jueves, 6 de febrero de 2014

A veces quisiera.

A veces quisiera gritar y denunciar injusticias a los cuatro vientos y a viva voz pero luego de un tiempo de pensarlo, afortunadamente, viene a mí la certeza de que de nada me serviría tal osadía, más allá de hacerme sentir un poco más liviano y satisfecho por fugaces momentos; y entonces recapacito y sigo adelante con lo estipulado porque entiendo que, al menos por ahora, no es la hora de hacerlo.
Y hablo de injusticias a todo nivel. De esas evidentes que a pesar de serlo parecería que la mayoría de las personas no las ven. ¿Otras? Injusticias de las que atropellan la dignidad o socavan el buen ánimo de la gente. ¿Más? Injusticias contra los seres de amor y pureza, es decir contra los animales, que por aceptación cultural establecida han sido relegados a lugares siniestros con respecto a la vida del ser humano, y de ahí en más todo lo imaginable que esto puede llegar a significar. ¿Sigo? Injusticias a título personal, de aquellas que a veces siento estar padeciendo por tal o cual motivo, acción, o falta de ella, y que aunque sean personales no son menores o menos denunciables que las anteriores.
En fin, así podría seguir enumerando aquellas que vienen a mi mente en tales momentos pero ya se entendió que hablo de todas las imaginables, de todas esas injusticias que siempre están o que aparecen para arruinar un instante, una etapa, y a veces, muchas veces, una vida, y  miles de vidas.
Por eso, cuando siento ese ímpetu de desahogo, que puja por salir de mi interior, sé que no es del todo desubicado ni desafortunado experimentarlo; en primer lugar porque las injusticias, del tipo que sean, conmocionan el corazón y angustian y oprimen el pecho y el alma (entendiendo el alma como ese lugar de cada Ser que, figurativamente, es nuestro motor de luz, pureza y energía para mantenernos dignos) y luego porque el hecho de sentir tal necesidad hace que me de cuenta que estoy vivo y que veo y sufro por todo eso que muchos ignoran, pero que felizmente también muchos otros observan, sienten y sufren al igual que yo.
No gritaré entonces, pero seguiré sintiendo cada una de esas injusticias, no permitiendo al menos que pasen desapercibidas por mí y haciendo todo lo necesario para que, en lo que a mí respecta, no se sigan generando. Total, siempre habrá tiempo de gritar y soy de la idea de que antes que hacer eso es mejor buscar el modo de evitar que se den (dichas injusticias), evitando así todo lo demás.

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