miércoles, 6 de abril de 2016

Cuando el crecimiento espera en el lugar menos pensado.

Un momento de lo observado que relato en
esta entrada.
En la indigencia, viviendo en las plazas, careciendo de todo lo necesario para tener una calidad básica de vida, ahí, los perros, mientras estén con la compañía de sus compañeros humanos, son absolutamente felices.
Los seres humanos, que comparten su infortunio de no contar con un techo ─la resultante final de no tener una oportunidad en algún momento de su vida que los haya llevado por otro camino diferente al recorrido que los ubica donde estén en el presente─ junto a sus perros, también son felices; al menos más que aquellos que pasan sus días solos o en compañía únicamente de otros seres humanos.
Y me encuentro en una plaza de mi ciudad, Buenos Aires, y mientras descansamos con mi perro sentados en un sector del lugar puedo ver cómo cuatro personas ─cuatro hombres─ interactúan entre ellos y con sus dos perros; de una manera absolutamente cordial y divertida ─entre éstos cuatro─ y muy cariñosa y amorosa ─con los dos compañeros de cuatro patas─.
Y se ríen, y los disfrutan alzándolos en brazos y jugando con ellos, y se disfrutan mutuamente y, al menos durante el tiempo que me encuentro frente a ellos, viven su vida y lo poco ─quizás lo mucho pero inimaginable para quienes no ocupamos su lugar─ que pueden hacer con ella, de una forma auténtica y valiosa.
Y ellos, los perritos, van y vienen, corren, mueven sus colas enérgicamente demostrando una verdadera felicidad por sentirse tan acompañados y queridos; y la escena que presencio, y que mi perro mira a mi lado también, es de lo más emocional y motivadora que jamás hubiese imaginado que iba a desencadenar el hecho de sentarnos un rato a descansar, antes de regresar a casa, y comenzar por casualidad a mirar a nuestro alrededor lo que este día nublado y tormentoso tenía para ofrecernos.
Y yo, al compartir mi vida con un perro, puedo llegar a entender esta escena que presencio; pero, así y todo, he vuelto a crecer y a aprender algo nuevo otra vez, y es que en la simpleza de las cosas y de la buena compañía, fundamentalmente de la animal y específicamente la de los perros, radica la verdadera felicidad de quienes no basan su "alegría" en lo material o en lo que, ante los ojos de los demás, podría ser envidiable y tentador de conseguir.
En fin, salvando las distancias y que cada uno se ponga el sayo que le quepa, una vida simple y absolutamente feliz es lo que todo el mundo merece y tiene derecho a poder conseguir. ¡Brego por eso!

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