viernes, 24 de octubre de 2014

Acerca del amor y de lo esencial de compartirlo.

Son los perritos que se acercan a mí, cariñosos y con ganas de recibir afecto (casi todos, salvo algunos rehacios a interactuar), aquellos que me ganan el corazón inmediatamente y no me dejan opción al sentir que quiero llevarlos conmigo, para que puedan ser felices y amados y cuidados como yo cuido a mi perro y lo haría con cualquier otro perrito sin importar su origen y su estado.
Entre animales y seres humanos yo no distingo en preferencias estipuladas o exclusivas de unos sobre otros; para nada. Y no lo hago como algo altruista o de parecido talante sino porque yo también aprecio ese afecto puro, absoluto e ininterrumpido que brota de ambos, sí, pero especialmente lo hace de ellos, los animales, y específicamente de los perros como de ningún otro ser vivo.

Por eso, ante mí puede abrirse el más amplio abanico de seres humanos que ante mi elección conciente y espontánea la dirección de mis preferencias irá seguramente en pos de quienes no lo integran, sencillamente por ser animales, por ser perritos.
Y dentro del universo animal, al menos en esta época de mi vida, escojo a los perros, claro; esos ángeles de cuatro patas que buscan expresar tanto amor contenido dentro de esos cuerpitos negros, blancos, marrones, amarillos o con machas y que al igual que quieren compartir su afecto con la raza humana también esperan recibirlo de parte de ésta, desesperadamente.
Una vez leí por ahí algo que movilizó mi fibra más íntima y me dejó pensando. Por tal motivo termino estas líneas con ese hallazgo que espero los haga pensar al igual que lo hizo conmigo acerca del amor y de lo esencial de compartirlo con seres de este nivel de bondad:



          Un ser humano se pregunta: "¿Qué se sentirá ganar la lotería?"

          Y un perro le responde: "Lo mismo que siente un animal de la calle cuando es adoptado."


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