lunes, 29 de agosto de 2016

De eso se trata todo esto.

Yo muchas veces creí que mi vida era la peor que le podía tocar a alguien, y hablo de otro tiempo, en el que pensaba esto, claro; pero el hecho es que yo estaba convencido que todo lo que me pasaba sin que yo lo buscase o generase ─al menos en forma consciente o explícita─ era producto de tener una vida miserable que aunque por otro lado ─el que se ve, el exterior─ no se pudiera observar a simple vista yo la sentía y experimentaba, algunos días de la semana, siempre, indefectiblemente.
Y lo importante, a mi entender, en este caso es que ni en esos momentos, que fueron definitivamente terribles a nivel espiritual y armónico para mi Ser, como decía, ni ahí experimenté una tristeza amenazadora que me impidiera ver que la dicha y la felicidad corrían por otro carril muy diferente a ese miserable que teñía mi vida de dolor, agravio y pesar; sumándole también humillación, ofensa, falta de respeto y horror ─y porque no vejación─ de manera descarada y gratuita.
Y todo esto viene a colación de algo que fue, es y será siempre un pilar de mi vida, que es entender ─y seguir entendiendo cada día─ que una nube pobre, triste y sumamente opaca no puede nublar el camino entero que voy haciendo con tanto esfuerzo para ser cada vez mejor y sentirme siempre un poquito más a gusto que antes.
Porque uno debe valorarse no sólo desde el lugar de quién únicamente se provee y se garantiza lo mejor en su vida sino desde ese otro lugar en el que permitiéndonos vivir lo que sea que se vaya generando en el camino siempre lo vivamos y lo transformemos todo en algo que nunca represente ni un ápice de fuerza negativa, por más mínimo que sea, en ese nefasto fundamento que tienda a justificar una vida triste.
Y si hablo de que en otro tiempo pude darme cuenta de esto no quiero decir que ahora no lo deba reforzar a diario en nuevas experiencias donde este saber que vino a mí deba ser nuevamente aplicado concienzudamente a mi vida en algunas nuevas o reiteradas experiencias traumáticas; porque es así esta vida y parte de ella transcurre en el reafirmar nociones que hemos adquirido a fuerza de torcer feas vivencias, y volver a aplicarlas una y otra vez, agiornándolas y reforzándolas en cada nuevo uso.
Vivir, amigos, de la mejor manera que se pueda. De eso se trata, después de todo, todo esto.

sábado, 20 de agosto de 2016

No se es nada.

No se puede estar todo el tiempo destilando mala onda. No se puede. El tiempo hace que quien sea portador de tanta mala onda y tanto enojo ─al menos con una parte, siempre con la que lo padece─ se vuelva insoportable.
Podemos entender un poco de mala onda cada tanto, que se yo, así como también se puede comprender que alguien no pueda estar de buen humor o con el mejor de los talantes siempre, pero de ahí a estar viviendo en una emoción negativa constantemente es algo completamente diferente e infundado, además de indigno.
La agresión debe ser canalizada de manera positiva, redituable, es decir con actos que lleven a expulsarla del propio organismo para transformarla en algo ─si se quiere─ bueno, como podría ser relajarse escuchando la música que más nos guste o también fusionando esa agresión en cansancio haciendo una actividad física para quitarse ese feo cúmulo de cosas malas y sentirse mejor. No sé si estaré en lo cierto pero me parece que así debería abordarse este tema en cuestión.
Es la vida que toca, pero también la que se puede llevar de mejor manera trocando lo malo por lo bueno. Siempre se puede llegar a cambiar algo, pero la determinación debe partir del querer hacerlo, no hay dudas con respecto a este tema.
¿Y saben qué? Quien sea de una manera despreciable en las mayores horas del trato con uno, por más que con otro/s sea la mejor persona, siempre será eso que muestra al menos con uno solo. Porque en la vida se es transparente y auténtico siempre O NO SE ES NADA. ¡Joder!

jueves, 4 de agosto de 2016

He dicho. A otra cosa. Nos vemos pronto.

La pedantería y la desfachatez son dos cosas que siempre me parecieron ridículas y rayanas con la comicidad, aunque pueden ser muy bravas y agresivas también en algunos casos.
Yo considero así a este tipo de reacciones porque afortunadamente puedo afirmar que no poseo ninguna de las dos ya que el sólo hecho de sentirlas, siendo llevadas adelante por alguien más que no sea yo, claro, me pone de una manera que jamás me permitiría poder adoptar tales desbarrancos en mis reacciones o impulsos personales. En fin, que no las tolero en otros entonces mucho menos podría cargar con ellas.
Por tal motivo cuando soy mero espectador de este tipo de situaciones que incluyen alguna de las dos maneras de moverse frente a los demás ─o las dos─ trato de quedarme siempre con la beta risueña o cómica (por darle alguna denominación a la cosa en cuestión) para no enervarme o pasar a sentirme mal. Porque convengamos que presenciar tales momentos, ya sean dirigidos hacia terceros o hacia uno, no puede dejarnos imparciales si asumimos adoptar la postura de quién no deja pasar sandeces porque sí sino que les hace su juicio ─exprés─ porque no se puede no hacer otra cosa ante tamañas actitudes de impertinencia.
Vino a mí esta reflexión, que quedará solo en eso, porque uno siempre vive instantes ─fugaces o prolongados─ en donde la pedantería y la desfachatez están a la orden del día; y cómo podrán imaginar no me he salvado de presenciar una triste y tragicómica función de este "teatro" de la baja estofa, en algún momento cercano a éste.
He dicho. A otra cosa. Nos vemos pronto.

miércoles, 3 de agosto de 2016

Miseria.

La miseria llega a todas partes. Siempre.Voy caminando por la calle, llego a una plaza, entro a un edificio, a un shopping, y ahí está, ahí la veo. Porque si algo repara en la más mínima atención propia, y no es la belleza, entonces es la miseria.Y la miseria en cualquiera de las formas en las que pueda presentarse.
Ver a un joven (el de la foto 
que ilustra esta entrada) de poco más de 20 años, perdido, en vaya a saber que enfermedad o síndrome, balancearse continuamente, parado en uno de los bordes de una fuente de agua que no funciona en una plaza de mi ciudad, gritando de a ratos, sonriendo siempre, sufriendo ─aunque se lo vea feliz, divertido─ la trágica escena diaria que él representa y que el destino, o la vida en cuestión, le ha deparado. Miseria.
En la calle otro tanto. La gente, en su mayoría, que va con un andar estereotipado en su afán de ir, porque así está dado el mundo. Agradando al otro, sin llegar a ser auténticamente quien se desea, en ese loco afán de ser para el otro. Viviendo vidas que seguramente no desearon vivir jamás, o que al menos no son como las que imaginaban o soñaron, si es que alguna vez lo hicieron, soñar; cuando aspiraron a algo, si es que en algún momento lo hicieron, repito, soñar. Alardeando soslayadamente de una individualidad que el mundo, decretado en lo colectivo de los tiempos ─como las modas─, borra al instante insertando cada vez más a todo ser en su colectivo devorador. Miseria.
Lugar de la congregación de lo peor y más vil del ser humano como el centro comercial, llamado shopping en esa loca ventura de adoptar modismos, palabras y expresiones extranjeras para ─sin darnos cuenta─ acrecentar ese colectivo mundial y devastador que no nos hace a todos iguales, ni mucho menos, sino que por el contrario nos separa y marca determinantes diferencias, hay pocos. Aquí la asquerosa levedad de ser se plasma en todo su esplendor caricaturizando y satirizando la vaciedad del hombre que solo brilla en el mundo ficticio del glamour al que intenta llegar, que se malentiende como una caricia al espíritu o un mimo personal que nos hace bien y reconforta, cuando solo viene a empobrecer el alma nuestra que viene rayando la hosquedad de arremeter contra estos estímulos inventados e insertados en nuestra cotidianidad con el fin de distraernos de lo realmente importante. Ánimas que andan sonrientes por los pasillos y diferentes plantas de estas edificaciones del mercado consumista (que pueden tener cayos, mal aliento, olor a transpiración, caspa y seborrea, verrugas y tantas otras cosas) pero que estando ahí se sienten en el apogeo de lo chic y lo cool, solo pueden dar pena y cierto asco. Miseria.
Personas que no llegan a tener lo básico en su vida, a pesar de empeñarla en horas y horas de trabajo que no los hace plenos ni mucho menos y que los consume en tren de no alejarse de la norma establecida que vino a descargar su artillería contra el individuo que nunca será el beneficiado de lo que las grandes corporaciones y empresas, incluido el estado, tienen en mente para fortalecerse y ganar ellos sí lo que desean, hay millones. Personas que pueden ser muy buenas y puras de espíritu, sin una maldad que las distinga del resto, pero que al no vivir dignamente su vida diaria y no poder generar una vida de mejores condiciones para quienes tienen a su cargo ─cuando así se da en algunos casos─ solo revisten su existencia de la más mugrienta y desagradable sensación de existir. Pobre gente. Miseria.
Personas con mucho dinero, ricas, multimillonarias si se quiere, que en esa nube de estatus o bienestar asegurado solo construyen una madriguera de carroñera satisfacción. Satisfacción a instancias de otros que no la encontrarán jamás, satisfacción de auto egoísmo generado sin una delimitación o puesta en evidencia que los devele, satisfacción de poseer y en ese poseer no entender que se está cayendo en la absoluta pobreza de quienes, vacuos en sus actos y vacíos de generosidad, irán siempre por la vida destilando excentricidad, bajo nivel —de aquel que verdaderamente viene a sumar en esta idea de un bien, una persona en este caso, que se revaloriza por los bienes (no materiales) adquiridos— y fanfarronería, aquí sí del mejor nivel. Riquezas. ¡¡Puaj!! Miseria.
En fin, miseria por doquier en un mundo que trata de taparla todo el tiempo y que tiene como fin generar todo tipo de inventos para ocultarla, distraer de ella y confundir a sus poseedores.
¿Que nos roza a todos? No, 
reformulo la pregunta, mejor: ¿Que no abraza a todos? —claramente hablando de la miseria como estado propagado a diestra y siniestra─, sí, definitivamente, a todos. Y no es cuestión de pesimismo o de intolerancia al ritmo de estos tiempos de la era moderna que cada vez se modifican con mayor velocidad y estruendo sino de realismo, y no por eso realismo hiriente, parándonos frente a este crisol de inventos —incluido el humano, que en algún momento, sea como fuere, apareció— que viene a formar parte de esta paleta de tonalidades que, pensándolo bien, el pintor que tuviese la tarea de tenerla en su mano para comenzar su obra no tendría una tarea nada fácil.