martes, 22 de octubre de 2013

Ser dueño de una sombra.

Camino mucho junto a mi perro en diferentes momentos del día, en cada una de sus salidas, y por lo tanto por el simple hecho de frecuentar generalmente los mismos sitios (parques, plazas, calles, etc.) ya voy viendo en muchas oportunidades a las mismas personas que se mueven por tales lugares.
Sin dudas la plaza es el lugar que más visitamos. Las varias plazas que están cerca de nuestra casa y que en cada bajada (que lo permite el no apremio por el tiempo o el clima) recorremos, y aquellas más lejanas a nuestro domicilio o barrio que en caminatas más extensas también solemos incluir en el paseo, y que nos ofrecen diariamente una fotografía única y muchas veces repetida.
Es por lo tanto que, de andar una y otra vez por estos lugares, se comienza a ver cosas que con el transcurso del tiempo resultan parte del paisaje visual y podría decirse que hasta esperables de encontrar en cada salida.
Una de ellas, y ya no hablo de "cosas", como las enuncié en el párrafo anterior a modo de denominar en general todo aquello que vemos repetidamente en nuestras caminatas, es a un señor que vive en la Plaza Las Heras junto a su perro y a su changuito de supermercado lleno de todas sus pertenencias, que ya es para nosotros (para mi perro, por el compañero de este señor que le ladra cada vez que por allí pasamos, y para mi, por la costumbre de verlo y saludarlo cada día) parte de lo que vemos y esperamos ver inconscientemente seguro, en nuestro paseo, cuando por esta zona del recorrido andamos.
Y él, que ya saludo y conozco de tanto verlo y hasta haber hablado alguna que otra vez (teniendo cuidado de que su perro no se acerque al mío porque sería tremendo que así sucediera para todos, especialmente para mi pobre Boro) tiene su lugar específico dentro del predio de la plaza, ese que no es otro más que el que él ha elegido desde hace años, seguramente producto de considerarlo el mejor y más oportuno a ocupar debido a múltiples factores que el tiempo le ha dado en fundamentos y que por tal motivo es "su" lugar, ese que goza de la sombra más frondosa de la plaza y que es suya, sí, suya; y él la disfruta, la usa, la vive y, como tantos cientos de hombres más (y mujeres, claro) que estén en su condición y situación, pasa a ser algo más de su propiedad.
Después de todo, ¿quién se va a atrever a cuestionar el hecho de que pueda también, o al menos, ser dueño de una sombra?

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