domingo, 1 de diciembre de 2013

Agresión.

Siempre he pensado que entre dos partes que se da el maltrato del estilo que sea quien sale peor es la parte que lo promueve, aquella que lo lleva a cabo. Claro que hablo de maltratos que no llegan a lo físico y por los cuales no hay que salir corriendo a un centro de salud para ser atendido; aunque pensándolo bien todos los maltratos, incluidos los verbales que son los que van directamente al corazón, al entendimiento, y al alma, también muchas veces hacen que la parte agredida deba "salir corriendo" del recinto donde se le proporcionan.
El caso es que la agresión es una de las armas que la gente más indefensa ante el mundo tiene a su mano, siempre lista, para fortalecerse en determinadas situaciones; sin darse cuenta que en lugar de fortaleza sólo se genera miserias y opresiones personales que luego son muy difíciles de sacarse de encima.
El dolor que puede producir recibir cualquier tipo de agresión, fundamentalmente cuando ésta aparece de la nada y sin un motivo que podría considerarse disparador para la misma, no es tan contundente como el que se debe experimentar en quien es la parte agresora ya que la agredida, por experiencia recurrente de afrontar tales males, llega un momento en el que se blinda y puede sortear dichas apariciones espontáneas de manera casi inalterable; pero quien las genera es sin dudas la más desfavorecida de las dos partes ya que si no sobreviene la culpa (a veces se sigue aparentemente inmune ante los improperios promulgados) de todos modos aparecerá algo que tienda, consciente o inconscientemente, a revertir y/o sanear ese momento vivido y generado entre ambas personas.
Yo hablo porque sé de que hablo, lo que no indica que deba estar extendiendo mi relato para ir más allá de dónde quiero ir o compartir más allá de lo que deseo; pero hay un hecho que tiene que ver con que nadie, creo, debe ser tan afortunado/a como para pasar por esta vida sin recibir en algún momento un maltrato, en el lugar o en el contexto que sea; el menos pensado y el menos imaginado.
Salirse de ellos es la clave. Siempre. No tomarlos en cuenta y salir. Irse. Por eso decía al comienzo eso de que en los agravios verbales también muchas veces la parte agredida debe "salir corriendo".
Salirse entonces de ese foco de agresión; si se puede definitivamente, y si no, momentánea o temporalmente, pero irse, no quedarse en el lugar; porque si bien la parte que peor lo pasará es la agresora, la otra, la agredida, debe al menos en ese justo momento velar por ella misma.

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