martes, 7 de noviembre de 2017

¡Bienvenidos, todos, a la vida real!


Es fácil entender que nadie es perfecto porque sin ánimos de entrar en una explicación barata acerca de la perfección todos sabemos que siempre tenemos algo que va contra ella. Nadie está absolutamente conforme, a gusto, satisfecho con la primera impresión que la vida le ha regalado de sí mismo; de hecho es muy frecuente que hagamos cosas para modificar eso que justamente no nos gusta de nosotros, ya sea algo a nivel espiritual, de nuestra forma de ser, o directamente algo muy visible que haga a la apariencia, si se quiere, estética personal.
Por eso nunca hay que perder de vista que todo lo que podamos hacer con nosotros, siempre que sea para mejorar nuestra calidad de vida ─desde cualquier lugar y punto de vista que se aborde esta mejora─ va a ser algo positivo. Y ni hablar si con nuestra modificación, adrede, logramos mejorar la calidad de vida de los demás.
No se porqué brota de mí esta reflexión en este momento de mi vida; generalmente dejo que lo que siento internamente salga a la luz a través de cualquiera de los canales que tengo para expresarme, ya sean éstos los personales que pongo en marcha todo el tiempo sin darme cuenta o estos de tipo virtual, aunque también personales, que son más armados y en los que vuelco conscientemente lo que quiero expresar. aunque también inconscientemente en muchas oportunidades.
¿Será quizás que me parece oportuno refrescar la idea de que la perfección es una idea triste y opaca, contrariamente a todo lo que de esta idea podría pensarse?
No quiero ser perfecto. No podría serlo. No podría sobrellevar ese peso sobre mi espalda. Además, no puedo aspirar a algo que no existe.
La vida normal, de gente común, esa en la que muchas veces hay que tomar envión para poder atravesar algo que nos duele o que nos molesta reconocer cerca nuestro, y también esa en la que se disfrutan muchísimo los buenos momentos que llegan y hacen tan bien, es el tipo de vida que deseo y que elijo. Y no lo hago desde la única opción que me quede, no pudiendo optar por alguna otra cosa; yo, consciente de mis decisiones y de mis elecciones, siempre elijo lo mejor para mí, y definitivamente la perfección es algo que dista mucho de ser tentadora, atrapante, deseada y valorada en mi existencia.
Seguramente ya lo he dicho, pero bien vale volver a repetirlo:

¡Bienvenidos, todos, a la vida real!


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