lunes, 12 de septiembre de 2016

Solos entre tanta gente.

A ver si nos ponemos de acuerdo. La vida es un devenir de frustraciones, pequeñas o enormes, que se van dando desde el primer momento en que llegamos a este mundo y que se renuevan diariamente cada día que nos levantamos para enfrentar la nueva fecha en el almanaque o calendario, como más nos guste llamarlo.
Que uno es esencialmente el reflejo de todo su pasado es cierto, porque uno se ha ido formando y forjando a conciencia, y a despreocupación pura también, para llegar a ser eso que ve frente al espejo, frente al que nos devuelve una imagen puramente física y frente al otro, el que nos devuelve esa imagen que sólo uno mismo puede ver y reconocer ante tantas capas que nos recubren en esta vida moderna en donde nadie es auténticamente ese que es, por más que quiera ser transparente y auténtico desde su fibra más íntima para no hacer aquello que detesta ver ─imaginar─ en los demás. Al fin y al cabo todos somos lo mismo, personas que vamos queriendo agradar desde todos los ámbitos posibles para no sentirnos tan solos, tan tristes y en definitiva tan mal.
Nadie sabe que sería exactamente lo que mejor le haría porque de ser así no se estaría siempre en esa búsqueda que lleva a continuar siempre adelante pero que en claras cuentas no se podría definir exactamente hacia dónde va. Porque ¿qué es la vida sino una continua investigación para llegar ─no sin mucho trabajo y empeño─ a un descubrimiento y de ser éste positivo y acogedor permanecer en él para terminar desechándolo en algún momento en tren de iniciar nuevamente la búsqueda hacia otro nuevo descubrimiento que nos haga pasar las horas de nuestros largos (aunque a veces parezca que se pasan volando) días en esta tierra?
Uno está solo, sí, solo con su alma para todo, porque podemos estar acompañados en diversos momentos del día, o de nuestra vida para ser más amplios, pero siempre es en "ese momento", ese en el que nada ni nadie más que nuestra esencia puede permanecer junto a nuestro cuerpo para llorar, reír, sufrir o disfrutar ─ya que no le compete a nadie más compartir "eso" que es absolutamente de uno─ en el que somos sólo nosotros y nadie más.
Vivir es entonces un camino arduo, tremendo (salpicado con sus gratificaciones y momentos de plenitud o sentir inmejorable) porque básicamente vamos por aquí para enfrentarnos a todo lo que deba aparecer para continuar con esa formación que iniciamos desde pequeñitos, cuando todavía ni sabíamos a que comenzábamos a exponernos por el mero hecho de haber llegado a un lugar colectivo llamado mundo, insertos ─nosotros─ en un sitio personal y delicado al extremo llamado vida.
Y así y todo la vida que nos ha tocado es lo mejor que podemos esperar; no hay otra y no queda otra, y es nuestro metier saber ir dándole la vuelta a cada golpe o feo movimiento del destino para poder esquivarlo o enfrentarlo de lleno sabiendo que nadie muere en la víspera y que todo puede ─debería─ ser transformado en algo que sólo nos haga bien y nos ayude, lágrima de por medio también ¿porqué no?, a ir sin ninguna carga emocional negativa que solo empeore el tránsito por este lugar y no lleve a ningún puerto digno de arribar.
En fin, la vida, algo tan grande y, según se la lleve adelante, tan vasto o escueto, debe ser siempre motivo de querer estar en ella porque, ya se sabe, nadie va a venir a apretarnos el gatillo pero tampoco nadie vendrá para ayudarnos a sostener la copa de logros ─felicidad, armonía, empatía, amor, crecimiento personal─ que sintamos haber alcanzado.

No hay comentarios: