martes, 7 de marzo de 2017

Que brote música, de él y de mis manos.

La música viene a mi vida para emocionarme de una manera que cada día me sorprende más ─descubrir─ cómo se manifiesta en mí.
Desde siempre amo la música, y tengo recuerdos que me remontan a la primera infancia, ese momento cuando uno es bien bien pequeñito pero que, vaya a saber porqué motivos, ya puede atesorar en su memoria emocional recuerdos del tipo de los que lo marcan para siempre.
Tal es así que me veo de pequeño con momentos, fugases o prolongados, que me relacionan al hecho de estar participando en algo que tenga que ver con la música.
Debo agradecer a mi papá que siempre, por lo general cada noche después de la comida, tocaba la guitarra y hacía que cantásemos junto a él en su cuarto ─para no molestar a mi mamá que se quedaría por el resto de la casa─ mi hermana y yo. Éste, por ejemplo, es el primer recuerdo vinculante que yo siento que me ligó a la música de una manera fundamental.
Y como todo comienzo tiene un inicio, que generalmente no suele ser para nada rimbombante o espectacular, este que acabo de contar fue el mío en el apasionado romance que tengo desde entonces con la música. Al menos el que yo puedo razonar y del que puedo tener conciencia explícita y contundente ─no creo, de todas maneras, que haya sido otro el origen de esta atracción que siento por la música ya que descarto que durante el embarazo hubiera recibido algún tipo de estímulo a través de mi madre (relacionado con músicas, melodías, o ese tipo de terapias que suelen hacerse principalmente en estos tiempos actuales) o que "el son" llegase hasta mi desde el exterior, producto de estar en un contexto musical, a no ser que mi padre transmitiera (por repetición con sus guitarreadas) estos estímulos a la panza de mi mamá y yo los captara muy capciosa y gustosamente. Pero esto ya es vacilar sobre un supuesto que nunca podré llegar a saber completamente─.
Volviendo al presente ─y teniendo en cuenta este pasado─ es que no puedo dejar de vivir un solo día sin la música. Es a través de ella que mi emoción, mi "a flor de piel", encuentra el punto exacto para alcanzar ese estado tan vivificante y pasional que me sitúa ─cuando estoy atravesándolo─ en un lugar de auténtica felicidad, realización y (al menos en mi caso) creación absoluta que no puede hacer otra cosa que reconfortarme y generar en mí el mejor bienestar.
Y como siempre estuve vinculado con la música recuerdo que en el jardín de infantes (kindergarten o jardín de infancia según los países) adoraba los actos de bailes ─fechas patrias con danzas típicas de mi país y todo eso─ más allá de por el mero hecho de figurar y estar in situ en esos acontecimientos escolares ─lo tengo bien claro, ya que también amaba todo lo relacionado a tocar los toc-toc, el triángulo y todos esos fáciles instrumentos con los que comienzan a relacionarse los niños al comienzo de su etapa educativa, incluido más adelante la flauta dulce, por supuesto─. Y tal es así, que 
siempre estuve vinculado con la música, que al crecer me relacioné por propia iniciativa yendo, por ejemplo, a estudiar al conservatorio (de música, claro). Y me vinculé con la forma coral, es decir vocal, también allí, además de con las teclas y las cuerdas (percutidas) del piano. Y como luego de varios años la vida me llevó por otro camino, aunque no dejé de vincularme con la música jamás, al no continuar el tiempo de estudio de la teoría y el solfeo, y todo lo que ello representa profundizando el ─arduo─ estudio de un instrumento específico, me alejé de este instrumento, simplemente porque convengamos que un piano no es fácil de llevar a todos lados (por ejemplo a una plaza, a la casa de un amigo, a unas vacaciones, etc.) y volví a un instrumento que tocaba desde pequeño, como lo hacía ─por puro hobby y placer─ mi papá, y que es fácil de suponer en este momento: la guitarra.
Y ahora, en mi presente, siempre musical también por supuesto, estoy absolutamente enamorado y enloquecido con un nuevo instrumento que estoy seguro que es el que llegó a mi vida para quedarse definitivamente y para ser el protagonista en mi elección hacia un instrumento de todos los existentes ─afortunadamente─ en el exclusivo mundo musical, sito dentro de este gran mundo ordinario de todos los días; y hablo del ukelele.
Lo siento como ese instrumento que es justo el que mejor me sabe tocarlo (tenerlo junto a mí, rozarlo, acariciarlo), ejecutarlo y estar descubriendo cada día nuevas formas de abordarlo y de enriquecer cada interpretación, asombrándome por la riqueza y la calidad de sonidos que esta diminuta "cajita de madera" —guitarrita— de cuatro cuerdas puede ofrecerle a su intérprete; es decir, en este caso, a mí.
El ukelele llegó cuando el piano estaba relegado por la guitarra que, siendo comparativamente mucho más transportable y práctica que el primero, de todas formas no me nacía o llamaba llevarla a todos lados, como por ejemplo a las vacaciones, donde si bien la llevaba a la ciudad donde veraneaba no lo hacía a la playa (la tocaba sólo por las noches o cuando me encontraba en el departamento), en primera instancia por un tema de cuidados hacia el instrumento con respecto a la arena y la sal y todo eso, aunque creo que en definitiva era porque (aunque parezca una sinrazón) la veía demasiado grande para andar cargándola como una cosa más además de todos los otros objetos que, se sabe, uno lleva a la playa. En cambio con este instrumento, el ukelele, pasa todo lo contrario; este verano, por ejemplo, estuvo conmigo todos los días que fui a la playa, y si bien al regreso a mi casa, a mi ciudad ─al final de las vacaciones─, tuve que hacerle una limpieza muy profunda (producto de la suciedad que tenía y que era la misma que temía que ensuciara a la guitarra en otro tiempo) nada le pasó al instrumento ni a su estuche ni a nadie, lo que demuestra que con la guitarra nunca quise hacer lo que hice ─y hago ahora─ con mi ukelele porque no estaba motivado realmente para ello, sencillamente.
Que soy feliz con mi ukelele, y que toda la introducción que ha tenido esta entrada de blog era simplemente para demostrar, en primer lugar, que quien se conecta con la música desde la primera edad, desde los inicios de su caminar por esta vida, estará signado por ella hasta el último día que permanezca aquí y, en segundo término, para reflexionar acerca de que siempre podemos estar sorprendiéndonos ante el encuentro de una nueva forma musical ─un nuevo puente que nos acerque a ella de una manera diferente y renovadora─ (todos aquellos que vivimos o participamos de la música, y de su ejecución y creación, de alguna u otra forma) que venga a colmar en forma total nuestras expectativas, nuestros deseos y nuestros gustos, aunque quizás no nos hubiésemos dado cuenta completamente de ellos hasta no haber dado con la novedad en cuestión.
En esta nueva etapa de mi vida, entonces, y sé que de aquí en adelante para siempre, este pequeño instrumento de cuerdas ha venido a renovarme, a impulsarme creativamente y a colmarme de felicidad a cada momento que lo tomo entre mis manos para dejarme fluir y que de él y de mí brote simplemente música, sólo eso, y nada más que eso; ¡qué no es poco!

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