jueves, 5 de septiembre de 2013

Los paseadores de perros.

Cada persona que convive con un perro y que por falta de tiempo, de momentos en casa, o simplemente para distensión y sociabilidad de su amigo animal lo manda con un paseador debe saber que la persona elegida es de absoluta confianza y confiabilidad al momento de "entregarle" su amigo, en teoría al inicio del vínculo a alguien extraño.
Cada uno está tranquilo y sabe (piensa en realidad) que quien sale con su can es una persona que nunca lo va a maltratar y que, así como lo trata y se comporta con él cuando se lo entregan y al momento de devolverlo (es decir cuando además de estar con el animal también interactúa con su dueño (mal llamado "dueño" ya que ninguna vida es propiedad de nadie más que de quien la posee y en todo caso ellos no son posesión nuestra sino que sólo acompañan nuestros días) así debe tratarlo en el resto del paseo cuando sólo están el paseador y los perros; y nadie más.
A Boro lo paseó mucho tiempo una mujer que me recomendó una señora que no conocía, del barrio, pero que de ir preguntando en su momento a quienes veía con perros por el paseador que salía con ellos dí determinada vez y fue ahí que decidí sumar a Toto (un Toto pequeño, inquieto y juguetón) a la jauría de la paseadora "María".
Ella era muy amable, de unos 45 años, toda su vida se había dedicado a eso de pasear perros, y se notaba que los quería y que Boro la quería ya que al momento de sonar el portero eléctrico, las mañanas que ella lo pasaba a buscar (de lunes a viernes), Él se exaltaba y daba sobradas muestras de alegría queriendo bajar al instante a encontrarse con María. La reacción de un perro que sale cada mañana con su paseador cuando suena el timbre que marca la (posible) llegada de éste es fundamental para poder percibir si el can se alegra, se retrotrae, se esconde, o lo que sea, en claro síntoma de si desea o no repetir la experiencia que lleva a cabo diariamente. Y si hay algo que tienen los animales en contundencia. Si les gusta y quieren algo a alguien, lo demuestran efusivamente así como también evitan todo aquello que les de miedo o directamente no les resulte placentero.
Y así, tantos otros al igual que yo, nos fiamos intuitivamente al principio, y por convencimiento después, de que nuestro paseador es el indicado, el mejor, el único que podría ser depositario de nuestra confianza y así seguimos. Muchas veces no queda tiempo para ver, pensar e investigar como son tratados ciertamente nuestros compañeros una vez que los vemos alejarse en manos, repito, de un extraño.
El tema es que Boro no pasea más con María desde hace más de dos largos años ya, porque ella se volvió a su ciudad natal luego de décadas de estar viviendo en Buenos Aires, motivo que me evitó dar un quiebre brusco a la relación establecida con ella luego de casi un año de sacar a Toto ya que una vez, por esas cosas de la vida y como quien no quiere la cosa la vi en la calle cuando estaba yendo para casa y ella claramente estaba dirigiéndose a casa también a llevarme a Boro y entonces luego, cuando efectivamente llegó al edificio con Él, yo le comenté que la había visto (un comentario que sólo quedaba en eso ya que como la había visto, había seguido camino, y nada más); y ella, asumiendo eso que llaman "cola de paja" replicó enseguida que si yo la había visto gritarle y zamarrearlo (a Boro) era porque Él justo se había comido unas flores de un cantero. (¿?)
Flores no comió Boro. Nunca. Pero no importa. Este episodio que se desencadenó de la nada y por un comentario (el mío), que no daba para más que lo que enunciaba, derivó en una falta de confianza de mi parte hacia ella ya que, de suponer, vaya a saber si el "zamarreo" era moneda común o si no incluía otros menesteres. Vaya a saber. Pero en ese momento no dije nada, como tampoco lo hice después, ni nunca; ya que a los días ella me contó esto de que se volvía a vivir a su Pinamar natal y entonces, y como además Boro no mostraba signos de no querer salir con ella, dejé que se continuaran los paseos hasta que ella los dio por finalizados.
Es así, sepámoslo. Por más tiempo que llevemos con un mismo paseador, jamás sabremos la intimidad de cada paseo y por tal motivo lo que realmente hacen los perritos durante el mismo. Puede que estén atados todo el tiempo, que los matraten verbalmente (gritos, destrato, etc.), que los agredan físicamente (he visto a varias de estas personas agredir a perros de su paseo, vaya a saber porque pero agredirlos, y contundentemente) o por el contrario que los cuiden, los traten bien y especialmente los paseen como si fueran ellos mismos, los paseadores, parte de su familia.
Todo va un poco en ser observador, un poco en no desentenderse totalmente del tema una vez que se encuentra a una persona que se ocupe de sacar a pasear a nuestros amigos y un poco en suerte, porque no, ya que a veces es cuestión de dar justo en la tecla, en la adecuada o en la incorrecta, claro. No queda otra.


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