lunes, 10 de febrero de 2014

¡Las palabras son hermosas!

Partiendo de la base de que todo sería nada sin ellas, es más, ahondando en el extremo de ser realmente justos en la apreciación y diciendo que tampoco sería nada, ya que no podríamos denominar algo que no conociésemos; sin las palabras, la vida (si pudiera concebirse ésta sin ellas, en su existencia moderna) sería un páramo desolador, tosco e impotente.
Ellas vienen a completarnos, en el más profundo sentido de esta noción, ya que nos permiten expresarnos -en primer y fundamental lugar- y ser quienes somos en nuestro darnos a conocer ante los demás con nuestra forma de ser, expresada a través del hablar y del escribir propios; como sucede en este caso con cada entrada de mi blog por ejemplo, que no es otra cosa que una representación a través de las palabras de lo que se aborda en él y también a través de quien lo promueve y lo lleva adelante (yo), por supuesto que de igual modo a través de las palabras también, claro.
Por eso, si son tan importantes y necesarias en la vida humana ¿por qué no hacer un correcto uso de ellas?, ¿por qué?; es más, ¿por qué no usarlas al menos?, ¿no?
Es apreciable, en primera instancia, que la gente desconoce seguramente más de la mitad de las palabras que pertenecen a su propio idioma y que de igual manera se conforma y auto abastece con las que ha ido aprendiendo, y nada más; ya que en general las personas no recurren al mecanismo innato de quienes aman profundizar su lenguaje y expresión adoptando toda palabra nueva que escuchen o lean por ahí, para enriquecer su vocabulario y su forma de expresión, sino que vagan errantes en el mundo de las palabras con esas que traen consigo y que no les interesa complementar con otras nuevas, que desconozcan.
Es tan basto el campo de la expresión oral y escrita que si nos detenemos a pensar un momento en las diferentes maneras que existen de decir un mismo significado no puede no darnos ganas de usar todas las alternativas que tengamos para ello.
Que el vocabulario, amplio, rico y distinguido por la variedad y elocuencia de sus palabras es algo reservado para unos cuantos que tienen determinado acceso cultural para replantearse estas nociones es algo cierto pero solo en una primera instancia, ya que basta con querer sentirse cada día un poco más completo desde el lugar de la comunicación personal y social para pretender acrecentar nuestra elocuencia en la forma de hablar y escribir, y obrar entonces en consecuencia de ello.
Yo adoro escribir y hablar correctamente. No digo usando ampulosas palabras porque sí, sin más; sino cuando éstas vienen a mi, inconscientemente, al tiempo de transmitir lo que quiera comunicar, responder, exponer o decir.
Al momento de incorporar nuevos vocablos quizás sea necesario usarlos más de la cuenta para fijarlos y que pasen a engrosar nuestro archivo mental, ése que se hace presente y nos permite expresarnos automáticamente cada vez que hablamos o escribimos. Luego, como es sabido, será parte del bagaje de nuestro léxico y estará disponible las 24 horas para ser utilizado por nosotros, pasando a formar parte de nuestro lenguaje formal y coloquial, ése que nos distinga al momento de usarlo y transmitirlo.
Es una sensación sin igual la de sentir que no hay barreras para la comunicación y que podemos transmitir, poniendo en palabras, eso que queremos contar y dar a conocer. Todo en la comunicación es hermoso y súper alentador cuando descubrimos que podemos hacer uso de ella sin plantearnos el hecho de no comprender aquello que nos digan, pudiendo además gozar de un amplio abanico de posibilidades al momento de lanzar nosotros las ideas, los comentarios y las expresiones de todo lo que nos pase o sintamos.
Es así de maravilloso el mundo de las palabras, absolutamente frondoso y fructífero; que al usarlo y profundizar en él se agiganta y nos precia de la mayor gratificación, esa que se siente al escucharse hablar o leerse y darse cuenta de que buenas composiciones salen de nuestra continua formación; comprobando que solo la intención y la autodeterminación de conocer, averiguar y descubrir eso que hasta hace algún tiempo era desconocido para nosotros alcanza para comenzar a movernos en el campo del auténtico placer gramatical que genera ganas de leer y de escuchar; y también porque no, de leerse y de escucharse.

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