lunes, 24 de octubre de 2016

La iluminación ante la confusión de la propia responsabilidad.

Todo es sensaciones confusas y encontradas, nada de lo de siempre; diferente esta vez pero no por eso menos confuso y digno de pensarse para asumir que constantemente, aunque de diferentes maneras, se van presentando las caras de una misma moneda para no hacer otra cosa que estar ahí recordando qué lugar se ocupa ─en el tiempo presente─ en esta vida, pero también oficiando de redescubridor continuo como disparador de nuevas posturas que se asumen luego, indefectiblemente, producto de las mismas (sensaciones).
¡Escritura que has llegado a mi vida para ponerme a resguardo de una implosión segura que no decantaría nada bueno y que hubiera lastimado mi tesoro más preciado y merecedor de protección, mi ser mismo! Después de todo si uno no comienza por amarse y valorarse en su carne propia nada bueno ni alentador puede esperarse que salga de sí mismo para con respecto al resto del universo; incluidos en éste otras personas, animales, naturaleza, medio ambiente, etc.
Saberse en determinado lugar es un síntoma de coherencia, o dicho en palabras más vulgares 'es no hacerse el idiota', pensándose en un punto de la historia personal que no es el que realmente se está atravesando. Ahora, si el pensarse diferente con respecto a la ubicación personal establecida sirve para caminar más liviano y luminoso, tampoco podríamos objetar algo determinante y negativo en ese modo de asumirse; siempre y cuando ─obviamente─ no se esté divagando de lo propio y permaneciendo en una burbuja que solo ofrezca engaño, del que no debe ser tolerado ni aceptado por muchas razones que son tan particulares en cada caso que ni serviría comenzar a enumerar en este momento.
Uno sabe por donde camina ─generalmente─ y, en ese caminar hacia el instante siguiente al que se encuentra, (uno) también sabe con quienes puede contar realmente y quienes están ahí para estar simplemente; para divertirnos, para pasar el rato, para reflexionar, para figurar en una apariencia que no se permiten desarticular por el mero hecho de que su vida es en gran medida aparentar, o simplemente para estar por costumbre y por miedo a no estar más; algo que no por eso es malo o de menor importancia pero que no hace al hecho de tener a alguien a sabiendas de que ese alguien está y estará siempre para todo y no que pasará a ser uno de los que simplemente están cada tanto.
Pero lo cierto es que cada uno sabe sólo acerca de sí mismo y nada más en esta vida. Uno sabe muchas cosas de su vida, porque ¿quién mejor que uno para saberse realmente en su vida? Lo trágico es cuando los demás creen saber mejor que el propio intérprete lo que uno siente, hace o es y nada ni nadie puede tratar de hacerles entender que eso ─saber a fondo acerca de uno mismo─ es algo que no les compete en absoluto siendo facultad determinante de cada persona en su auto conocimiento.
Yo, por ejemplo, no me arrogo jamás la capacidad de saber lo que los demás sienten para, partiendo de ese suponer de sentir, esperar algo de ellos y de no recibir lo esperado defraudarme ─con cierta y probada razón, en este caso─ de todos. Este es el principal problema de la media/alta de la gente que va por este mundo poniendo sus motores en los demás ─inconscientemente, o lo que es peor a sabiendas, para desligarse de responsabilidades por la propia vida y existencia─ y condicionándose a reaccionar en pos de esta modalidad de vida; olvidándose que deberían mirarse, interior y exteriormente, a sí mismos primero para luego de ahí en más ser felices o ser lo que quieran ser y entonces sí comenzar a relacionarse e interactuar con otros, ya relajados y solo intercambiando lo que sea con quienes se tenga enfrente y no interfiriendo o responsabilizando de alguna manera a ese interlocutor de algo que nada le corresponde asumir en tan escueto intercambio de experiencias; así sea toda una vida.
La lucidez brilla cada tanto en la confusión establecida como un faro que señala el camino hacia donde dirigir las propias fuerzas, y como el indicador de que se está en el rumbo apropiado aunque se creyese que se lo había perdido. Los demás jamás deben pensar que saben y que deben opinar sobre el fin que hará lograr la plenitud de los otros porque ese fin quizás ya se ha puesto en marcha mucho tiempo antes de que crean ─los demás─ que aún está "en veremos".
En fin, quiero quedarme y que nos quedemos todos con el párrafo que considero el más importante y revelador de todo el relato y que, a modo de cierre y puesta en valor de la idea que debería quedar de esta entrada de blog, repito para fortalecerlo y fortalecernos, ¿por qué no?
Yo, por ejemplo, no me arrogo jamás la capacidad de saber lo que los demás sienten para, partiendo de ese suponer de sentir, esperar algo de ellos y de no recibir lo esperado defraudarme ─con cierta y probada razón, en este caso─ de todos. Este es el principal problema de la media/alta de la gente que va por este mundo poniendo sus motores en los demás ─inconscientemente, o lo que es peor a sabiendas, para desligarse de responsabilidades por la propia vida y existencia─ y condicionándose a reaccionar en pos de esta modalidad de vida; olvidándose que deberían mirarse, interior y exteriormente, a sí mismos primero para luego de ahí en más ser felices o ser lo que quieran ser y entonces sí comenzar a relacionarse e interactuar con otros, ya relajados y solo intercambiando lo que sea con quienes se tenga enfrente y no interfiriendo o responsabilizando de alguna manera a ese interlocutor de algo que nada le corresponde asumir en tan escueto intercambio de experiencias, así sea toda una vida.

lunes, 17 de octubre de 2016

El derecho, y no el que se estudia.

Todos tenemos derecho a ser bien tratados, a que se nos valore y a que sea cual sea la actitud que asumamos en esta vida —actitud que solo concierna a nuestro ser y a las cosas que él mismo viva, además de las que intervengan para la propia realización y el crecimiento personal— los demás nos respeten y no opongan resistencia a nuestras elecciones por más cercanos, o con derecho a interferir, sean o crean serlo; más cuando nuestra vida no molesta ni interfiere en nada de lo que tenga que ver con la de lo demás.
Que siempre la postura de no entrar en el combate verbal o de la agresión es la llave para no salirse del eje armónico interno personal es la clave para abordar el camino a transitar cuando la mano se ponga heavy, no hay dudas, no queda otra. Porque veámoslo así: si nosotros entrásemos en ese circuito demoledor, de responder de igual manera ante agresiones recibidas, siempre lo negativo terminaría asentándose en el propio espíritu, ya que que al haber despedido maldad, así porque sí, aunque solo sea para tratar de interceptar de manera más piadosa las recibidas en primer lugar, no tendríamos descanso en nuestro interior al sabernos también partícipes de esa rueda viciosa que, básicamente, destila disconformidad.
Porque una cosa puede ser que, ante tanto oprobio recibido, se origine en la propia voluntad o reacción inmediata algo de mala onda, o falta de alegría si se quiere, al interactuar con nuestro... (¿cómo llamarlo?...) digamos con quien tenemos enfrente dispensándonos malos momentos, y otra muy distinta es ser emisor de maldad oral, gestual y conceptual, sin la necesidad de haber recurrido a ese lugar de agresor y adoptándolo por pleno placer y descarga emocional negativa —de vaya a saber que otros contratiempos que seguramente nada tienen que ver con los otros— de manera descarada; si bien convengamos que nunca es oportuno ni conveniente transformarse en alguien que profiera tales actitudes ni tres, ni dos, ni una vez, siquiera.
El amor que hayamos guardado y acumulado en nuestro cuerpo, mejor dicho en nuestro corazón, recibido por otros canales y atesorado como lo más valioso que podamos tener —aún sin saber en el momento de recibirlo que luego podría ser "utilizado" al prevalecer en nuestro ser ante tanta rabia recibida en otro momento— será el motor para no caer ni decaer ante nada, sabiéndonos protegidos por el universo y por ese amor, pudiendo de esta manera llevar adelante el feo momento y lo que decante de éste.
Quien sabe de sufrimientos y tempestades disfruta y goza de todo lo opuesto a eso —paz, tranquilidad, serenidad, silencio exterior e interior, armonía en el transcurso de las horas, bienestar espiritual— y de saberse lejos de cualquier confabulación dañina o falsa; y puede saberse y visualizarse en ese disfrute aún desde el mismo momento en que deba estar viviendo todo aquello que preferiría no haber conocido jamás, ni tener la oportunidad de contarlo o tan siquiera evocarlo en una idea.
Nada debe ser una queja que nos lleve a sentirnos impotentes o ─lo que es peor aún─ capaces de pensar que por algo recibimos lo que recibimos, mereciéndolo quizás por tal o cual razonamiento que solo la turbación y la flaqueza emocional pueden llevar a consentir en nuestros fundamentos.
Siempre fuertes, aún en la debilidad impensada, así hay que estar; siempre adelante, y no desde un lugar de fuerza o ímpetu fingido, sino desde ese que se aborda desde el amor recién mencionado y desde la paz interior de sabernos incapaces de merecer nada de lo malo que recibamos, sabiendo —a esta altura de la vida— que eso recibido inmerecidamente, y vaya a saber por qué motivos, es algo que no nos corresponde a nosotros asumir bajo ninguna circunstancia ni punto de vista.

viernes, 14 de octubre de 2016

El molde.

Cuando debemos tocar fondo ─tierra firme─ para dar el salto con envión y salir a la superficie que deseamos es un momento bastante letárgico que se demora muchas veces una eternidad. Por eso hay que ir haciéndose el bobo ─para uno mismo─ y así, como quien no quiere la cosa y como sin darnos cuenta, encausar esa intención de tomar ímpetu pisando la base de las flojeras y los fastidios para dejarlos bien allá abajo, y lejos de nuestra vida, y arrancar ─saltar─ en pos de alcanzar lo que se nos antoje.
Sirve y es permitido estar un poco en eso de postergar algo que sabemos que debemos hacer por nuestro bien, si sabemos también por otra parte que nada tremendo puede significar el hacerse el distraído y dejar pasar el tiempo antes de hacerlo. Así cuando llega el momento, en que sin darnos cuenta nos encontramos enfrascados en ir hacia "allí" y caminar con rumbo definido hacia un lugar concreto, ya nada detiene nuestro andar definido y decidido.
Es difícil vivir. Vaya novedad. Si nos hubieran avisado a que estaríamos expuesto en "este lugar" al que nos trajeron otras personas, por otros motivos diferentes a los que podríamos haber esgrimido nosotros, de poder haber llevado a cabo tal accionar, no sé cuál hubiera sido nuestra actitud.
Que la cosa es cuestión de suerte, en gran parte de los casos, seguro. Y así es y será siempre. Total nada se detiene ni nadie se inmola por nadie ni por nada de lo que pase con los demás, en este lugar en el que es difícil estar.
No imposible es sin embargo el hecho de darse cuenta y asumir ─muy pocos lo hacen, por otra parte─ lo despótico del rito de encajar en un molde preestablecido que nada tiene que ver con nadie ya que jamás se puede llegar a ser igual al otro y por lo tanto hacer lo que todos hacen, para sentir que "son", es algo ficticio e irreal aunque revista de la auténtica mirada aprobatoria y pontificia de lo normal y dignamente moral.
Que nadie se ha permitido salirse de ese estándar y que los que lo hacen suelen ser tenidos por extraños, diferentes y malogrados como integrantes de ese molde en el que todos, pareciera, se desesperan por encajar es la retórica definitiva.
Muchas veces el molde que acoge y delimita el accionar —reprimido— que se desea llevar adelante es el que termina ahogando a sus componentes/integrantes, transformándolos en meras piezas de ese engranaje gris y mecánico que solo lleva a metas, muy trabajosas, en las que se invierte la vida —se la deja ir en ellas— pero que no revisten de una verdadera celebración desde cada ejecutante de las mismas.
Intrascendente es sentirse fuera de un ámbito en el que no se desea estar ni entrar —pero que a la vez no se puede escapar, como una macro estructura fuertemente instalada en el inconsciente de todo ser humano— y entregarse a la demanda colectiva accediendo finalmente a pasar a encastrar en la rueda loca del común denominador en el movimiento de todo el grupo completo del molde.
Es para pensar, rever y preguntarse continuamente si se está en el lugar que se desea y si no ha pasado que sin darnos cuenta se ha abandonado el glorioso arrebato de ser quien brota de nuestro interior pidiendo aflorar y ser; solamente eso.

miércoles, 12 de octubre de 2016

¿Cuál es, después de todo, la desventura de saberse un ser triste?

Cuando la tristeza te abraza siento que hay que dejarla expresarse, tanto que si lo hace por algo es y su función ─si podríamos suponer que tiene alguna─ quizás sea la de limpiar y sanar ese alma corroída y rota por diversos factores.
Asumirse en ese estado es sano también para la propia existencia puesto que negarse a una realidad que impera en determinado momento del tiempo de nuestra vida sería en todo caso ir desviando la mirada, no para seguir de manera diferente sino para evadirse de algo que seguramente sería mejor enfrentar y entonces sí ─de ahí en más─ seguir.
Yo no admiro ni un poco a quienes pregonan una vida de absoluta felicidad porque estar siempre en el mismo lugar, así sea que hablemos de un estado para atravesar la vida, no es conveniente ya que se puede, en todo caso, caer en la vaguedad de vivir en una irrealidad con respecto al hecho de modificarnos continuamente, hecho éste que, en definitiva, no es otra cosa que vivir. ¿Siempre felices? Es ilógico e irreal. Pónganse a pensarlo...
En fin, he sido triste, lo sigo siendo, y lo seré hasta el final de mis días ya que además de que es en estos momentos ─los de tristeza─ donde mi ser pisa el sitio donde se encuentra de una manera más concreta y consciente ─permitiéndome saber quién soy, donde estoy y hacia dónde estoy yendo─ nada malo puede revestir esta forma de entenderse. Después de todo, ¿cuál es la desventura de saberse y sentirse triste?
Lo que los demás puedan opinar sobre uno es algo que debe tenernos sin cuidado, ya se sabe; y si uno se reconoce y sabe transitar su vida de la mejor manera posible ─llevando algo en el camino de su vida de manera que no le haga mal─ la cosa ya está encaminada (parafraseando la idea del camino).
Por último quiero aclarar, en pos de no caer en una contradicción, que todas las entradas anteriores de este blog en donde me expreso y hablo de la felicidad, como haciéndola algo inherente a mi ser, no son algo erróneo o sin valor por estos días ya que ser una persona triste no es sinónimo, ni mucho menos, de estar todo el tiempo en ese lugar o, para ser más concreto, ser un infeliz en la vida. Para nada. Simplemente que uno atraviesa diferentes momentos en su vida y entonces tiene el derecho a compartirlos desde su lugar actual ─actual al momento de compartir algo─ y porque también uno se va conociendo y asumiendo a medida que avanza en los años de experiencia personal y en determinado momento cae la ficha de como se es y entonces, al redescubrirse, se sientan nuevas bases para continuar; y porque siempre se crece y se cambia en la vida, hasta el último segundo de la misma.
Tener la capacidad de asumirse un ser triste es ubicarse en un lugar que nos hace estar más en la tranquilidad emocional, rayando la sensibilidad extrema y aventurándonos a que el radar del dolor pueda estar abierto y en actividad ─transformándonos en seres detenidos con respecto al tiempo del bullicio y de la velocidad actual de la euforia descompasada del día a día en lo que a experimentar se refiere, y de querer ir siempre a por más─ que a ir excitantemente a cada paso por la vida.
Y claro que tengo motivos por los que abrazar la felicidad, sin dejar por eso de ser un hombre triste, porque nunca una cosa invalidará a la otra, y porque quien no se centre y se conozca a fondo a sí mismo, pudiendo saberse auténticamente único y descubierto en su esencia, nunca podrá aspirar a nada; y ¿quién dijo que un alma triste no pueda aspirar a momentos in aeternum de felicidad?
Vamos evolucionando o retrocediendo en la vida, algo tan cierto como que respiramos a cada instante, por eso además, también podemos ir modificando en algunos puntos nuestro abordaje personal de la misma, aunque la esencia y lo que primordialmente pensamos solo se vea matizado y más o menos ornamentado según nuestras épocas anímicas. Nada más que eso.

lunes, 10 de octubre de 2016

Perritos abandonados. El dolor me tocó en esta oportunidad.

Soy una persona que pocas veces se acercó al dolor, en su real expresión tanto físico como emocional, comparado seguramente con los millones de seres que sufren muchas desventuras, de todo tipo, en sus vidas; algo que agradezco en su justa medida ya que el dolor también te hace crecer de una manera especial, más contundente. Por este motivo cuando uno ─en mi caso─ experimenta un gran dolor, un profundo pesar, de esos que se sienten en el pecho, estrujando el corazón, quizás si nos remitimos también a una comparación puede parecer un vano motivo comparado con otros, pero ─en mi caso─ con los antecedentes descritos, significa para mí una de esas veces en donde el dolor me toca de verdad.
Tal es así que este domingo que pasó sentí una profunda tristeza que puede ser traducida literalmente en un gran dolor; en una de esas veces en las que, sin lugar a dudas, el pesar se hace presente en mi vida.
Sigo triste aún, no lo voy a negar, y todo tiene que ver con movimientos que realicé en pos de cuidar a alguien que es extremadamente importante y fundamental en este momento de mi vida, es decir movimientos absolutamente justificados, pero que en un pequeño punto, ese que solo puedo permitirme para explicar mi dolor, hicieron que no hiciera lo que yo verdaderamente deseaba desde lo más profundo de mi ser.
La historia es así. El lunes de la semana pasada llegamos al parque con mi perro, un labrador retriever de ocho años y ocho meses que está conmigo desde los dos meses y medio de vida, y al rato veo una bola negra de pelos enmarañados ─tipo rastas de esas que se usan en el pelo pero enormes y gordas─ que andaba "rodando" por el suelo. Me acerco para ver qué era y descubro que, efectivamente y como lo había pensado, era un perrito súper pequeño que estaba solito en el lugar. Como al tratar de agarrarlo se me escapaba llamé a mi perro y, aprovechando que con él sí iba, en un descuido del chiquito, lo agarré para ver qué hacía luego con él, una vez que ya estuviera seguro en mis manos.
Preguntando a todos los que se encontraban en el parque, si eran su dueño o sabían con quien estaba, solo obtuve respuestas negativas; hasta que un joven que estaba recostado bajo un árbol me explicó que a ese perrito lo había traído una mujer y lo había dejado debajo de la copa de un árbol, abandonando luego el parque y abandonando al animal por supuesto, hacía algo así como una media hora.
Enseguida entendí que no había que tratar de encontrar a nadie específico, que estuviese buscándolo desesperadamente, y que en todo caso habría que tratar de "ubicarlo" luego de ayudarlo a recomponerse del mal momento que estaba viviendo.
Todo sucio, pegoteado con orín y heces que formaban finalmente esas rastas de las que hablaba, muy asustado y desconfiado de la gente ─de los humanos─ y solo permitiéndose estar junto a mi perro, yo debía devolverle un poco de su dignidad perdida, de manera urgente.
Fue así que lo llevé a la veterinaria más cercana para que le cortaran el pelo ─algo que yo jamás podría haber hecho por el estado casi gomoso de sus pelitos─ y luego entonces sí pensaría que hacer con él.
A las dos horas lo fui a recoger y me devolvieron un hermoso shih tzu mini, que se vino con mi labrador y conmigo para mi casa.
Ahí fue cuando comprendí que lo que sentía y tenía ganas de hacer era quedármelo, y que no había nada más que buscar porque ya mi casa era su casa.
Comencé entonces las tratativas para que mi perro, el que hace más de ocho años que comparte su vida junto a mí ─viviendo solo conmigo en un pequeño departamento, de un edificio como tantos otros de cualquier gran ciudad─ lo aceptara. Y la cosa comenzó como comienzan este tipo de relaciones entre un perro nuevo que llega a la casa de un perro que hace tiempo ─años─ que se encuentra en ésta.
El rechazo natural, la falta de interés por conocerlo, la puesta en marcha de varios límites a todo lo que tenía que ver con permitirle acercarse a sus posesiones (principalmente a mí), el desdén para relacionarse y las pocas pulgas en general demostradas para relacionarse, estuvieron a la orden del día de parte de mi perro con respecto al chiquito nuevo.
Y fue así que si bien nunca se mostró peligroso o complicado, más allá de lo que acabo de contar para interactuar, con el paso de los días se me ocurrió la apresurada idea de dárselo a mis padres (al perrito nuevo, claro) para que lo lleven a vivir a su casa, sin perros, con jardín y también con amor y cuidados. Las cosas con mi perro de más de ocho años no daban miras de mejorar y yo, que lo conozco tanto a mi labrador, lo comencé a ver más iracundo, abatido, estresado y diferente.
En fin, que me abataté porque siempre el afianzado de un vínculo de este tipo de relaciones nuevas lleva más de una semana, y este domingo que acaba de pasar vinieron mis padres, que viven a unos 150 km. de la ciudad donde yo vivo, y se fueron con Negro a su casa. (Negro es el nombre que le puse finalmente porque en aras de no encariñarme, quedando sujeto a ver si me lo quedaba o no producto de cómo se desencadenara la relación con mi otro perro, había pensado en no ponerle nombre pero en un momento determinado me encontré llamándolo de esta manera, o en su diminutivo, Negrito, porque de alguna forma tenía que nombrarlo, y fue así que me pareció que, por ser éste su color preponderante de pelaje, era el nombre que debía quedarle finalmente.)
Y así fue que experimenté el dolor del cual les hablo, ese que anida en el centro de mi pecho y me produce una angustia muy poderosa, del tipo de las que no te permiten hacer otra cosa que sentirlas porque sabés que no estás en condiciones de remediarlas ya que el contexto ─si bien tus ganas más fuertes apuntan a remediar lo hecho abruptamente─ no es el adecuado para que así suceda.
Y por ello estoy triste, que es lo mismo que decir, dolorido. Porque ese dolor que hoy para mí es el más fuerte y lamentable que pueda sentir me hace quedar impotente ante la posibilidad de optar por mi deseo más fuerte de volver a tenerlo junto a mí ya que en primer lugar está la necesidad de preservar el bienestar de mi primer perro que siempre fue el rey de la casa y ahora se veía vulnerado en ese privilegio que yo le concedí conscientemente desde el primer momento en que llegó a mi hogar, y por otro tampoco puedo andar jugando con los sentimientos de mi familia ─mis padres─ o lo que es peor aún, del pequeñito llevándolo y trayéndolo de aquí para allá como si fuera uno paquete o una mera mercancía sin sentimientos.
Tiene algo así como cuarto añitos el Negrito, eso me dijo el veterinario cuando lo revisó y examinó para ver cómo se encontraba. Me seguía a sol y a sombra, como también seguía a mi perro labrador aunque éste se lo sacaba de encima continuamente.
En fin, una hermosura de perrito. Que lo quería junto a mí para siempre. Que por las cosas de la vida que les cuento no se dio así. Que lo extraño. Que el dolor me tocó a mí en esta oportunidad, con toda su crudeza, de verdad. Pero, al saber que está bien en su nueva casa, hoy ya está comenzando a calmarse.

domingo, 2 de octubre de 2016

La música nos salva. ♪♫♪♪

Es cierto. El sonido universal que emana de cualquier tipo de melodía, transformada ésta en la música que llega para enriquecernos y sanarnos el corazón, nos cuida y nos pone a salvo de cualquier calamidad que podamos estar atravesado; como un salvoconducto dignificante que nos embelesará la situación de seguir adelante a como dé lugar.
Yo soy un tipo triste, eso lo tengo claro. Ando por la vida no llorando, por supuesto, pero sí de la manera que llevan los seres tristes. Pero afortunadamente soy un tipo muy musical también y en cada fibra de mi vida la música viene a sellarse como una identidad inamovible y extremadamente arraigada a mí, incapaz de ser abolida, prohibida, delimitada o cualquier otro tipo de movimiento que intente decretar que se la erradique de mis días.
La música, que ha estado conmigo desde que tengo memoria, es un canal de felicidad absoluto y por eso estoy seguro, al punto de poder afirmarlo sin temor a equivocarme, que sin ella no sería lo mismo vivir, en mi caso y en el de la gran mayoría de almas que van por este universo terrenal y espiritual, avanzando sensiblemente.
Si nos ponemos a pensar podemos darnos cuenta que es tan puro el sentimiento originado por el hecho de ser amantes de la música que, tomando como punto de inicio la idea de que calma y relaja a todos los bebés con solo involucrarla en su vidas por ejemplo, todos podemos pretender aspirar a una vida musical siempre y en el caso de cualquier existencia, sin excepción.
Solo redituará bienestar auténtico sentirla y dejarse llevar por ella, a la vez que dejarse fluir con ella también. Yo experimento tanto y es tan pleno y emotivo todo lo vivido a partir y a través de su abrazo que siempre ha mejorado mi vida y me ha permitido sentirme mejor, facilitándome también en determinados momentos poder extirpar de mi ser todo aquello que ni yo mismo sabía qué forma tenía o que, en definitiva, me estaba lastimando.
Agradezco tanto a la música, tanto, tanto, que mi vida es un ininterrumpido agradecimiento a esta magnífica manifestación de los sentidos; y junto a ese agradecer, sumo en este momento, otro que lo iguala o lo supera y que es la gratitud a ese amor puro y de bonanza especial que solo se halla en el afecto y la compañía de los animales, específicamente de los perros en mi agradecimiento puntual.
Por tal motivo, en mi caso (y por ello nombré recién, así de la nada, a los animales) ellos me han salvado (música y animales ─perros─) de muchas catástrofes de toda índole y por eso es que no puedo ser otra cosa que esto que soy: una persona musical, triste sí, pero musical, y por ende brillante en ese punto en el cual ni esa tristeza, que sé que prevalece en mi vida en más de una oportunidad, puede hacer mella en mí para que no me sienta afortunado y peregrino activo de este camino de la vida en aras de estar lo mejor posible la mayor parte del tiempo. Y, como lo dicho recién, soy además de musical amante de la compañía de los animales, esta es mi combinación exclusiva. Esto soy.
Resumiendo: La música es la fuerza, el amor y el brillo necesario para poder respirar y esperar siempre lo mejor, y yo agradezco ser musical. ¡Sí que lo agradezco!