domingo, 11 de diciembre de 2016

En el lugar del otro.

Lo esencial en cualquier relación de parejas, de amigos, de compañeros de trabajo, etc., es poder ponerse en el lugar del otro; pero no siempre y en todo momento sino en esos casos en los que uno está abusando de la otra parte, ya sea por un uso desproporcionado del enojo, de la confianza, de la superioridad de jerarquías, respectivamente; o de cualquier tipo de maltrato, en cualesquiera de los casos.
Siempre es posible ponerse en el lugar de quien uno está agrediendo y menospreciando de cualquier forma y a través de cualquier actitud o impronta, porque lo importante en estos casos es resolver las cosas con palabras que nunca sobrepasen el límite de lo que podría escucharse tranquilamente ─aquello que uno mismo podría escuchar sin sobresaltarse─, aunque sean temas que requieran de una urgente modificación y tratamiento, temas graves y complicados de entablar; para así entonces poder seguir tratando las cuestiones sin que ninguna ira ─que se vuelve incontrolable─ arruine el intercambio de palabras, opiniones, puntos de vista, formas de ser.
Nada más ni nada menos que esto es a lo que debemos aspirar personalmente en nuestra vida para, una vez logrado este "desenvolvernos ante los demás", tratar de ir inculcándolo en los otros, y sólo a partir de una plenitud que nos ofrezca el hecho de sabernos a nosotros mismos portadores de “eso” que deseamos para los demás, de eso que ahora sí estaremos en condiciones de intentar promoverlo para el afuera.
La vida es un camino en donde uno se va a ir encontrando con diferentes tipos de baches, unos más profundos e irregulares que otros, todo el tiempo. Uno es quien debe sortearlos para poder, en primera instancia, pararse frente a ellos y evaluando su magnitud ─sin demasiada contemplación ni reverencia─, luego enfrentarlos, y finalmente superarlos para poder continuar el camino despejado hasta la llegada del próximo desnivel.
Visto así, bien podría pensarse que uno basará su vida en la existencia, o no, de los accidentes que pueblen nuestro camino y no en disfrutar sin más de ella, como todos sabemos que debe ser el aspirar a tener una existencia plena ─la plenitud, como concepto absoluto, convengamos desde el vamos, no existe; pero hay muchas nociones que se entienden y que pueden acercar a esta fase de sensación─. Pero nada más lejos que pensarlo así, en base a esquivar cunetas o badenes todo el tiempo, ya que simplemente se recurre a este ejemplo a modo de entender de qué va todo esto cuando se quiere ir directamente al meollo de una cuestión particular sin extenderse o ampliarse hacia otras situaciones que pudieran llegar a acontecer.
Por lo tanto están ahí, se sabe, y aparecerán cuando menos nos lo esperemos, siendo en cada momento particular, cada infortunio caótico, el más terrible a enfrentar y llevar adelante antes de que podamos entender cómo tratarlo y hacia dónde dirigirnos para salir ilesos de tal suceso.
No hay más ciencia que ésta, tampoco remedios o pociones mágicas ─de hecho si se releen estas letras nunca se encontrarán con una receta exprés para evitar algo que irremediablemente aparecerá en determinados momentos de nuestro andar por aquí, por este plano terrenal, cumplidamente estremecedor y convulsivo─ y lo que resta es saberse inmersos en un mundo enojado, cambiante, absolutamente desmotivado de los valores auténticos que hacen bien al cuerpo y al alma humanos y que sólo está movido por lo snob y lo que se ve ─aparentemente─ desde el afuera y que hace ─aparentemente, también─ brillar y sobresalir a quienes lo poseen; llámese coches, casas cada vez más llamativas, viajes despampanantes, ropas caras, smartphones de última generación, y todo aquellos que juega en favor de un status que solo aleja y separa a las personas que no coinciden con el mismo.
A caminar, entonces, preparados eso sí; que para estar detenidos siempre va a haber tiempo.

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