domingo, 11 de diciembre de 2016

En el lugar del otro.

Lo esencial en cualquier relación de parejas, de amigos, de compañeros de trabajo, etc., es poder ponerse en el lugar del otro; pero no siempre y en todo momento sino en esos casos en los que uno está abusando de la otra parte, ya sea por un uso desproporcionado del enojo, de la confianza, de la superioridad de jerarquías, respectivamente; o de cualquier tipo de maltrato, en cualesquiera de los casos.
Siempre es posible ponerse en el lugar de quien uno está agrediendo y menospreciando de cualquier forma y a través de cualquier actitud o impronta, porque lo importante en estos casos es resolver las cosas con palabras que nunca sobrepasen el límite de lo que podría escucharse tranquilamente ─aquello que uno mismo podría escuchar sin sobresaltarse─, aunque sean temas que requieran de una urgente modificación y tratamiento, temas graves y complicados de entablar; para así entonces poder seguir tratando las cuestiones sin que ninguna ira ─que se vuelve incontrolable─ arruine el intercambio de palabras, opiniones, puntos de vista, formas de ser.
Nada más ni nada menos que esto es a lo que debemos aspirar personalmente en nuestra vida para, una vez logrado este "desenvolvernos ante los demás", tratar de ir inculcándolo en los otros, y sólo a partir de una plenitud que nos ofrezca el hecho de sabernos a nosotros mismos portadores de “eso” que deseamos para los demás, de eso que ahora sí estaremos en condiciones de intentar promoverlo para el afuera.
La vida es un camino en donde uno se va a ir encontrando con diferentes tipos de baches, unos más profundos e irregulares que otros, todo el tiempo. Uno es quien debe sortearlos para poder, en primera instancia, pararse frente a ellos y evaluando su magnitud ─sin demasiada contemplación ni reverencia─, luego enfrentarlos, y finalmente superarlos para poder continuar el camino despejado hasta la llegada del próximo desnivel.
Visto así, bien podría pensarse que uno basará su vida en la existencia, o no, de los accidentes que pueblen nuestro camino y no en disfrutar sin más de ella, como todos sabemos que debe ser el aspirar a tener una existencia plena ─la plenitud, como concepto absoluto, convengamos desde el vamos, no existe; pero hay muchas nociones que se entienden y que pueden acercar a esta fase de sensación─. Pero nada más lejos que pensarlo así, en base a esquivar cunetas o badenes todo el tiempo, ya que simplemente se recurre a este ejemplo a modo de entender de qué va todo esto cuando se quiere ir directamente al meollo de una cuestión particular sin extenderse o ampliarse hacia otras situaciones que pudieran llegar a acontecer.
Por lo tanto están ahí, se sabe, y aparecerán cuando menos nos lo esperemos, siendo en cada momento particular, cada infortunio caótico, el más terrible a enfrentar y llevar adelante antes de que podamos entender cómo tratarlo y hacia dónde dirigirnos para salir ilesos de tal suceso.
No hay más ciencia que ésta, tampoco remedios o pociones mágicas ─de hecho si se releen estas letras nunca se encontrarán con una receta exprés para evitar algo que irremediablemente aparecerá en determinados momentos de nuestro andar por aquí, por este plano terrenal, cumplidamente estremecedor y convulsivo─ y lo que resta es saberse inmersos en un mundo enojado, cambiante, absolutamente desmotivado de los valores auténticos que hacen bien al cuerpo y al alma humanos y que sólo está movido por lo snob y lo que se ve ─aparentemente─ desde el afuera y que hace ─aparentemente, también─ brillar y sobresalir a quienes lo poseen; llámese coches, casas cada vez más llamativas, viajes despampanantes, ropas caras, smartphones de última generación, y todo aquellos que juega en favor de un status que solo aleja y separa a las personas que no coinciden con el mismo.
A caminar, entonces, preparados eso sí; que para estar detenidos siempre va a haber tiempo.

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Lo que pase por la cabeza, sin tamiz alguno.

Es un hecho que en las redes sociales se puede ver que la gente no pone filtro alguno a sus publicaciones, quizás amparada en ese anonimato que protege o en la privacidad pura y exclusiva del momento del tipeo de lo que escribe, no teniendo en cuenta que luego eso mismo podrá ser leído por gran parte de sus seguidores o por todo aquel que por mero accidente ─virtual─ llegue hasta esa publicación.
Tal es así que sin maldad alguna seguramente y ─estimo yo─ por el mero hecho de desestructurarse y desbocarse, que se puede manejar ante lo que se desea expresar, es que muy a menudo me siento impotente al ver idioteces y burradas tan grandes como la falta de intención de provocar esta sensación en los demás (en mí), innegablemente, de quien las escribe sin tomar dimensión exacta de lo que está diciendo.
En fin, las redes sociales ─ya sabemos─ están para que todos podamos expresarnos sin ningún reparo y para que el único freno que tengamos seamos nosotros mismos; y de ahí en más ¡qué Dios nos ampare, si es que creemos en Él, o que el Universo nos proteja!

martes, 29 de noviembre de 2016

Breve leyenda.

Cuenta una vieja leyenda que un ángel, una vez, cansado de no tener ninguna forma específica y aburrido de que los antiguos libros le hubieran atribuido el cuerpo de un hombre y las alas de un ave, decidió adoptar finalmente una apariencia definitiva.
Entonces, para despistar a quienes lo vieran, por supuesto que en lugar de hacerse visible bajo la consabida imagen del hombre alado adoptó otra muy diferente.
Y fue así que luego de mucho pensarlo se decidió por un cuerpo peludo con cuatro patas y una larga cola.
Pero resultó que, en su confusión, al estar él también acostumbrado a pensarse con alas, y ahora no tenerlas, no pudo dejar jamás de estar moviendo su cola todo el tiempo, en ese instinto de estar agitando algo que nunca había tenido; motivo que lo sorprendió tanto, al encontrarse a sí mismo haciendo ésto continuamente, que en el desconcierto exclamó la expresión "¡GUAU!" que, además de gustarle como había sonado, dejó para siempre como su voz para comunicarse con los demás.

lunes, 21 de noviembre de 2016

Uno es lo que elige.

Todo eso que por esas cosas que tiene el destino nos toca elegir en nuestra vida (porque sepan que en la vida, salvo aquello que nos cae ─como se decía cuando yo era chico─ "como peludo de regalo", todo se elige) es lo que en definitiva habla de nosotros mismos.
Yo, por ejemplo, siempre opté por ubicarme en el lugar menos problemático posible que se pudiera dar ante una afrenta en la cual me viera involucrado. También, y consecuentemente con lo anterior, siempre evité generar todo tipo de disturbios, ya sean éstos de índole grupal, familiar o personal. Ese lugar, el de la discordia y la revuelta que podría caracterizarse como la erupción de un volcán, siempre supe que no era lo que mi alma y mi espíritu necesitaban.
Desde pequeño también opté, sin darme cuenta en un principio, por el amor hacia los animales. Siempre me gustó estar en contacto con ellos y tratar de acercarme lo máximo posible para interactuar de una manera diferente a la que yo podía ver que llevaban adelante otros chicos y otros adultos. Quizás tenga que ver con que en determinado momento de mi infancia, con tan sólo cuatro años y apunto de cumplir los cinco añitos, por motivos personales ─familiares─ me vi obligado a irme a vivir al campo con mis abuelos en donde definitivamente se marcaron para siempre mi carácter, mi afinidad y mi gusto por lo natural antes que por lo urbano y, podría asegurar sin temor a equivocarme, mi personalidad y mi forma de ser.
Tal es así que si bien en la actualidad vivo en una gran ciudad y no tengo ningún interés por el momento de alejarme de ella para optar por una vida en las afueras o directamente en alguna zona rural yo sé que esa esencia más "bucólica" (para llamarla de alguna manera) que anida en mí se traslada a gran parte de las decisiones que tomo de adulto y que marcan mi vida contundentemente.
Por esto hablaba de que las decisiones que uno toma y las cosas que uno elige en su vida lo marcan; y agrego ahora también que están directamente relacionadas con el bagaje interno y extremadamente personal que uno trae consigo de todo lo que ha caminado hasta el momento en el camino de su vida.
Tal es así que nunca opté por cosas por las que se inclinaba la mayoría de la gente que conocía. Y no para diferenciarme, o por mera rebeldía a hacer lo más común. Fue, sin dudas, porque no me encontraba absolutamente convencido ni atraído para inclinarme por tales elecciones, y porque las que me llamaban la atención y me atraían con todo su imán hacia ellas eran otras que por ahí el resto desestimaba por diferentes o extrañas.
Y sí, cada uno es como es. En determinado momento ─infancia─ no se elige la forma de llevar adelante la propia vida pero luego, de adultos, reconfirmamos que así debíamos ser, porque sino sólo bastaría con ponerse en mente cambiar de camino para así poder hallarse en otra forma de ser que bien podría encontrarse buscando entre una u otras hasta dar con la adecuada.
Dentro de lo que yo podía diagramar y digitar siempre me sentí a gusto con quién era, donde me veía ubicado con respecto a todo mi entorno y contexto, y con las cosas que veía que había obtenido sólo para mí ─internamente─ de acuerdo a las elecciones que había llevado acabo, en lo que al historial de mis recuerdos se refiere.
Mi vida ha sido un conjunto de decisiones tomadas no quizás "a troche y moche", como también se decía cuando yo era chico, sino en el momento justo (justo para mí, por supuesto) y sólo porque yo deseaba y necesitaba tomarlas; y nunca ─jamás de los jamases─ porque otros desearan que así fuese.
Por eso toda esta introducción previa para volver a expresar una de mis decisiones más importantes llevadas adelante hace más de tres años, que me ha acompañado y que se ha visto flaqueada varias veces pero que hoy, con más de cuatro décadas de vida encima, me tiene más fuerte y firme que nunca en su convicción y compromiso de llevarla adelante como una bandera inclaudicable de bajar y de esconder; haciéndome un ser más aceptable para mi propia aceptación con respecto a los demás pero en primer lugar a mí mismo, y convirtiéndome esencialmente en una persona más feliz y menos responsable del gran daño que se le hace al universo y, en especial a ellos, a los animales.
Yo elijo la vida vegana, entonces, porque no quiero lastimar a nadie y porque deseo poder mirar a los ojos a todos los seres vivos que cuentan con un sistema nervioso central ─que les produce sufrimientos pero también emociones y alegrías─ y seguir mi camino por esta vida despreocupado desde el lugar de que cada paso que yo dé no significará una ofensa, un maltrato o una discriminación para nadie, absolutamente para nadie.


lunes, 24 de octubre de 2016

La iluminación ante la confusión de la propia responsabilidad.

Todo es sensaciones confusas y encontradas, nada de lo de siempre; diferente esta vez pero no por eso menos confuso y digno de pensarse para asumir que constantemente, aunque de diferentes maneras, se van presentando las caras de una misma moneda para no hacer otra cosa que estar ahí recordando qué lugar se ocupa ─en el tiempo presente─ en esta vida, pero también oficiando de redescubridor continuo como disparador de nuevas posturas que se asumen luego, indefectiblemente, producto de las mismas (sensaciones).
¡Escritura que has llegado a mi vida para ponerme a resguardo de una implosión segura que no decantaría nada bueno y que hubiera lastimado mi tesoro más preciado y merecedor de protección, mi ser mismo! Después de todo si uno no comienza por amarse y valorarse en su carne propia nada bueno ni alentador puede esperarse que salga de sí mismo para con respecto al resto del universo; incluidos en éste otras personas, animales, naturaleza, medio ambiente, etc.
Saberse en determinado lugar es un síntoma de coherencia, o dicho en palabras más vulgares 'es no hacerse el idiota', pensándose en un punto de la historia personal que no es el que realmente se está atravesando. Ahora, si el pensarse diferente con respecto a la ubicación personal establecida sirve para caminar más liviano y luminoso, tampoco podríamos objetar algo determinante y negativo en ese modo de asumirse; siempre y cuando ─obviamente─ no se esté divagando de lo propio y permaneciendo en una burbuja que solo ofrezca engaño, del que no debe ser tolerado ni aceptado por muchas razones que son tan particulares en cada caso que ni serviría comenzar a enumerar en este momento.
Uno sabe por donde camina ─generalmente─ y, en ese caminar hacia el instante siguiente al que se encuentra, (uno) también sabe con quienes puede contar realmente y quienes están ahí para estar simplemente; para divertirnos, para pasar el rato, para reflexionar, para figurar en una apariencia que no se permiten desarticular por el mero hecho de que su vida es en gran medida aparentar, o simplemente para estar por costumbre y por miedo a no estar más; algo que no por eso es malo o de menor importancia pero que no hace al hecho de tener a alguien a sabiendas de que ese alguien está y estará siempre para todo y no que pasará a ser uno de los que simplemente están cada tanto.
Pero lo cierto es que cada uno sabe sólo acerca de sí mismo y nada más en esta vida. Uno sabe muchas cosas de su vida, porque ¿quién mejor que uno para saberse realmente en su vida? Lo trágico es cuando los demás creen saber mejor que el propio intérprete lo que uno siente, hace o es y nada ni nadie puede tratar de hacerles entender que eso ─saber a fondo acerca de uno mismo─ es algo que no les compete en absoluto siendo facultad determinante de cada persona en su auto conocimiento.
Yo, por ejemplo, no me arrogo jamás la capacidad de saber lo que los demás sienten para, partiendo de ese suponer de sentir, esperar algo de ellos y de no recibir lo esperado defraudarme ─con cierta y probada razón, en este caso─ de todos. Este es el principal problema de la media/alta de la gente que va por este mundo poniendo sus motores en los demás ─inconscientemente, o lo que es peor a sabiendas, para desligarse de responsabilidades por la propia vida y existencia─ y condicionándose a reaccionar en pos de esta modalidad de vida; olvidándose que deberían mirarse, interior y exteriormente, a sí mismos primero para luego de ahí en más ser felices o ser lo que quieran ser y entonces sí comenzar a relacionarse e interactuar con otros, ya relajados y solo intercambiando lo que sea con quienes se tenga enfrente y no interfiriendo o responsabilizando de alguna manera a ese interlocutor de algo que nada le corresponde asumir en tan escueto intercambio de experiencias; así sea toda una vida.
La lucidez brilla cada tanto en la confusión establecida como un faro que señala el camino hacia donde dirigir las propias fuerzas, y como el indicador de que se está en el rumbo apropiado aunque se creyese que se lo había perdido. Los demás jamás deben pensar que saben y que deben opinar sobre el fin que hará lograr la plenitud de los otros porque ese fin quizás ya se ha puesto en marcha mucho tiempo antes de que crean ─los demás─ que aún está "en veremos".
En fin, quiero quedarme y que nos quedemos todos con el párrafo que considero el más importante y revelador de todo el relato y que, a modo de cierre y puesta en valor de la idea que debería quedar de esta entrada de blog, repito para fortalecerlo y fortalecernos, ¿por qué no?
Yo, por ejemplo, no me arrogo jamás la capacidad de saber lo que los demás sienten para, partiendo de ese suponer de sentir, esperar algo de ellos y de no recibir lo esperado defraudarme ─con cierta y probada razón, en este caso─ de todos. Este es el principal problema de la media/alta de la gente que va por este mundo poniendo sus motores en los demás ─inconscientemente, o lo que es peor a sabiendas, para desligarse de responsabilidades por la propia vida y existencia─ y condicionándose a reaccionar en pos de esta modalidad de vida; olvidándose que deberían mirarse, interior y exteriormente, a sí mismos primero para luego de ahí en más ser felices o ser lo que quieran ser y entonces sí comenzar a relacionarse e interactuar con otros, ya relajados y solo intercambiando lo que sea con quienes se tenga enfrente y no interfiriendo o responsabilizando de alguna manera a ese interlocutor de algo que nada le corresponde asumir en tan escueto intercambio de experiencias, así sea toda una vida.

lunes, 17 de octubre de 2016

El derecho, y no el que se estudia.

Todos tenemos derecho a ser bien tratados, a que se nos valore y a que sea cual sea la actitud que asumamos en esta vida —actitud que solo concierna a nuestro ser y a las cosas que él mismo viva, además de las que intervengan para la propia realización y el crecimiento personal— los demás nos respeten y no opongan resistencia a nuestras elecciones por más cercanos, o con derecho a interferir, sean o crean serlo; más cuando nuestra vida no molesta ni interfiere en nada de lo que tenga que ver con la de lo demás.
Que siempre la postura de no entrar en el combate verbal o de la agresión es la llave para no salirse del eje armónico interno personal es la clave para abordar el camino a transitar cuando la mano se ponga heavy, no hay dudas, no queda otra. Porque veámoslo así: si nosotros entrásemos en ese circuito demoledor, de responder de igual manera ante agresiones recibidas, siempre lo negativo terminaría asentándose en el propio espíritu, ya que que al haber despedido maldad, así porque sí, aunque solo sea para tratar de interceptar de manera más piadosa las recibidas en primer lugar, no tendríamos descanso en nuestro interior al sabernos también partícipes de esa rueda viciosa que, básicamente, destila disconformidad.
Porque una cosa puede ser que, ante tanto oprobio recibido, se origine en la propia voluntad o reacción inmediata algo de mala onda, o falta de alegría si se quiere, al interactuar con nuestro... (¿cómo llamarlo?...) digamos con quien tenemos enfrente dispensándonos malos momentos, y otra muy distinta es ser emisor de maldad oral, gestual y conceptual, sin la necesidad de haber recurrido a ese lugar de agresor y adoptándolo por pleno placer y descarga emocional negativa —de vaya a saber que otros contratiempos que seguramente nada tienen que ver con los otros— de manera descarada; si bien convengamos que nunca es oportuno ni conveniente transformarse en alguien que profiera tales actitudes ni tres, ni dos, ni una vez, siquiera.
El amor que hayamos guardado y acumulado en nuestro cuerpo, mejor dicho en nuestro corazón, recibido por otros canales y atesorado como lo más valioso que podamos tener —aún sin saber en el momento de recibirlo que luego podría ser "utilizado" al prevalecer en nuestro ser ante tanta rabia recibida en otro momento— será el motor para no caer ni decaer ante nada, sabiéndonos protegidos por el universo y por ese amor, pudiendo de esta manera llevar adelante el feo momento y lo que decante de éste.
Quien sabe de sufrimientos y tempestades disfruta y goza de todo lo opuesto a eso —paz, tranquilidad, serenidad, silencio exterior e interior, armonía en el transcurso de las horas, bienestar espiritual— y de saberse lejos de cualquier confabulación dañina o falsa; y puede saberse y visualizarse en ese disfrute aún desde el mismo momento en que deba estar viviendo todo aquello que preferiría no haber conocido jamás, ni tener la oportunidad de contarlo o tan siquiera evocarlo en una idea.
Nada debe ser una queja que nos lleve a sentirnos impotentes o ─lo que es peor aún─ capaces de pensar que por algo recibimos lo que recibimos, mereciéndolo quizás por tal o cual razonamiento que solo la turbación y la flaqueza emocional pueden llevar a consentir en nuestros fundamentos.
Siempre fuertes, aún en la debilidad impensada, así hay que estar; siempre adelante, y no desde un lugar de fuerza o ímpetu fingido, sino desde ese que se aborda desde el amor recién mencionado y desde la paz interior de sabernos incapaces de merecer nada de lo malo que recibamos, sabiendo —a esta altura de la vida— que eso recibido inmerecidamente, y vaya a saber por qué motivos, es algo que no nos corresponde a nosotros asumir bajo ninguna circunstancia ni punto de vista.

viernes, 14 de octubre de 2016

El molde.

Cuando debemos tocar fondo ─tierra firme─ para dar el salto con envión y salir a la superficie que deseamos es un momento bastante letárgico que se demora muchas veces una eternidad. Por eso hay que ir haciéndose el bobo ─para uno mismo─ y así, como quien no quiere la cosa y como sin darnos cuenta, encausar esa intención de tomar ímpetu pisando la base de las flojeras y los fastidios para dejarlos bien allá abajo, y lejos de nuestra vida, y arrancar ─saltar─ en pos de alcanzar lo que se nos antoje.
Sirve y es permitido estar un poco en eso de postergar algo que sabemos que debemos hacer por nuestro bien, si sabemos también por otra parte que nada tremendo puede significar el hacerse el distraído y dejar pasar el tiempo antes de hacerlo. Así cuando llega el momento, en que sin darnos cuenta nos encontramos enfrascados en ir hacia "allí" y caminar con rumbo definido hacia un lugar concreto, ya nada detiene nuestro andar definido y decidido.
Es difícil vivir. Vaya novedad. Si nos hubieran avisado a que estaríamos expuesto en "este lugar" al que nos trajeron otras personas, por otros motivos diferentes a los que podríamos haber esgrimido nosotros, de poder haber llevado a cabo tal accionar, no sé cuál hubiera sido nuestra actitud.
Que la cosa es cuestión de suerte, en gran parte de los casos, seguro. Y así es y será siempre. Total nada se detiene ni nadie se inmola por nadie ni por nada de lo que pase con los demás, en este lugar en el que es difícil estar.
No imposible es sin embargo el hecho de darse cuenta y asumir ─muy pocos lo hacen, por otra parte─ lo despótico del rito de encajar en un molde preestablecido que nada tiene que ver con nadie ya que jamás se puede llegar a ser igual al otro y por lo tanto hacer lo que todos hacen, para sentir que "son", es algo ficticio e irreal aunque revista de la auténtica mirada aprobatoria y pontificia de lo normal y dignamente moral.
Que nadie se ha permitido salirse de ese estándar y que los que lo hacen suelen ser tenidos por extraños, diferentes y malogrados como integrantes de ese molde en el que todos, pareciera, se desesperan por encajar es la retórica definitiva.
Muchas veces el molde que acoge y delimita el accionar —reprimido— que se desea llevar adelante es el que termina ahogando a sus componentes/integrantes, transformándolos en meras piezas de ese engranaje gris y mecánico que solo lleva a metas, muy trabajosas, en las que se invierte la vida —se la deja ir en ellas— pero que no revisten de una verdadera celebración desde cada ejecutante de las mismas.
Intrascendente es sentirse fuera de un ámbito en el que no se desea estar ni entrar —pero que a la vez no se puede escapar, como una macro estructura fuertemente instalada en el inconsciente de todo ser humano— y entregarse a la demanda colectiva accediendo finalmente a pasar a encastrar en la rueda loca del común denominador en el movimiento de todo el grupo completo del molde.
Es para pensar, rever y preguntarse continuamente si se está en el lugar que se desea y si no ha pasado que sin darnos cuenta se ha abandonado el glorioso arrebato de ser quien brota de nuestro interior pidiendo aflorar y ser; solamente eso.

miércoles, 12 de octubre de 2016

¿Cuál es, después de todo, la desventura de saberse un ser triste?

Cuando la tristeza te abraza siento que hay que dejarla expresarse, tanto que si lo hace por algo es y su función ─si podríamos suponer que tiene alguna─ quizás sea la de limpiar y sanar ese alma corroída y rota por diversos factores.
Asumirse en ese estado es sano también para la propia existencia puesto que negarse a una realidad que impera en determinado momento del tiempo de nuestra vida sería en todo caso ir desviando la mirada, no para seguir de manera diferente sino para evadirse de algo que seguramente sería mejor enfrentar y entonces sí ─de ahí en más─ seguir.
Yo no admiro ni un poco a quienes pregonan una vida de absoluta felicidad porque estar siempre en el mismo lugar, así sea que hablemos de un estado para atravesar la vida, no es conveniente ya que se puede, en todo caso, caer en la vaguedad de vivir en una irrealidad con respecto al hecho de modificarnos continuamente, hecho éste que, en definitiva, no es otra cosa que vivir. ¿Siempre felices? Es ilógico e irreal. Pónganse a pensarlo...
En fin, he sido triste, lo sigo siendo, y lo seré hasta el final de mis días ya que además de que es en estos momentos ─los de tristeza─ donde mi ser pisa el sitio donde se encuentra de una manera más concreta y consciente ─permitiéndome saber quién soy, donde estoy y hacia dónde estoy yendo─ nada malo puede revestir esta forma de entenderse. Después de todo, ¿cuál es la desventura de saberse y sentirse triste?
Lo que los demás puedan opinar sobre uno es algo que debe tenernos sin cuidado, ya se sabe; y si uno se reconoce y sabe transitar su vida de la mejor manera posible ─llevando algo en el camino de su vida de manera que no le haga mal─ la cosa ya está encaminada (parafraseando la idea del camino).
Por último quiero aclarar, en pos de no caer en una contradicción, que todas las entradas anteriores de este blog en donde me expreso y hablo de la felicidad, como haciéndola algo inherente a mi ser, no son algo erróneo o sin valor por estos días ya que ser una persona triste no es sinónimo, ni mucho menos, de estar todo el tiempo en ese lugar o, para ser más concreto, ser un infeliz en la vida. Para nada. Simplemente que uno atraviesa diferentes momentos en su vida y entonces tiene el derecho a compartirlos desde su lugar actual ─actual al momento de compartir algo─ y porque también uno se va conociendo y asumiendo a medida que avanza en los años de experiencia personal y en determinado momento cae la ficha de como se es y entonces, al redescubrirse, se sientan nuevas bases para continuar; y porque siempre se crece y se cambia en la vida, hasta el último segundo de la misma.
Tener la capacidad de asumirse un ser triste es ubicarse en un lugar que nos hace estar más en la tranquilidad emocional, rayando la sensibilidad extrema y aventurándonos a que el radar del dolor pueda estar abierto y en actividad ─transformándonos en seres detenidos con respecto al tiempo del bullicio y de la velocidad actual de la euforia descompasada del día a día en lo que a experimentar se refiere, y de querer ir siempre a por más─ que a ir excitantemente a cada paso por la vida.
Y claro que tengo motivos por los que abrazar la felicidad, sin dejar por eso de ser un hombre triste, porque nunca una cosa invalidará a la otra, y porque quien no se centre y se conozca a fondo a sí mismo, pudiendo saberse auténticamente único y descubierto en su esencia, nunca podrá aspirar a nada; y ¿quién dijo que un alma triste no pueda aspirar a momentos in aeternum de felicidad?
Vamos evolucionando o retrocediendo en la vida, algo tan cierto como que respiramos a cada instante, por eso además, también podemos ir modificando en algunos puntos nuestro abordaje personal de la misma, aunque la esencia y lo que primordialmente pensamos solo se vea matizado y más o menos ornamentado según nuestras épocas anímicas. Nada más que eso.

lunes, 10 de octubre de 2016

Perritos abandonados. El dolor me tocó en esta oportunidad.

Soy una persona que pocas veces se acercó al dolor, en su real expresión tanto físico como emocional, comparado seguramente con los millones de seres que sufren muchas desventuras, de todo tipo, en sus vidas; algo que agradezco en su justa medida ya que el dolor también te hace crecer de una manera especial, más contundente. Por este motivo cuando uno ─en mi caso─ experimenta un gran dolor, un profundo pesar, de esos que se sienten en el pecho, estrujando el corazón, quizás si nos remitimos también a una comparación puede parecer un vano motivo comparado con otros, pero ─en mi caso─ con los antecedentes descritos, significa para mí una de esas veces en donde el dolor me toca de verdad.
Tal es así que este domingo que pasó sentí una profunda tristeza que puede ser traducida literalmente en un gran dolor; en una de esas veces en las que, sin lugar a dudas, el pesar se hace presente en mi vida.
Sigo triste aún, no lo voy a negar, y todo tiene que ver con movimientos que realicé en pos de cuidar a alguien que es extremadamente importante y fundamental en este momento de mi vida, es decir movimientos absolutamente justificados, pero que en un pequeño punto, ese que solo puedo permitirme para explicar mi dolor, hicieron que no hiciera lo que yo verdaderamente deseaba desde lo más profundo de mi ser.
La historia es así. El lunes de la semana pasada llegamos al parque con mi perro, un labrador retriever de ocho años y ocho meses que está conmigo desde los dos meses y medio de vida, y al rato veo una bola negra de pelos enmarañados ─tipo rastas de esas que se usan en el pelo pero enormes y gordas─ que andaba "rodando" por el suelo. Me acerco para ver qué era y descubro que, efectivamente y como lo había pensado, era un perrito súper pequeño que estaba solito en el lugar. Como al tratar de agarrarlo se me escapaba llamé a mi perro y, aprovechando que con él sí iba, en un descuido del chiquito, lo agarré para ver qué hacía luego con él, una vez que ya estuviera seguro en mis manos.
Preguntando a todos los que se encontraban en el parque, si eran su dueño o sabían con quien estaba, solo obtuve respuestas negativas; hasta que un joven que estaba recostado bajo un árbol me explicó que a ese perrito lo había traído una mujer y lo había dejado debajo de la copa de un árbol, abandonando luego el parque y abandonando al animal por supuesto, hacía algo así como una media hora.
Enseguida entendí que no había que tratar de encontrar a nadie específico, que estuviese buscándolo desesperadamente, y que en todo caso habría que tratar de "ubicarlo" luego de ayudarlo a recomponerse del mal momento que estaba viviendo.
Todo sucio, pegoteado con orín y heces que formaban finalmente esas rastas de las que hablaba, muy asustado y desconfiado de la gente ─de los humanos─ y solo permitiéndose estar junto a mi perro, yo debía devolverle un poco de su dignidad perdida, de manera urgente.
Fue así que lo llevé a la veterinaria más cercana para que le cortaran el pelo ─algo que yo jamás podría haber hecho por el estado casi gomoso de sus pelitos─ y luego entonces sí pensaría que hacer con él.
A las dos horas lo fui a recoger y me devolvieron un hermoso shih tzu mini, que se vino con mi labrador y conmigo para mi casa.
Ahí fue cuando comprendí que lo que sentía y tenía ganas de hacer era quedármelo, y que no había nada más que buscar porque ya mi casa era su casa.
Comencé entonces las tratativas para que mi perro, el que hace más de ocho años que comparte su vida junto a mí ─viviendo solo conmigo en un pequeño departamento, de un edificio como tantos otros de cualquier gran ciudad─ lo aceptara. Y la cosa comenzó como comienzan este tipo de relaciones entre un perro nuevo que llega a la casa de un perro que hace tiempo ─años─ que se encuentra en ésta.
El rechazo natural, la falta de interés por conocerlo, la puesta en marcha de varios límites a todo lo que tenía que ver con permitirle acercarse a sus posesiones (principalmente a mí), el desdén para relacionarse y las pocas pulgas en general demostradas para relacionarse, estuvieron a la orden del día de parte de mi perro con respecto al chiquito nuevo.
Y fue así que si bien nunca se mostró peligroso o complicado, más allá de lo que acabo de contar para interactuar, con el paso de los días se me ocurrió la apresurada idea de dárselo a mis padres (al perrito nuevo, claro) para que lo lleven a vivir a su casa, sin perros, con jardín y también con amor y cuidados. Las cosas con mi perro de más de ocho años no daban miras de mejorar y yo, que lo conozco tanto a mi labrador, lo comencé a ver más iracundo, abatido, estresado y diferente.
En fin, que me abataté porque siempre el afianzado de un vínculo de este tipo de relaciones nuevas lleva más de una semana, y este domingo que acaba de pasar vinieron mis padres, que viven a unos 150 km. de la ciudad donde yo vivo, y se fueron con Negro a su casa. (Negro es el nombre que le puse finalmente porque en aras de no encariñarme, quedando sujeto a ver si me lo quedaba o no producto de cómo se desencadenara la relación con mi otro perro, había pensado en no ponerle nombre pero en un momento determinado me encontré llamándolo de esta manera, o en su diminutivo, Negrito, porque de alguna forma tenía que nombrarlo, y fue así que me pareció que, por ser éste su color preponderante de pelaje, era el nombre que debía quedarle finalmente.)
Y así fue que experimenté el dolor del cual les hablo, ese que anida en el centro de mi pecho y me produce una angustia muy poderosa, del tipo de las que no te permiten hacer otra cosa que sentirlas porque sabés que no estás en condiciones de remediarlas ya que el contexto ─si bien tus ganas más fuertes apuntan a remediar lo hecho abruptamente─ no es el adecuado para que así suceda.
Y por ello estoy triste, que es lo mismo que decir, dolorido. Porque ese dolor que hoy para mí es el más fuerte y lamentable que pueda sentir me hace quedar impotente ante la posibilidad de optar por mi deseo más fuerte de volver a tenerlo junto a mí ya que en primer lugar está la necesidad de preservar el bienestar de mi primer perro que siempre fue el rey de la casa y ahora se veía vulnerado en ese privilegio que yo le concedí conscientemente desde el primer momento en que llegó a mi hogar, y por otro tampoco puedo andar jugando con los sentimientos de mi familia ─mis padres─ o lo que es peor aún, del pequeñito llevándolo y trayéndolo de aquí para allá como si fuera uno paquete o una mera mercancía sin sentimientos.
Tiene algo así como cuarto añitos el Negrito, eso me dijo el veterinario cuando lo revisó y examinó para ver cómo se encontraba. Me seguía a sol y a sombra, como también seguía a mi perro labrador aunque éste se lo sacaba de encima continuamente.
En fin, una hermosura de perrito. Que lo quería junto a mí para siempre. Que por las cosas de la vida que les cuento no se dio así. Que lo extraño. Que el dolor me tocó a mí en esta oportunidad, con toda su crudeza, de verdad. Pero, al saber que está bien en su nueva casa, hoy ya está comenzando a calmarse.

domingo, 2 de octubre de 2016

La música nos salva. ♪♫♪♪

Es cierto. El sonido universal que emana de cualquier tipo de melodía, transformada ésta en la música que llega para enriquecernos y sanarnos el corazón, nos cuida y nos pone a salvo de cualquier calamidad que podamos estar atravesado; como un salvoconducto dignificante que nos embelesará la situación de seguir adelante a como dé lugar.
Yo soy un tipo triste, eso lo tengo claro. Ando por la vida no llorando, por supuesto, pero sí de la manera que llevan los seres tristes. Pero afortunadamente soy un tipo muy musical también y en cada fibra de mi vida la música viene a sellarse como una identidad inamovible y extremadamente arraigada a mí, incapaz de ser abolida, prohibida, delimitada o cualquier otro tipo de movimiento que intente decretar que se la erradique de mis días.
La música, que ha estado conmigo desde que tengo memoria, es un canal de felicidad absoluto y por eso estoy seguro, al punto de poder afirmarlo sin temor a equivocarme, que sin ella no sería lo mismo vivir, en mi caso y en el de la gran mayoría de almas que van por este universo terrenal y espiritual, avanzando sensiblemente.
Si nos ponemos a pensar podemos darnos cuenta que es tan puro el sentimiento originado por el hecho de ser amantes de la música que, tomando como punto de inicio la idea de que calma y relaja a todos los bebés con solo involucrarla en su vidas por ejemplo, todos podemos pretender aspirar a una vida musical siempre y en el caso de cualquier existencia, sin excepción.
Solo redituará bienestar auténtico sentirla y dejarse llevar por ella, a la vez que dejarse fluir con ella también. Yo experimento tanto y es tan pleno y emotivo todo lo vivido a partir y a través de su abrazo que siempre ha mejorado mi vida y me ha permitido sentirme mejor, facilitándome también en determinados momentos poder extirpar de mi ser todo aquello que ni yo mismo sabía qué forma tenía o que, en definitiva, me estaba lastimando.
Agradezco tanto a la música, tanto, tanto, que mi vida es un ininterrumpido agradecimiento a esta magnífica manifestación de los sentidos; y junto a ese agradecer, sumo en este momento, otro que lo iguala o lo supera y que es la gratitud a ese amor puro y de bonanza especial que solo se halla en el afecto y la compañía de los animales, específicamente de los perros en mi agradecimiento puntual.
Por tal motivo, en mi caso (y por ello nombré recién, así de la nada, a los animales) ellos me han salvado (música y animales ─perros─) de muchas catástrofes de toda índole y por eso es que no puedo ser otra cosa que esto que soy: una persona musical, triste sí, pero musical, y por ende brillante en ese punto en el cual ni esa tristeza, que sé que prevalece en mi vida en más de una oportunidad, puede hacer mella en mí para que no me sienta afortunado y peregrino activo de este camino de la vida en aras de estar lo mejor posible la mayor parte del tiempo. Y, como lo dicho recién, soy además de musical amante de la compañía de los animales, esta es mi combinación exclusiva. Esto soy.
Resumiendo: La música es la fuerza, el amor y el brillo necesario para poder respirar y esperar siempre lo mejor, y yo agradezco ser musical. ¡Sí que lo agradezco!

martes, 27 de septiembre de 2016

Hay límites que no se deberían pasar jamás.

Quien ha traspasado el límite de permitirse decir “hasta ahí”, cuando bien se sabe que la palabra arrojada no vuelve más y en muchos casos es difícil de olvidar, y se permite decir todo lo que a su cabeza se le acerque, sin poner ningún filtro que tamice lo dicho, es seguro ─me atrevería a decir inevitable─ que piense, en algún momento de su verborragia verbal ─si es que, supongamos, podría llegar a pensar acerca de lo que hace y dice─ que sus palabras solo actúan en el otro como un descargo de su parte y que por tal motivo serán tomadas ─por el otro─ como simples e impulsivas consignas dichas en momentos que, producto de la ira, sabrán entenderse como frases sin el real significado de lo que expresan, al igual que otras ─palabras, expresiones─ que también puedan decirse pero que en realidad no revisten de mayor significado que el de una mera ofensa, para llamarlas de alguna manera.
Pero resulta que esto no es así, ni por casualidad, y todo lo que sale de la boca, con menor o mayor intensidad, es producto en cierta forma de lo que se piensa o se desea (decir).
Muchas cosas podemos tirarle al otro en su propia cara cuando de una discusión se trata; o no, porque también estamos quienes nada agresivo podemos decir, quizás porque hemos aprendido que con incentivar la hoguera del la discordia nada se gana, y si lo que realmente se desea es terminar a la brevedad con la disputa es conveniente centrarse en otra cosa más interesante que agrandar el foco de la pelea y arremeter con artillería pesada que solo hará arder más y más esa hoguera a la que acabamos de hacer mención.
Pero siempre son dos las partes intervinientes en este tipo de cuestiones, o tres o más personas, quienes se enfrentan o tratan de enfrentarse a toda costa para evacuar alguna frustración, algún enojo o sencillamente algo no resuelto que tienen dentro de sí; y por eso aunque una parte única de la rencilla trate de salirse por la tangente para dar por finalizado el desgastante ataque verbal, si la otra parte o las otras parten que intervienen no desean cortar esa efusiva descarga de odio, de poca utilidad será querer conseguirlo de forma inmediata.
Ya se sabe, escuchar y permitir ─no desde la bonhomía o bondad de hacerle el favor a alguien que por otra parte lo merezca sino desde el cuasi único lugar que toca asumir─ es generalmente el primer paso a seguir en estos albores de una gresca que podría extenderse in aeternum pero que si sabemos abordarla, manejándola nosotros aunque la otra parte no se dé cuenta de ello, puede acabar a la brevedad, por agotamiento o falta de recursos verbales y/o estructurales para seguir destilando la furia.
Tal es así que tampoco debe darse vital importancia a lo escuchado; pero no para dar la razón implícitamente a quien agrede y podría llegar a suponer como lo hemos visto al principio del relato que decir lo que venga a su mente está bien con tal de tirar palabras lacerantes que duelan y toquen puntos concretos en el otro, sino para estar, la parte agredida, protegida ante tanta desazón que podría producirse al escuchar expresiones que en el momento pueden llegar a parecer que nadie más las diría a otras personas pero que, seguramente amigos, más de uno o de una debe escucharlas gratuitamente ─lo gratuito haciendo alusión a que nada se ha hecho para ser merecedores de tales improperios─ tratando de sortear en el momento, y con los recursos que se hayan adquirido de la triste experiencia, momentos oscuros, entonaciones groseras, malintencionados tratos y la recurrente falta de respeto que siempre se hace presente en toda discusión; ya que lo único que se desprende de éstas es la pérdida de la compasión y del poder ponerse en el lugar del otro para sentir ─simplemente eso─ y continuar de una manera diferente, no cayendo justamente en esa detestable discordia, nunca bienvenida y siempre despreciable.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Estoy triste.

Estoy triste porque todo eso que viví en mi infancia ya no tiene lugar en este tiempo de la adultez; porque haya experimentado o no todo lo que un niño debe experimentar al nivel de sueños, fantasía, emociones y magia ─todas vivencias recomendables a atravesar en cualquier niñez─ sé que ahora, de grande, aunque quiera retrotraerme espiritualmente a ese estado jamás podré conseguir alcanzarlo.
Estoy triste porque cuando uno avanza en el camino de la vida y accede a otro tipo de experiencias, contactos, vínculos, tratos, relaciones, y todo lo que viene acompañado del hecho de crecer y alejarse paulatina pero inexorablemente de los días de niño, uno se aleja de ese ángel que acompaña a cada niño, ese ángel que nos permite ─cuando infantes─ no poder ni tener que fingir acerca de nada y por nada, viviendo todo naturalmente y en el estado más auténtico que fluya de nuestro ser interior, sin ningún tipo de auto censura o de descarte “racional”, algo que tristemente rige el tamiz de los mayores la mayoría de las veces.
Estoy triste porque siento que gran parte de mi ser se resiste a alejarse de ese lugar que no deberíamos abandonar jamás por ninguna promesa que nos auto hacemos implícitamente ante el universo que creemos vislumbrar que nos espera en el momento de alcanzar la aridez de la edad adulta, y porque en otro porcentaje, menor pero porcentaje considerable al fin, siento que inevitablemente me he alejado de ese niño en su máxima esencia ─máxima expresión─ que vivía solo para ser feliz, pasar buenos ratos, divertirse y no buscar ni necesitar de otra cosa o incentivo superfluo para vivir.
Estoy triste porque son contadas las advertencias que vivo, como le sucede seguramente a todo adulto cuando infelizmente se aleja del momento de la inocencia, que me ponen en sobre aviso de esto que experimento ahora y que, quizás felizmente aunque suene contradictorio, me hacen parar y darme cuenta que tengo que hacer algo ahora ─¡ya!─ para frenar la contaminación de ir avanzando y transformando mis días de esta manera y ponerme a pensar nuevamente en que finalidad me he planteado para mi ser, y por tal motivo para mi vida y la de todos los que compartan algún tipo de experiencia, trato, vínculo o afecto conmigo y acercarme a esto otra vez.
Yo no soy ni quiero ser un inmaduro que se ha quedado sin crecer acorde a la vida que va pasando bajo sus pasos, para nada, y por tal motivo mi tristeza va por otro carril; yo necesito seguir emocionándome y creyendo en la magia de que nada debe ser tan estipulado u organizado para poder proveer felicidad, y que con lo natural, el misterio también ─porqué no?─, y la maravilla de sólo prestar atención a todo aquello que realmente a uno le interese ─no a lo que está decretado que debe ser lo consultado, buscado u obtenido─ bastará para alcanzar la felicidad más sincera y necesaria para vivir.
No quiero estar triste porque mientras haya un minuto más para seguir andando siempre se estará a tiempo de modificarse y volver al lugar que uno añora, siempre y cuando sólo dependa de uno poder reubicarse y sentirse allí; por eso esta tristeza me viene muy bien porque me produce el sacudón que mi alma y mi cuerpo necesitan para salir del letargo de estar espiritualmente (en muchas ocasiones de mi vida) donde no deseo encontrarme, abordando cada momento siendo alguien, algo, que no soy y que reconozco ajeno a mi verdadera existencia ─espiritual.
Momentos felices, por lo tanto, son éstos de tristezas inesperadas y desencadenadas por algún factor extraño y ajeno a mi verdadero ser. Y estoy triste, y no quiero estar triste, y por tal motivo ─soy un individuo altamente pragmático en pos del cambio consciente y la modificación positiva─ comienza en mí la reestructuración de volver a las bases de la vida de todo ser, base que no pide más que ser feliz generándose la dicha de manera simple ─para nada snob, presumida, materialista y sin exigencias que no llevan a otro sitio más que el de la insatisfacción permanente─ agradeciendo el hecho de haberme dado cuenta de todo esto, algo que ya es suficiente motivo para una primera gran y merecida alegría en el retorno a ese camino de la fortuna (entendida como bonanza, satisfacción y bienestar) que hube abandonado y pude darme cuenta necesito urgentemente para vivir.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Solos entre tanta gente.

A ver si nos ponemos de acuerdo. La vida es un devenir de frustraciones, pequeñas o enormes, que se van dando desde el primer momento en que llegamos a este mundo y que se renuevan diariamente cada día que nos levantamos para enfrentar la nueva fecha en el almanaque o calendario, como más nos guste llamarlo.
Que uno es esencialmente el reflejo de todo su pasado es cierto, porque uno se ha ido formando y forjando a conciencia, y a despreocupación pura también, para llegar a ser eso que ve frente al espejo, frente al que nos devuelve una imagen puramente física y frente al otro, el que nos devuelve esa imagen que sólo uno mismo puede ver y reconocer ante tantas capas que nos recubren en esta vida moderna en donde nadie es auténticamente ese que es, por más que quiera ser transparente y auténtico desde su fibra más íntima para no hacer aquello que detesta ver ─imaginar─ en los demás. Al fin y al cabo todos somos lo mismo, personas que vamos queriendo agradar desde todos los ámbitos posibles para no sentirnos tan solos, tan tristes y en definitiva tan mal.
Nadie sabe que sería exactamente lo que mejor le haría porque de ser así no se estaría siempre en esa búsqueda que lleva a continuar siempre adelante pero que en claras cuentas no se podría definir exactamente hacia dónde va. Porque ¿qué es la vida sino una continua investigación para llegar ─no sin mucho trabajo y empeño─ a un descubrimiento y de ser éste positivo y acogedor permanecer en él para terminar desechándolo en algún momento en tren de iniciar nuevamente la búsqueda hacia otro nuevo descubrimiento que nos haga pasar las horas de nuestros largos (aunque a veces parezca que se pasan volando) días en esta tierra?
Uno está solo, sí, solo con su alma para todo, porque podemos estar acompañados en diversos momentos del día, o de nuestra vida para ser más amplios, pero siempre es en "ese momento", ese en el que nada ni nadie más que nuestra esencia puede permanecer junto a nuestro cuerpo para llorar, reír, sufrir o disfrutar ─ya que no le compete a nadie más compartir "eso" que es absolutamente de uno─ en el que somos sólo nosotros y nadie más.
Vivir es entonces un camino arduo, tremendo (salpicado con sus gratificaciones y momentos de plenitud o sentir inmejorable) porque básicamente vamos por aquí para enfrentarnos a todo lo que deba aparecer para continuar con esa formación que iniciamos desde pequeñitos, cuando todavía ni sabíamos a que comenzábamos a exponernos por el mero hecho de haber llegado a un lugar colectivo llamado mundo, insertos ─nosotros─ en un sitio personal y delicado al extremo llamado vida.
Y así y todo la vida que nos ha tocado es lo mejor que podemos esperar; no hay otra y no queda otra, y es nuestro metier saber ir dándole la vuelta a cada golpe o feo movimiento del destino para poder esquivarlo o enfrentarlo de lleno sabiendo que nadie muere en la víspera y que todo puede ─debería─ ser transformado en algo que sólo nos haga bien y nos ayude, lágrima de por medio también ¿porqué no?, a ir sin ninguna carga emocional negativa que solo empeore el tránsito por este lugar y no lleve a ningún puerto digno de arribar.
En fin, la vida, algo tan grande y, según se la lleve adelante, tan vasto o escueto, debe ser siempre motivo de querer estar en ella porque, ya se sabe, nadie va a venir a apretarnos el gatillo pero tampoco nadie vendrá para ayudarnos a sostener la copa de logros ─felicidad, armonía, empatía, amor, crecimiento personal─ que sintamos haber alcanzado.

lunes, 29 de agosto de 2016

De eso se trata todo esto.

Yo muchas veces creí que mi vida era la peor que le podía tocar a alguien, y hablo de otro tiempo, en el que pensaba esto, claro; pero el hecho es que yo estaba convencido que todo lo que me pasaba sin que yo lo buscase o generase ─al menos en forma consciente o explícita─ era producto de tener una vida miserable que aunque por otro lado ─el que se ve, el exterior─ no se pudiera observar a simple vista yo la sentía y experimentaba, algunos días de la semana, siempre, indefectiblemente.
Y lo importante, a mi entender, en este caso es que ni en esos momentos, que fueron definitivamente terribles a nivel espiritual y armónico para mi Ser, como decía, ni ahí experimenté una tristeza amenazadora que me impidiera ver que la dicha y la felicidad corrían por otro carril muy diferente a ese miserable que teñía mi vida de dolor, agravio y pesar; sumándole también humillación, ofensa, falta de respeto y horror ─y porque no vejación─ de manera descarada y gratuita.
Y todo esto viene a colación de algo que fue, es y será siempre un pilar de mi vida, que es entender ─y seguir entendiendo cada día─ que una nube pobre, triste y sumamente opaca no puede nublar el camino entero que voy haciendo con tanto esfuerzo para ser cada vez mejor y sentirme siempre un poquito más a gusto que antes.
Porque uno debe valorarse no sólo desde el lugar de quién únicamente se provee y se garantiza lo mejor en su vida sino desde ese otro lugar en el que permitiéndonos vivir lo que sea que se vaya generando en el camino siempre lo vivamos y lo transformemos todo en algo que nunca represente ni un ápice de fuerza negativa, por más mínimo que sea, en ese nefasto fundamento que tienda a justificar una vida triste.
Y si hablo de que en otro tiempo pude darme cuenta de esto no quiero decir que ahora no lo deba reforzar a diario en nuevas experiencias donde este saber que vino a mí deba ser nuevamente aplicado concienzudamente a mi vida en algunas nuevas o reiteradas experiencias traumáticas; porque es así esta vida y parte de ella transcurre en el reafirmar nociones que hemos adquirido a fuerza de torcer feas vivencias, y volver a aplicarlas una y otra vez, agiornándolas y reforzándolas en cada nuevo uso.
Vivir, amigos, de la mejor manera que se pueda. De eso se trata, después de todo, todo esto.

sábado, 20 de agosto de 2016

No se es nada.

No se puede estar todo el tiempo destilando mala onda. No se puede. El tiempo hace que quien sea portador de tanta mala onda y tanto enojo ─al menos con una parte, siempre con la que lo padece─ se vuelva insoportable.
Podemos entender un poco de mala onda cada tanto, que se yo, así como también se puede comprender que alguien no pueda estar de buen humor o con el mejor de los talantes siempre, pero de ahí a estar viviendo en una emoción negativa constantemente es algo completamente diferente e infundado, además de indigno.
La agresión debe ser canalizada de manera positiva, redituable, es decir con actos que lleven a expulsarla del propio organismo para transformarla en algo ─si se quiere─ bueno, como podría ser relajarse escuchando la música que más nos guste o también fusionando esa agresión en cansancio haciendo una actividad física para quitarse ese feo cúmulo de cosas malas y sentirse mejor. No sé si estaré en lo cierto pero me parece que así debería abordarse este tema en cuestión.
Es la vida que toca, pero también la que se puede llevar de mejor manera trocando lo malo por lo bueno. Siempre se puede llegar a cambiar algo, pero la determinación debe partir del querer hacerlo, no hay dudas con respecto a este tema.
¿Y saben qué? Quien sea de una manera despreciable en las mayores horas del trato con uno, por más que con otro/s sea la mejor persona, siempre será eso que muestra al menos con uno solo. Porque en la vida se es transparente y auténtico siempre O NO SE ES NADA. ¡Joder!

jueves, 4 de agosto de 2016

He dicho. A otra cosa. Nos vemos pronto.

La pedantería y la desfachatez son dos cosas que siempre me parecieron ridículas y rayanas con la comicidad, aunque pueden ser muy bravas y agresivas también en algunos casos.
Yo considero así a este tipo de reacciones porque afortunadamente puedo afirmar que no poseo ninguna de las dos ya que el sólo hecho de sentirlas, siendo llevadas adelante por alguien más que no sea yo, claro, me pone de una manera que jamás me permitiría poder adoptar tales desbarrancos en mis reacciones o impulsos personales. En fin, que no las tolero en otros entonces mucho menos podría cargar con ellas.
Por tal motivo cuando soy mero espectador de este tipo de situaciones que incluyen alguna de las dos maneras de moverse frente a los demás ─o las dos─ trato de quedarme siempre con la beta risueña o cómica (por darle alguna denominación a la cosa en cuestión) para no enervarme o pasar a sentirme mal. Porque convengamos que presenciar tales momentos, ya sean dirigidos hacia terceros o hacia uno, no puede dejarnos imparciales si asumimos adoptar la postura de quién no deja pasar sandeces porque sí sino que les hace su juicio ─exprés─ porque no se puede no hacer otra cosa ante tamañas actitudes de impertinencia.
Vino a mí esta reflexión, que quedará solo en eso, porque uno siempre vive instantes ─fugaces o prolongados─ en donde la pedantería y la desfachatez están a la orden del día; y cómo podrán imaginar no me he salvado de presenciar una triste y tragicómica función de este "teatro" de la baja estofa, en algún momento cercano a éste.
He dicho. A otra cosa. Nos vemos pronto.

miércoles, 3 de agosto de 2016

Miseria.

La miseria llega a todas partes. Siempre.Voy caminando por la calle, llego a una plaza, entro a un edificio, a un shopping, y ahí está, ahí la veo. Porque si algo repara en la más mínima atención propia, y no es la belleza, entonces es la miseria.Y la miseria en cualquiera de las formas en las que pueda presentarse.
Ver a un joven (el de la foto 
que ilustra esta entrada) de poco más de 20 años, perdido, en vaya a saber que enfermedad o síndrome, balancearse continuamente, parado en uno de los bordes de una fuente de agua que no funciona en una plaza de mi ciudad, gritando de a ratos, sonriendo siempre, sufriendo ─aunque se lo vea feliz, divertido─ la trágica escena diaria que él representa y que el destino, o la vida en cuestión, le ha deparado. Miseria.
En la calle otro tanto. La gente, en su mayoría, que va con un andar estereotipado en su afán de ir, porque así está dado el mundo. Agradando al otro, sin llegar a ser auténticamente quien se desea, en ese loco afán de ser para el otro. Viviendo vidas que seguramente no desearon vivir jamás, o que al menos no son como las que imaginaban o soñaron, si es que alguna vez lo hicieron, soñar; cuando aspiraron a algo, si es que en algún momento lo hicieron, repito, soñar. Alardeando soslayadamente de una individualidad que el mundo, decretado en lo colectivo de los tiempos ─como las modas─, borra al instante insertando cada vez más a todo ser en su colectivo devorador. Miseria.
Lugar de la congregación de lo peor y más vil del ser humano como el centro comercial, llamado shopping en esa loca ventura de adoptar modismos, palabras y expresiones extranjeras para ─sin darnos cuenta─ acrecentar ese colectivo mundial y devastador que no nos hace a todos iguales, ni mucho menos, sino que por el contrario nos separa y marca determinantes diferencias, hay pocos. Aquí la asquerosa levedad de ser se plasma en todo su esplendor caricaturizando y satirizando la vaciedad del hombre que solo brilla en el mundo ficticio del glamour al que intenta llegar, que se malentiende como una caricia al espíritu o un mimo personal que nos hace bien y reconforta, cuando solo viene a empobrecer el alma nuestra que viene rayando la hosquedad de arremeter contra estos estímulos inventados e insertados en nuestra cotidianidad con el fin de distraernos de lo realmente importante. Ánimas que andan sonrientes por los pasillos y diferentes plantas de estas edificaciones del mercado consumista (que pueden tener cayos, mal aliento, olor a transpiración, caspa y seborrea, verrugas y tantas otras cosas) pero que estando ahí se sienten en el apogeo de lo chic y lo cool, solo pueden dar pena y cierto asco. Miseria.
Personas que no llegan a tener lo básico en su vida, a pesar de empeñarla en horas y horas de trabajo que no los hace plenos ni mucho menos y que los consume en tren de no alejarse de la norma establecida que vino a descargar su artillería contra el individuo que nunca será el beneficiado de lo que las grandes corporaciones y empresas, incluido el estado, tienen en mente para fortalecerse y ganar ellos sí lo que desean, hay millones. Personas que pueden ser muy buenas y puras de espíritu, sin una maldad que las distinga del resto, pero que al no vivir dignamente su vida diaria y no poder generar una vida de mejores condiciones para quienes tienen a su cargo ─cuando así se da en algunos casos─ solo revisten su existencia de la más mugrienta y desagradable sensación de existir. Pobre gente. Miseria.
Personas con mucho dinero, ricas, multimillonarias si se quiere, que en esa nube de estatus o bienestar asegurado solo construyen una madriguera de carroñera satisfacción. Satisfacción a instancias de otros que no la encontrarán jamás, satisfacción de auto egoísmo generado sin una delimitación o puesta en evidencia que los devele, satisfacción de poseer y en ese poseer no entender que se está cayendo en la absoluta pobreza de quienes, vacuos en sus actos y vacíos de generosidad, irán siempre por la vida destilando excentricidad, bajo nivel —de aquel que verdaderamente viene a sumar en esta idea de un bien, una persona en este caso, que se revaloriza por los bienes (no materiales) adquiridos— y fanfarronería, aquí sí del mejor nivel. Riquezas. ¡¡Puaj!! Miseria.
En fin, miseria por doquier en un mundo que trata de taparla todo el tiempo y que tiene como fin generar todo tipo de inventos para ocultarla, distraer de ella y confundir a sus poseedores.
¿Que nos roza a todos? No, 
reformulo la pregunta, mejor: ¿Que no abraza a todos? —claramente hablando de la miseria como estado propagado a diestra y siniestra─, sí, definitivamente, a todos. Y no es cuestión de pesimismo o de intolerancia al ritmo de estos tiempos de la era moderna que cada vez se modifican con mayor velocidad y estruendo sino de realismo, y no por eso realismo hiriente, parándonos frente a este crisol de inventos —incluido el humano, que en algún momento, sea como fuere, apareció— que viene a formar parte de esta paleta de tonalidades que, pensándolo bien, el pintor que tuviese la tarea de tenerla en su mano para comenzar su obra no tendría una tarea nada fácil.

jueves, 7 de julio de 2016

Sencillos misterios de la vida.

Es increíble como
cuando una persona
te tira buena onda y buena energía,
aunque sea alguien absolutamente desconocido,
puede cambiarte el día.


Es increíble y hermoso.
Y felizmente a veces así sucede

jueves, 30 de junio de 2016

¡Hermosa!

Ella lo "dice" tan lindo...



Sale el sol.

Siempre después de la tormenta sale el sol, también en lo que hace a los contratiempos que sufrimos  ─como personas que somos─ y que nos encontramos a lo largo de nuestra vida. Es cierto. Y a veces ese sol tarda un poco más o un poco menos en aparecer nuevamente pero siempre sale. Y ese "salir" no significa otra cosa más que comenzar a sentirnos bien y experimentar sensaciones buenas en el cuerpo que, quizás, antes se encontraba un poco apagado o consternado.
Es respirar más relajadamente otra vez, luego que todos los suspiros y bocanadas de aire inspiradas y exhaladas hayan trabajado por motu proprio quitando de nuestro organismo eso que no necesitábamos y que muy posiblemente habíamos acumulado o recibido por vivir malos ratos y padecer algún tipo de nerviosismo, angustia u opresión.
Porque bien sabido es que el cuerpo solito se encarga de encaminarse a un mejor estado, auto protegiéndose y brindando la mejor curación para estos casos de malestares del alma; y si se lo ayuda y se dispone de las armas que pueden acelerar y optimizar esta recuperación —básicamente ganas y convicción de querer lograrlo— el resultado positivo ya es un hecho.
Hoy específicamente, y varios días después de haberme sentido abatido, puedo decir con todas las letras que me siento mejor, que me encuentro bien; y caminando junto a mi perro por la calle antes de ir a dormir, mientras escribo esta entrada de blog que publicaré seguramente al llegar a casa para transmitir y compartir la esperanza de que siempre se puede superar algo que nos duele y que hacerlo es sumamente gratificante e importante para estar bien y cuidarnos, corroboro que cuando se está limpio de conciencia y sereno en la vida ─física y espiritual─, aunque haya vaivenes o subas y bajas, como en cualquier camino que se trata de transitar de la mejor manera posible, todo puede llegar a ser más fácil aunque de entrada parezca que va a costar y duela bastante ese tiempo previo al de comenzar a sanarse.
Por último quiero decir, a modo de recomendación, que la ayuda silenciosa, y esencialmente de amor concreto y presencial, que he encontrado en mi perro —el ya mencionado compañero que camina junto a mí por la ciudad mientras escribo estas líneas— es de los mejores bálsamos para estar siempre fortalecido y en eje en las cuestiones de valorizarme y creer en mí mismo, además de ser esencialmente una compañía inmejorable que gana en comparación a cualquier otro tipo de compañías, en mi opinión, claro está. Así que tengan esto en cuenta. Los animales en general, los perros en mi caso, son lo mejor que le puede pasar al ser humano en esta vida tan estresante y "posmoderna" que vamos viviendo cada día.
Así que desearía que estas ideas vertidas sirvan para colaborar ayudando a fortalecer la noción de que no hay que desanimarse ante un pesar, por bravo que éste sea, porque todo pasará; sabiendo que podremos estar mejor que cuando ─por el motivo, persona o circunstancia que fueran─ nos hayamos quedado en un estado que necesita ser superado para poder continuar bien; ni más ni menos que como es debido.

miércoles, 29 de junio de 2016

La escritora que dibuja con letras.

Los cuentos, relatos, de Griselda Gambaro tienen ese toque que los hace pasar a ser momentos que ─mientras se los lee y tiempo después de hacerlo─ se transforman en un río de imágenes que no se puede evitar permitir que siga su curso.
Leer siempre ha llevado a los lectores a diferentes mundos, a diferentes emociones, y a un montón de estados y lugares comunes más. Pero, justamente, muchas veces los relatos solo nos llevan a situarnos en lo antes descrito sin poder focalizar la imagen concreta de lo narrado, en lugar de ponernos frente a las hojas como si estuviésemos frente a una pantalla de cine viendo claramente la historia que leemos —no queriendo decir con esto que lo leído en esos casos sea malo o carente de expresión porque no nos lleve a identificar contundentemente una escena sino sólo a encontrarnos en una vaguedad emocional que la mayoría de las veces nos deja movilizados y nada más─.
Vale una salvedad y aclaración en este momento del relato para corroborar que en cualquier tipo de ─buenas─ lecturas nos transportamos y viajamos con éstas, y la diferencia puede estar en que con algunas quedamos en el sentirnos quizás todos inmersos en ese relato y con otras podemos además observarlo todo desde afuera viendo claramente cada detalle de lo contado gracias a la descripción obtenida.
Bueno, Gambaro nos permite tomar este lugar y sentirlo en carne propia pero sin dejar de estar mirándolo desde un hito apartado, y es ésta realmente una virtud. Y hablo de hacer de las letras imágenes concretas, específicas, puras y absolutamente visibles.
Yo soy lector empedernido ya que no existe momento o época de mi vida en la que no esté leyendo uno, dos y hasta más títulos de cualquier género literario. Pero cuando por ejemplo de libros de cuentos se trata, en los que es fácil comenzar y terminar determinada historia pudiendo pasar a otro libro para después retornar al anterior sin haber perdido el hilo de nada ya que la historia leída terminó en su momento, esto de estar leyendo varios libros a la vez se vuelve absolutamente fácil por el mismo tema de que no hay que estar recordando la historia dejada en el libro anterior, como decía recién, porque al volver únicamente será menester comenzar con una nueva, la siguiente, que forma parte este compendio de cuentos y relatos.
Decía que soy un lector empedernido y por lo tanto en mi vasta lectura que va desde un José Lezama Lima o una J. K. Rowling pasando por Margerite Duras, Italo Calvino, Clarice Lispector o Ian McEwan, hasta un Roberto Arlt o un Mai Jia, por citar algunos nombres, me he encontrado con diferentes estilos y abordajes de narraciones y siempre de todos he obtenido lo más brillante y lo más oscuro que se escondía en ellos ya que esa también es la tarea y la misión de los lectores. Por eso, cuando el brillo es tan grande que permite dibujar y observar como en una película lo que se va leyendo es necesario resaltarlo y comunicarlo a los demás porque quizás haya alguien que pueda interesarse en leer y ver este tipo de relatos tan gráficos que, una vez descubiertos, serán del total provecho para el afortunado lector o la afortunada lectora.

martes, 28 de junio de 2016

No se daña a quien se quiere.


Muchas veces ocurre que son tantos los golpes recibidos por alguien ─que jamás serán descubiertos al no ser golpes físicos─ que provienen solo del hastío personal ajeno, que quien los recibe no puede hacer otra cosa que quedarse azorado ante tanta infelicidad y desgracia, ajenas.
Todo el tiempo ejerciendo una violencia psicológica sobre el otro, por problemas personales no resueltos y que solo hacen que se carcoma el alma y —porqué no— también la existencia toda. Porque si una persona se dice plena y absolutamente desarrollada en el afuera, pero es todo lo contrario —a niveles bestiales y malvados— en la intimidad (basándonos en la idea de que uno "es" aquello que se es siempre) entonces no se es lo proclamado a los cuatro vientos si cuando no corre tan siquiera una brisa ─por estar dentro de cuatro paredes─ se es algo absolutamente opuesto y desagradable a eso que auto embusteramente se cree ser.
Escribir puede ser un canal de muchas cosas y para muchos fines. Sabemos que escribir —y otro tanto leer— puede salvar en cierta medida muchas realidades de no perecer en la opresión y agresión que se puedan vivir; ya que de más está decirlo que sobran motivos para entender (en un contexto de realidades diversas) que cuando prima el desagravio y la ofensa —ambos injustificados y sin ningún motor que los lleve adelante más que el descontento personal y el pretender ocultar tal descontento— el momento, para todos los que no sufren ese descontento, se vuelve muchas veces intolerable.
Así que por eso se escribe, por eso y porque expresarse es una de las mejores cosas que nos pudo pasar a los seres vivos en general. Y por lo tanto hacerlo en lo bueno y luminoso como en lo malo y oscuro es un momento que, bien abordado, puede llevar a cambiar realidades, al menos momentáneamente, en un principio y como se pueda, y eso ya es algo.
Porque la realidad que a uno lo constituye es también aquella que logra filtrarse aunque sea por una fracción de segundos en su vida; es decir, si uno se enoja, se amarga u odia en muchos momentos, eso viene a formar el todo de la propia realidad en la que alguien, por ejemplo, aunque en otros ámbitos se muestre amable, servicial y adorable no puede creerse —auto proclamarse— el mejor de los seres sobre la tierra si se tiene por otro lado tanta cosa fea dentro que se larga en momentos específicos y con personas específicas también, a conciencia, reiteradamente a lo largo de su existencia.
La vida es ─muy seguido─ motivo de malos momentos, porque ninguna vida será todo el tiempo positiva o brillante, se sabe; pero esos momentos no deseados sólo pueden ser tolerados o avalados cuando nos sorprenden o se presentan por condiciones ajenas que no se pueden evitar bajo ningún punto de vista y cuando uno y todos los que lo rodean a uno hacen lo necesario para que esa situación acabe lo más pronto posible, y no cuando son generados por otro/s, pudiendo ser evitados y, lo que es más importante, revestidos de una brutalidad que atenta contra la serenidad espiritual, hecho todo esto de forma calculada e intencional.
Aquello que universalmente no es justo en ningún lugar del mundo no debe naturalizarse como una práctica que deba ser tolerada en ningún otro lugar tampoco. Los dolores que alguien se acostumbre a padecer podrán ser en primera instancia metas superadas para no sentirse o pasarlo tan mal pero con el tiempo serán lastimaduras que irán marcando esencialmente el alma de quien lo acepte en su vida.
Después de todo hay gente que nació problemática o que se fue formando a lo largo de su vida hasta alcanzar ese grado de 'máxima exquisitez' en el nivel de embromarse la vida por cualquier cosa, como nutriéndose de estos disturbios para poder continuar y tener más fuerza para tomar la próxima curva ─de la agresión─, y no habrá nada ni nadie que la cambie o la tuerza de ese camino porque se cree la mejor por su sapiencia, su bondad, y sus virtudes humanas, negando todo lo demás que viene a lacerar gravemente a otra/s persona/s.
El camino de la vida está plagado de todo tipo de gente. Quien escribe, asimismo, es también ─seguramente— alguien objetable para alguien o algunos más; y de eso se trata andar caminando y sorteando algunos baches en la ruta, pero siempre que se trate de cuestiones en las que no se coincida con alguien por determinadas cuestiones y aspectos o algo así para no terminar de aceptarse, y nunca por motivos de herir a propósito a alguien con el único fin de… la verdad, no lo sé, ¡vaya a saber con qué fin!
Y sin caer en la utopía ni en nada que se le parezca —no se está pidiendo tampoco encontrar un arcón con monedas de oro en la base de algún arco iris— sería tan lindo prescindir de todas esas cosas horribles (horribles por lo ofensivas y humillantes) que ensucian y vician la vida de algunos seres humanos para poder ir, ahora sí, con peleas o disputas comunes, que se puedan originar entre cualquier par o grupo de personas, pero no esquivando y protegiéndose de infundados ataques ─siempre de una misma parte hacia otra─ que sólo apuntan a desmerecer y calumniar la vida del otro, su dignidad, y todo lo bueno y luminoso que pueda existir en ese blanco de ataque que representa el objeto de la agresión de una persona en cuestión.

domingo, 5 de junio de 2016

Sabor amargo para mi perro y yo, por culpa de unos inquilinos.

Que cuando a alguien no le guste un perro su reacción, ante la proximidad de uno, sea la de comenzar a expresar palabras del tipo: "fuera", "cucha", "salí", "juiira" (en clara alusión a la palabra "fuera" pero esta vez deformada en una muestra de encontrarse poseído ante la cercanía de un cánido) sólo expresa una terrible falta de respeto hacia quien acompaña a ese perro, más cuando esta manifestación aparece luego de un intercambio de palabras y cuando en otros momentos esta persona que se muestra desahuciada por el contacto con un perro se mostraba —otrora— simpática, sonriente, y muy amable al lado del can y su dueño.
Todo esto nos sucedió a Boro —mi perro— y a mí, bajando en el ascensor de nuestro edificio, con unos vecinos (una pareja relativamente joven con una pequeña de no más de dos años ) que tuvieron que compartir el trayecto de descenso con nosotros, en un momento en el cual mi perro, por sociable y cariñoso, se acercó a la hija de este matrimonio vecino, motivo que por lo que se puede deducir les fastidió enormemente a ambos, o al menos al señor que fue quien después, en un momento posterior, reaccionó como acabo de contar en el comienzo de este relato, y que fue el mismo hombre que también reaccionaba de manera completamente diferente —civilizada— como he comentado a continuación de ese inicio también.
En fin, hay maneras y maneras de demostrar algo, pero la ordinaria, grosera, chabacana y desagradable de hacerlo a los gritos y adoptando una actitud enajenada —principalmente para ser llevada a cabo entre vecinos, cuando éstos temerosos son sólo inquilinos que hace poco más de un año que se encuentran en el edificio y mi perro hace más de ocho que está en él, además de ser propietario (por carácter transitivo de sus dueños) del lugar donde vive— me parece que no es la correcta ya que si tanto se detesta a los animales, específicamente a los perros en este caso, habría que dejarlo sentado en un primer encuentro para saber cómo manejarse luego, al encontrarse con ellos, y no adoptar una postura simpática, pero falsa a la vez, durante mucho tiempo para luego, por un hecho imperceptible para quien no sabe nada acerca de su desagrado con los animales, reaccionar de una manera absolutamente desubicada haciendo pasar un mal momento general, tanto al perro y a su dueño —propietarios—, como a ellos mismos —inquilinos—.