domingo, 5 de junio de 2016

Sabor amargo para mi perro y yo, por culpa de unos inquilinos.

Que cuando a alguien no le guste un perro su reacción, ante la proximidad de uno, sea la de comenzar a expresar palabras del tipo: "fuera", "cucha", "salí", "juiira" (en clara alusión a la palabra "fuera" pero esta vez deformada en una muestra de encontrarse poseído ante la cercanía de un cánido) sólo expresa una terrible falta de respeto hacia quien acompaña a ese perro, más cuando esta manifestación aparece luego de un intercambio de palabras y cuando en otros momentos esta persona que se muestra desahuciada por el contacto con un perro se mostraba —otrora— simpática, sonriente, y muy amable al lado del can y su dueño.
Todo esto nos sucedió a Boro —mi perro— y a mí, bajando en el ascensor de nuestro edificio, con unos vecinos (una pareja relativamente joven con una pequeña de no más de dos años ) que tuvieron que compartir el trayecto de descenso con nosotros, en un momento en el cual mi perro, por sociable y cariñoso, se acercó a la hija de este matrimonio vecino, motivo que por lo que se puede deducir les fastidió enormemente a ambos, o al menos al señor que fue quien después, en un momento posterior, reaccionó como acabo de contar en el comienzo de este relato, y que fue el mismo hombre que también reaccionaba de manera completamente diferente —civilizada— como he comentado a continuación de ese inicio también.
En fin, hay maneras y maneras de demostrar algo, pero la ordinaria, grosera, chabacana y desagradable de hacerlo a los gritos y adoptando una actitud enajenada —principalmente para ser llevada a cabo entre vecinos, cuando éstos temerosos son sólo inquilinos que hace poco más de un año que se encuentran en el edificio y mi perro hace más de ocho que está en él, además de ser propietario (por carácter transitivo de sus dueños) del lugar donde vive— me parece que no es la correcta ya que si tanto se detesta a los animales, específicamente a los perros en este caso, habría que dejarlo sentado en un primer encuentro para saber cómo manejarse luego, al encontrarse con ellos, y no adoptar una postura simpática, pero falsa a la vez, durante mucho tiempo para luego, por un hecho imperceptible para quien no sabe nada acerca de su desagrado con los animales, reaccionar de una manera absolutamente desubicada haciendo pasar un mal momento general, tanto al perro y a su dueño —propietarios—, como a ellos mismos —inquilinos—.

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