuevo año ni en ningún momento del almanaque.

viernes, 5 de febrero de 2016

Niños que se creen adultos y opinan...

Si se es un niño o una niña y aún no se ha alcanzado ni los 10 años, considero que se debe adoptar, naturalmente (ya que a esa edad poco existe todavía en una persona de todo el mecanismo de especulación y control premeditado de unos sobre otros, propio de los adultos) una postura y una forma de ser acorde a alguien de esa edad.
Me ha pasado un par de veces de encontrarme esporádica y/u ocasionalmente frente a pequeños que apenas transitan poco más del primer lustro de su primera década de vida que hablan y opinan (¿opinan?) con fundamentos y artilugios de adultos, y lo que es aún peor, de adultos irracionales, de esos que quieren hacer valer sus ideas a toda costa sin tratar de confrontarla con algo diferente para ver qué sale de ese encuentro (de ideas); es decir, niños que repiten como loro consignas y nombres escuchados de sus mayores (seguramente sin tener una cabal idea de lo que están esgrimiendo con un discurso que, a las claras, se percibe impuesto "desde el ejemplo o la referencia" pero nunca [no podría ser así] nacido de ellos, por sí solos).
Y tener que vivir este tipo de encuentros no me satisface en lo más mínimo, porque nada queda de éstos, ni para los niños parlantes ni para mí, porque con respecto a los primeros, al menos en la interacción que pueda llegar a darse conmigo, les dejo en claro que me parece feo, inapropiado, y hasta triste que pequeños de su edad aborden temas que en definitiva lo único que hacen es contaminar a la gente y a las relaciones sociales, cuando ellos (niños o niñas) deberían estar hablando de cosas lindas y más a tono con su edad, de cosas que sí entiendan y sepan lo que están diciendo; y con respecto a mí tampoco me dejan nada positivo o constructivo ni que me ayude a crecer o a modificarme en mi postura general ante la vida y en la manera de afrontarla ya que al encontrarme, literalmente, frente a almas que apenas han abandonado el jardín de infantes (kinder) hace un par de años no puedo enfocar ni siquiera "una discusión" que ayude a establecer mi punto de vista porque la otra parte (la infantil) no lo entendería.
Por eso es que me embravece y me entristece tener que pasar por este tipo de experiencias ya que pienso que yo, como padre, no permitiría (y no estaría sesgando ni prohibiendo o coartando ningún tipo de libertad) que niños tan pequeños, desde tan temprana edad, tuvieran esa impronta tan combativa y aleccionadora con respecto a temas que no les debería incumbir tratar aunque los puedan conocer por oír a sus mayores hablar de ellos o ver en programas de tevé todo tipo de información basura como la que mandan sin filtro algunos programas (noticieros/canales de noticias) a sus televidentes, la mayoría de ellos programas amarillistas, que solo buscan "llevar agua para su molino" y que se convierten en un campo de batalla, en un comercio, en una bandera política, en un apoyo absoluto a poderes que les sirven para seguir haciendo sus negociados, etc., y donde lo último que hacen es hacer gala de su verdadera función que es mantener a su audiencia despierta y alerta de todo lo que suceda a diferentes niveles de la información, justamente, informándonos.
Los niños, niños son y, en esa etapa tan soñada y mágica que es la infantil, deben vivir al ton de su niñez, riendo, disfrutando, y yendo felices y libres por la vida. Nada de ideas que los amarguen, los asusten, los enojen ni los contaminen, y mucho menos que los afeen y los hagan irritables o repulsivos por querer actuar o mostrarse, quizás sin darse cuenta, como algo que no son y que cuando lo sean van a querer haber demorado mucho más el momento de llegar a serlo: adultos.

jueves, 4 de febrero de 2016

Ositos Cariñositos.


Es cierto que muchas veces uno debe esperar mucho tiempo para obtener aquello que quiere y desea desde lo más profundo de su ser, y tal es así que recién hace un par de semanas atrás, el viernes 8 de enero de 2016 para ser más precisos, y a mis 40, yo pude tener algo que desde niño siempre había querido tener y jamás se me había dado la "posibilidad" de alcanzar.

El tema es así. Yo soy un hombre gay, y ya desde pequeño tuve marcadas inclinaciones hacia las cosas (juguetes, canciones, programas de tevé y accesorios en general) de niñas más que de niños. Tal es así que durante la década del ochenta (de 1980) yo disfrutaba mirando unos dibujos animados, mundialmente conocidos con diferentes nombres según las zonas del mundo donde se los viera, que eran los Care Bears, Ositos Cariñositos en mi país, Argentina.
Tengo muy presente aún que para unas fiestas de fin de año yo había divisado desde hacía un tiempo atrás uno de estos ositos, con la clara intención de poder tenerlo como obsequio de ese tiempo en donde ya sea por los regalitos que nos dejaba Santa Claus o en su defecto los que nos traían los Reyes Magos un par de semanas después, los presentes abundaban y se materializaban más redundantemente que en otras épocas del año.
Y tanto es así, que yo deseaba ese osito que veía expuesto en la vidriera de un negocio enorme que a modo de tienda exhibía en sus ventanales desde productos para la pesca, para el hogar, indumentarias variadas y hasta, obviamente, juguetes, que cada vez que pasábamos con mis padres por ese lugar, por esa vidriera, yo me pegaba al vidrio mirando a ese osito que me volvía loco y, literalmente, me dejaba pegado a esa vitrina hasta que indefectiblemente debía continuar mi camino junto a mi familia.
Y como yo, aunque era niño en ese entonces podía presentir o darme cuenta de cosas específicas, me iba dando cuenta de que ese osito no iba a formar parte de los obsequios que iba a recibir para las fiestas, y como ya he aclarado que tenía inclinaciones por cosas de nenas y además habilidades típicas de niños de esa condición con respecto a su sexualidad, me hice un muñequito que emulaba al que deseaba recibir, (con un material casero, paño) para tener uno, en primer lugar por si nunca llegaba el que verdaderamente esperaba y en segundo lugar para que mis padres vieran que yo estaba adoleciendo de un auténtico osito, es decir de "ESE" que miraba muy seguido frente a ellos sin animarme a pedírselos por ser, en teoría y más para esos tiempos que vivíamos (década del '80), un juguete "para nenas".
Y así fue que no lo recibí en esas fiestas pero tampoco en otras. Jamás. Y lo habré añorado un tiempo considerable seguramente, hasta que, como todo en la vida, ese deseo con el tiempo fue menguando en su intensidad hasta abandonar mi esperanza de tenerlo junto a mí (momentáneamente).
Y digo que esa esperanza me abandonó de forma momentánea (no importa si momentánea con respecto a minutos, a días, a meses, o a años) porque cada tanto reaparecía, no sé bien bajo qué forma pero sí retornando como un leve ímpetu de que quizá, a lo mejor, alguna vez se daría una segunda oportunidad con otro niño, conmigo como puente, o de alguna manera sin forma concreta hasta entonces, pero con ese concepto de reivindicar ese deseo no cumplido como idea central, siempre que recordaba ese mal trago que tuve que atravesar porque no me animé a expresarme auténticamente en mi gusto y elección, seguramente porque de todos modos sabía cuál hubiese sido la respuesta obtenida si lo hacía; imaginable ahora por todos ustedes al saber que nunca lo pedí y preferí dejar que así se dieran las cosas en ese momento de mi vida.
Y fue así que luego, con los años, al menos en mi país dejó de emitirse la serie de ese dibujo animado y todo el merchandising, que cuando desaparecen de la pantalla algunas cosas también hace que desaparezcan del interés de los consumidores, fue quitado de las vidrieras de los negocios y de la vista de la gente. Y yo crecí y mi vida siguió su curso sin mayores complicaciones o sobresaltos; en fin, dejando atrás este triste episodio narrado.
Muchos años después, en el siglo siguiente (pasando de los 1900 a los 2000), volvieron los Ositos Cariñositos a estar en la pantalla de algún canal infantil por esta zona del mundo, por mi país, y eso fue todo. Pero no, eso no fue todo, porque con su regreso a la pantalla de tevé también volvió el merchandising de estos simpáticos animalitos; y fue así que un día, estando de vacaciones junto a mi pareja y a mi perro, los vi otra vez en la vidriera de una juguetería y lo que sentí en mi interior fue una mezcla de atracción instantánea por esos idénticos osos a aquel que yo miré durante largos meses, previos a las fiestas, en esa vidriera de mi ciudad natal hacía más de tres décadas atrás, y de una tristeza espontánea también por ese pequeño que nunca pudo tener eso que tanto quería, por miedo, por vergüenza, y por tantas cosas que habrá (habré) sentido al momento de intentar pedirlo, prefiriendo callar y resignar su máximo deseo por esos días. Y entonces no lo dudé y entré a ese negocio y compré ese Osito Cariñosito, ya no para mí sino para ese niño que quedó en mí y que con la esperanza renovada que nunca murió (por eso lo de su abandono momentáneo) ahora iba a poder tenerlo junto a él para siempre. JUNTO A Mí para siempre.
Y como cuando vi a estos ositos, y sentí el impulso de entrar a comprar uno, no encontré ese que yo había mirado cuando era niño, el celeste: Gruñosito (Grumpy Bear) y compré otro que me pareció oportuno: Amigaosita (Friend Bear), resulta que dos semanas después al pasar por esa misma juguetería vi esta vez sí al celeste con carita de enojado que nunca me regalaron, y para cerrar esta falta de tantos años, y hacerlo completo, llevé a casa conmigo a este pequeño osito también.
Y ahora obviamente que ya no jugaré con ellos ni nada de eso, pero ahí estarán, conmigo, como un símbolo de que yo mismo hice justicia con ese nene (con el de mi niñez) y cerré un episodio penoso, abrumador e indigno (así lo viví en ese tiempo) que jamás debería haberse dado de esa manera.
Y ahora, a falta de uno, tengo dos Ositos Cariñositos; aunque de todos modos no importa la cantidad sino el hecho en sí mismo y que por fin lo he logrado.

martes, 2 de febrero de 2016

Sin apps adictivas al alcance de la mano.


Este año decidí por primera vez, con respecto a todo el historial de mis vacaciones de verano pasadas, desconectarme y desenchufarme de manera radical de mis redes sociales durante el tiempo que transcurriesen mis vacaciones porque quería dedicarme solo a disfrutar de la naturaleza que me ofrecía el mar y cada escenario que visitaba durante mi estadía en la cuidad de Mar del Plata y en todos los lugares adyacentes, o relativamente cercanos, que visitamos durante el mes de enero, como cada año desde fines de diciembre y hasta febrero. Es cierto que solo continué con la aplicación de Instagram en mi teléfono móvil porque el tema de las fotos es algo que me hace disfrutar y estar aún más en contacto con la naturaleza y porque el hecho de compartir alguna que otra foto durante ese tiempo no implicaba "seguir atado" bajo ningún punto de vista a la conexión online que los smartphones dan con respecto a Facebook, Twitter y Google+ por ejemplo.
Y así lo hice ya que antes de salir desde Buenos Aires hacia la ciudad balnearia me aseguré de que mi decisión fuera llevada a cabo tal como la había planeado, borrando (desinstalando) las apps de mi teléfono para no tener ni que estar siquiera ignorando aplicaciones, que aunque no las mirase hubieran continuado andando y notificándome de interacciones en su red, como así tampoco silenciándolas o pasándolas por alto.
Y es hermoso haber experimentado que por más de un mes no dependí de nada que no fuese mi interés y mis ganas de estar de vacaciones junto a mi perro y a mi pareja, erradicando de mi vida por poco más de un mes esa cotidianidad y costumbre de estar al pie con las redes sociales que mantengo durante el año cuando estoy atravesando el tiempo ordinario de mi vida personal.
Y fue así que podría haber estado con un celular de esos viejitos, que usábamos a fines de los noventa, inicios de los dos mil, que lo único que nos brindaban era la posibilidad de hablar o enviar y recibir mensajes de texto, ya que mantuve únicamente (sacando Instagram, donde sí hubiera necesitado de un móvil más moderno) mi línea telefónica y los mensajes como único canal de comunicación con el resto de las personas que estaban alejadas, físicamente, del lugar en el que me encontraba disfrutando de mis vacaciones en el océano.
Y fue hermoso. Fue genial. Se los aseguro. Digno de volverlo a repetir.