miércoles, 3 de agosto de 2016

Miseria.

La miseria llega a todas partes. Siempre.Voy caminando por la calle, llego a una plaza, entro a un edificio, a un shopping, y ahí está, ahí la veo. Porque si algo repara en la más mínima atención propia, y no es la belleza, entonces es la miseria.Y la miseria en cualquiera de las formas en las que pueda presentarse.
Ver a un joven (el de la foto 
que ilustra esta entrada) de poco más de 20 años, perdido, en vaya a saber que enfermedad o síndrome, balancearse continuamente, parado en uno de los bordes de una fuente de agua que no funciona en una plaza de mi ciudad, gritando de a ratos, sonriendo siempre, sufriendo ─aunque se lo vea feliz, divertido─ la trágica escena diaria que él representa y que el destino, o la vida en cuestión, le ha deparado. Miseria.
En la calle otro tanto. La gente, en su mayoría, que va con un andar estereotipado en su afán de ir, porque así está dado el mundo. Agradando al otro, sin llegar a ser auténticamente quien se desea, en ese loco afán de ser para el otro. Viviendo vidas que seguramente no desearon vivir jamás, o que al menos no son como las que imaginaban o soñaron, si es que alguna vez lo hicieron, soñar; cuando aspiraron a algo, si es que en algún momento lo hicieron, repito, soñar. Alardeando soslayadamente de una individualidad que el mundo, decretado en lo colectivo de los tiempos ─como las modas─, borra al instante insertando cada vez más a todo ser en su colectivo devorador. Miseria.
Lugar de la congregación de lo peor y más vil del ser humano como el centro comercial, llamado shopping en esa loca ventura de adoptar modismos, palabras y expresiones extranjeras para ─sin darnos cuenta─ acrecentar ese colectivo mundial y devastador que no nos hace a todos iguales, ni mucho menos, sino que por el contrario nos separa y marca determinantes diferencias, hay pocos. Aquí la asquerosa levedad de ser se plasma en todo su esplendor caricaturizando y satirizando la vaciedad del hombre que solo brilla en el mundo ficticio del glamour al que intenta llegar, que se malentiende como una caricia al espíritu o un mimo personal que nos hace bien y reconforta, cuando solo viene a empobrecer el alma nuestra que viene rayando la hosquedad de arremeter contra estos estímulos inventados e insertados en nuestra cotidianidad con el fin de distraernos de lo realmente importante. Ánimas que andan sonrientes por los pasillos y diferentes plantas de estas edificaciones del mercado consumista (que pueden tener cayos, mal aliento, olor a transpiración, caspa y seborrea, verrugas y tantas otras cosas) pero que estando ahí se sienten en el apogeo de lo chic y lo cool, solo pueden dar pena y cierto asco. Miseria.
Personas que no llegan a tener lo básico en su vida, a pesar de empeñarla en horas y horas de trabajo que no los hace plenos ni mucho menos y que los consume en tren de no alejarse de la norma establecida que vino a descargar su artillería contra el individuo que nunca será el beneficiado de lo que las grandes corporaciones y empresas, incluido el estado, tienen en mente para fortalecerse y ganar ellos sí lo que desean, hay millones. Personas que pueden ser muy buenas y puras de espíritu, sin una maldad que las distinga del resto, pero que al no vivir dignamente su vida diaria y no poder generar una vida de mejores condiciones para quienes tienen a su cargo ─cuando así se da en algunos casos─ solo revisten su existencia de la más mugrienta y desagradable sensación de existir. Pobre gente. Miseria.
Personas con mucho dinero, ricas, multimillonarias si se quiere, que en esa nube de estatus o bienestar asegurado solo construyen una madriguera de carroñera satisfacción. Satisfacción a instancias de otros que no la encontrarán jamás, satisfacción de auto egoísmo generado sin una delimitación o puesta en evidencia que los devele, satisfacción de poseer y en ese poseer no entender que se está cayendo en la absoluta pobreza de quienes, vacuos en sus actos y vacíos de generosidad, irán siempre por la vida destilando excentricidad, bajo nivel —de aquel que verdaderamente viene a sumar en esta idea de un bien, una persona en este caso, que se revaloriza por los bienes (no materiales) adquiridos— y fanfarronería, aquí sí del mejor nivel. Riquezas. ¡¡Puaj!! Miseria.
En fin, miseria por doquier en un mundo que trata de taparla todo el tiempo y que tiene como fin generar todo tipo de inventos para ocultarla, distraer de ella y confundir a sus poseedores.
¿Que nos roza a todos? No, 
reformulo la pregunta, mejor: ¿Que no abraza a todos? —claramente hablando de la miseria como estado propagado a diestra y siniestra─, sí, definitivamente, a todos. Y no es cuestión de pesimismo o de intolerancia al ritmo de estos tiempos de la era moderna que cada vez se modifican con mayor velocidad y estruendo sino de realismo, y no por eso realismo hiriente, parándonos frente a este crisol de inventos —incluido el humano, que en algún momento, sea como fuere, apareció— que viene a formar parte de esta paleta de tonalidades que, pensándolo bien, el pintor que tuviese la tarea de tenerla en su mano para comenzar su obra no tendría una tarea nada fácil.

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