miércoles, 29 de marzo de 2017

El barro de la soledad.

No siempre la vida de las personas es eso que los demás creen ver a simple vista.
Muchas veces la paz y el brillo que pueden emanar algunos individuos puede ser la antesala de un padecimiento que no nos podemos imaginar por ese mismo motivo de que no muestran la cara auténtica, exhibiendo ─no una falsa pero sí─ una convenientemente construida para no dar a entender motivos que nada deben significar, en teoría, para los demás; y, por tal motivo, mejor ocultarlos.
El dolor no solo debe traducirse en un malestar físico, esta es una noción de jardín de infantes, claro; el dolor puede inundar un cuerpo ─¡un cuerpo sí!─ sin ser un dolor físico cuando ese alma que lo contiene y es afligida excede su poder de contención y ─quiérase o no─ se desborda dejando expandir tal malestar por el ser entero; aunque sólo por éste y nunca hacia los demás ─respetando la consigna inicial de mostrar una cara que jamás dé a entender el dolor atravesado─. Después de todo ya se sabe que nadie quiere enterarse de nada que no sea alegre o venturoso, menos si no es algo acerca de sí mismo o del círculo de los que realmente le importan en su vida.
Es por motivos similares a ese desborde del alma herida que quienes están solos, a pesar de tener a un puñado de almas que los aman y quieren lo mejor para ellos ─dando incluso todo lo que pudieran para sí saber tales desventuras y pesares para consolar y (tratar de) ayudar─ aunque sin ser (estas almas) quienes deberían en realidad “estar ahí” (él o ella, porque en este caso no hay plurales para el protagonismo de quienes no se hacen protagonistas), no tienen más remedio que paliar bajo diferentes formas y compañías esas ausencias tan contundentes que los convierten en “solitarios”.
A veces, teniendo en cuenta este dolor de soledad que aparece primero en determinado momento del año, luego en algunos días particulares de la semana y finalmente en la idea de mirarse a uno mismo y verse, saberse y sentirse de “tal” forma, todo se vuelve irrelevante y las cosas van y afloran por diferentes caminos y alternativas; siendo muchas de éstas, muchas veces, las menos imaginables en otro contexto atravesado con anterioridad, antes de haber llegado a ocupar el que póstumamente congrega a la soledad.
Y la soledad es una sola (valga la redundancia) y es esa que no se puede eximir de una existencia fundamentando amigos alrededor, conocidos, vecinos o ─punto absolutamente relevante en este momento─ familia paterna y materna cerca (o lejos, pero presente al fin) porque cuando uno creció y voló del seno familiar primario formando, o acercándose en la comparación de lo logrado, un tipo de familia del tipo que sea (tradicional o de unión no convencional, sin papeles en primera instancia y sin toda esa batería de cosas que encierran las familias tipo, como esa de la que uno proviene generalmente) uno quiere, pretende al menos, aunque sin entrar en exigencias perentorias o vanas, que esa otra base de esta segunda familia que aparece en nuestra vida, la formada por nosotros una vez despegados de la que nos vio nacer, sea quien esté y "se vea", al menos para mirarla a los ojos y saberla cerca; todo esto por supuesto cuando ambas partes desean estar y sentirse tan cerca como sea posible de la otra, venciendo los obstáculos que se les pudieran presentar para logar tal aspiración.
Y a veces sucede, muy seguido, ¡claro que sucede!; hablo del hecho de desear desde ambos lugares el saberse presente en cuerpo y alma para el otro, sin importar nada más. Y es una bendición que se dé así entre dos personas que decidieron en algún momento formar algo ─más allá de lo que fuera la forma redundante finalmente conseguida de lo deseado─ que perdure en el tiempo, acrecentando todos los deseos y las ganas de estar mutuamente dependiendo afectivamente del otro para evitar, en definitiva, lo que todos y todas buscamos evitar en este mundo, aunque a veces nos ufanemos de lo contrario por no tener otro as en la manga para evitar mostrarnos vulnerables y susceptibles, la soledad.
Y también pasa que no sucede, y muy seguido pasa también; inclusive habiéndose dado los primeros pasos en ese “decidir formar algo de a dos”, tan encantador y soñado inicialmente. Aunque a decir verdad pasa de manera muy diferente con respecto al caso anterior, claro; con accidentes (la idea de los del tipo geográficos, esencialmente, que van definiendo un terreno y su constitución) y trastabillones que dejan en claro que la cosa que no fue bien iniciada al principio no podrá, por más que se la trabaje, encauzarse y seguir un curso esperable; al menos esperable por una parte ya que cuando es sólo una de las parte la que desea que algo mejore y se transforme, en aras de la unión real de verse y de estar para el otro y no de la (unión) ficticia que tranquiliza (?) conciencias que “haciéndose presentes” a través de cosas que no tienen mayor significación en el hecho del deseo o el esfuerzo de intentar conseguir estar juntos, es cuando la cosa no avanza ya que se requiere del impulso de ambos motores de una relación para sacar lo que sea necesario “a flote”, o de lo contrario nada se conseguirá a pesar de esfuerzos, resignaciones difíciles y ganas de mejorar algo (sólo desde una parte).
Todo esto a cuento de que siempre hay que tratar de la mejor manera posible a todas las personas que se crucen en nuestro camino porque hasta las que ofrecen un trato poco cortés quizás en algún punto estén atravesando el desbordamiento de un alma abatida que solo quiere contener su dolor pero que se le hace muy difícil y hasta imposible hacerlo.

martes, 14 de marzo de 2017

El pequeño rebelde de la poesía universal.

Basándome en una reseña leída en Internet acerca del libro que acabo de adquirir con las obras completas del gran poeta francés del siglo XIX y de todos los tiempos, Arthur Rimbaud, donde dice que su obra había sido publicada hasta ahora solo en España ─haciendo clara referencia a su traducción al castellano─ (teniendo en cuenta que yo vivo en Buenos Aires, Argentina, Sudamérica) y de una forma “poco cuidadosa” ─así define la aparición anterior de libros de este autor─ argumentando que, entre otras cosas, su correspondencia sólo estaba disponible en breves antologías temáticas, por ejemplo, además de que su poesía aunque en algunas ediciones su título figurase como «Obra poética completa» había sido parcialmente sesgada ya que hasta en las mejores traducciones, a cargo de grandes poetas, se habían dejado de lado los veintidós poemas que conforman el llamado "Álbum Zutique" (seguramente por su contenido retorcido, escatológico y con marcadas dificultades que hacían ─porqué no─ inverosímil su traducción optando por descartarse su inclusión final en tales presentaciones aunque éstas osaran de ser completas) es que comparto este único estilo de felicidad que provee el hecho de ser amante de las letras ─específicamente de la poesía─ y dar con ellas, por casualidad quizás, pudiendo llevarnos con nosotros a nuestra casa tales tesoros para que pasen a formar parte de nuestra biblioteca, y no como adorno sino como motivo de lectura y consulta permanente.
La Obra completa ─realmente completa─ y bilingüe de Rimbaud que acabo de incorporar a mi vida literaria, luego de estar interiorizándome en ella, puedo contarles que reúne desde sus creaciones escolares en latín hasta sus poemarios (colección de poemas) finales. Tiene, como es de imaginar para los conocedores de la obra del poeta adolescente y rebelde, “Una temporada en el infierno”, y por supuesto “Iluminaciones”; sus textos en prosa, incluido el relato “Un corazón bajo una sotana”, que es definido de primordial importancia para entender gran parte de su obra.
Posee, claro está, la correspondencia completa y cabal que permite traslucir su relación con su familia y con Paul Verlaine, y su experiencia en África; como no podía ser de otra manera en la obra de este autor que se precia de completa.
La poesía en esta obra fundamental sigue el orden cronológico de redacción ─estimada (obviamente, y se entiende) cuando los manuscritos originales no tienen fecha de elaboración─, y posee también, convirtiendo esta pieza en un libro de una (moderada) fácil lectura ─la obra del poeta suele ser complicada, sinuosa y tortuosa para su abordaje aún luego de la traducción previa, en diferentes momentos de su lectura─ una glosa que aclara el contexto en el que fue escrita, las dificultades textuales que plantea (volvemos aquí a lo retorcido en diferentes momento de su escritura) y el oscuro sentido de algunos poemas, básicamente los reunidos en Iluminaciones.
En fin, que ayer caminando con mi perro por la calle de repente veo en la vidriera de una librería esta joya que siempre ─desde hace mucho tiempo al menos─ había deseado tener y que afortunadamente y por esas cosas del destino llegó a mí sin previo aviso y terminó, al día siguiente ─hoy martes 14 de marzo de 2017─, siendo mía, absoluta y enriquecedoramente mía.

domingo, 12 de marzo de 2017

Había una vez... ¡UN CIRCO!

El disgusto de encontrarse otra vez ante la jodida actitud de no sólo no tener en cuenta al otro sino también ─pareciera— de querer interferir y embromarlo adrede no tiene límites cuando se descubre que una y otra vez se será pisoteado de la manera que sea para demostrar que no se sabe de ningún tipo de decoro ni de respeto por lo de otros.
Es así que en la vida sucede mucha veces que las cosas que uno creía no llegar a vivir, simplemente por no imaginarlas al no poder ponerse a pensar hipotéticamente en ellas por una falta de rebusque y malicia mental, suceden; y esto sólo nos demuestra que en la vulgaridad de creerse con derecho a todo por sentir que todo se lo puede por una facilidad "X" ─que nada debería significar para hacer mella sobre otra noción aunque sí lo haga─ se pasa por encima de alguien, de algo y de alguien más, livianamente, ya que en este caso quien es seducido y arrobado (por mieles atractivas que a primera instancia e impresión solo son bondad y magnanimidad pero que a ojo de buen cubero encierran el desplante más obsceno a un contexto latente que se ignora aunque se conoce) permite en última instancia la gran burla que conlleva ese circo, burla de la que solo disfruta un pequeñísimo par de mentes ordinarias y, por cierto, todavía más sucias aún que exceden al embelesado espectador.
Y hay que sortear la valla y continuar porque ¿qué otra cosa podría hacerse si el principal protagonista de la burla ─el principal burlado─ en su deslumbramiento inocente y naif ─¿inocente y naif?─, abstrayéndose increíblemente de todo este circo, participa activamente y festeja el desarrollo de la función? ¡¿Qué hacer entonces?! Nada. Bancar la cuota imprescindible de amargura y bronca que aparecerá por un lado al ver que no puede ─no debería─ ser real este burlesque que se permite, y que en un caso desmesurado (o peor aún, innecesario) se defiende y se justifica denostando la consecuencia final del mismo y la sinrazón que deja tal espectáculo al saberse ─además del principal burlado─ el coprotagonista absolutamente principal (que visto éste último desde el accionar y visión pestilentes del autor intelectual de "la función") una vez más es burlado, denigrado y ninguneado sin necesidad de tal empresa.
Si Mahoma no va a la montaña, ¿es necesario que la montaña vaya a Mahoma? No me parece. ¿Con qué propósito? Si se está tan bien en esa ─aparente─ desconexión ¿para qué aparecer para ofender o querer sentar bases de poder o autoridad por el simple hecho de ─quizás─ poder hacerlo en otros ámbitos sin que se lo vea o se le comunique formalmente algún tipo de desagrado?
Hay que conformarse y reconstruirse, entonces, desde el lugar de poder decirse a uno mismo "aquí no". Si en otros ámbitos el reflejo de tanta exageración chabacana surte efecto, pues bien, "aquí no". Y como sería irrisorio querer expresarlo para alguien en algún momento dado, porque las luces de ese circo dejan encandilados a los débiles de mente o con afecto impertérrito ante cualquier cosa o actitud que se desarrolle, hay que sentar las bases para uno, para así no tener que enfrentarse a la disyuntiva de querer hacerlo donde se debería, sabiendo que las palabras serían arrojadas a la nada misma, saliendo lastimado (uno) aún mucho más.
¡Qué sería de la vida de algunos seres humanos que suelen ser regularmente denigrados sin un momento oportuno de reflexión mental o escrita que los libere de esa opresión ─aunque uno no la permita puede darse cuenta de que otros quieren que suceda─ de sentirse menos que nada, tan poca cosa, menos que eso aún! (Reflexión, ésta última, lanzada al aire y sin respuesta; al menos en esta entrada de blog).
Y así será mientras no se pueda hacer otra cosa para luchar contra esos molinos de aspas raídas y oxidadas que a simple vista, por supuesto, se ven brillantes y generosos en su movimiento y su andar a través del viento.
Es así, y no hay mucho más que agregar. Solo que ante estas embestidas no hay que intentar permanecer de pie a como dé lugar, por el sólo hecho de sentir que uno no cae o que desde nuestro afuera logran el objetivo de desprecio ─que quizás tampoco sea tan puntual como uno lo imagina, vaya uno a saberlo ante tanta suciedad viciada por el tiempo─ sino permitirse la proeza (solo los valientes la asumen) de sentirse tocado y aflojarse, o desarmarse, o caer ─en forma absolutamente privada y personal, si fuera necesario, por supuesto─ para luego, de a poco y con fuerza, rearmarse y salir nuevamente al ruedo de la vida, a vivir, a ser, a seguir; porque nada ni nadie debería jamás tener la capacidad de hacer a alguien tan poderoso o al menos tanto como realmente se cree que es.

"...que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafados, contentos y amargados..."

martes, 7 de marzo de 2017

Que brote música, de él y de mis manos.

La música viene a mi vida para emocionarme de una manera que cada día me sorprende más ─descubrir─ cómo se manifiesta en mí.
Desde siempre amo la música, y tengo recuerdos que me remontan a la primera infancia, ese momento cuando uno es bien bien pequeñito pero que, vaya a saber porqué motivos, ya puede atesorar en su memoria emocional recuerdos del tipo de los que lo marcan para siempre.
Tal es así que me veo de pequeño con momentos, fugases o prolongados, que me relacionan al hecho de estar participando en algo que tenga que ver con la música.
Debo agradecer a mi papá que siempre, por lo general cada noche después de la comida, tocaba la guitarra y hacía que cantásemos junto a él en su cuarto ─para no molestar a mi mamá que se quedaría por el resto de la casa─ mi hermana y yo. Éste, por ejemplo, es el primer recuerdo vinculante que yo siento que me ligó a la música de una manera fundamental.
Y como todo comienzo tiene un inicio, que generalmente no suele ser para nada rimbombante o espectacular, este que acabo de contar fue el mío en el apasionado romance que tengo desde entonces con la música. Al menos el que yo puedo razonar y del que puedo tener conciencia explícita y contundente ─no creo, de todas maneras, que haya sido otro el origen de esta atracción que siento por la música ya que descarto que durante el embarazo hubiera recibido algún tipo de estímulo a través de mi madre (relacionado con músicas, melodías, o ese tipo de terapias que suelen hacerse principalmente en estos tiempos actuales) o que "el son" llegase hasta mi desde el exterior, producto de estar en un contexto musical, a no ser que mi padre transmitiera (por repetición con sus guitarreadas) estos estímulos a la panza de mi mamá y yo los captara muy capciosa y gustosamente. Pero esto ya es vacilar sobre un supuesto que nunca podré llegar a saber completamente─.
Volviendo al presente ─y teniendo en cuenta este pasado─ es que no puedo dejar de vivir un solo día sin la música. Es a través de ella que mi emoción, mi "a flor de piel", encuentra el punto exacto para alcanzar ese estado tan vivificante y pasional que me sitúa ─cuando estoy atravesándolo─ en un lugar de auténtica felicidad, realización y (al menos en mi caso) creación absoluta que no puede hacer otra cosa que reconfortarme y generar en mí el mejor bienestar.
Y como siempre estuve vinculado con la música recuerdo que en el jardín de infantes (kindergarten o jardín de infancia según los países) adoraba los actos de bailes ─fechas patrias con danzas típicas de mi país y todo eso─ más allá de por el mero hecho de figurar y estar in situ en esos acontecimientos escolares ─lo tengo bien claro, ya que también amaba todo lo relacionado a tocar los toc-toc, el triángulo y todos esos fáciles instrumentos con los que comienzan a relacionarse los niños al comienzo de su etapa educativa, incluido más adelante la flauta dulce, por supuesto─. Y tal es así, que 
siempre estuve vinculado con la música, que al crecer me relacioné por propia iniciativa yendo, por ejemplo, a estudiar al conservatorio (de música, claro). Y me vinculé con la forma coral, es decir vocal, también allí, además de con las teclas y las cuerdas (percutidas) del piano. Y como luego de varios años la vida me llevó por otro camino, aunque no dejé de vincularme con la música jamás, al no continuar el tiempo de estudio de la teoría y el solfeo, y todo lo que ello representa profundizando el ─arduo─ estudio de un instrumento específico, me alejé de este instrumento, simplemente porque convengamos que un piano no es fácil de llevar a todos lados (por ejemplo a una plaza, a la casa de un amigo, a unas vacaciones, etc.) y volví a un instrumento que tocaba desde pequeño, como lo hacía ─por puro hobby y placer─ mi papá, y que es fácil de suponer en este momento: la guitarra.
Y ahora, en mi presente, siempre musical también por supuesto, estoy absolutamente enamorado y enloquecido con un nuevo instrumento que estoy seguro que es el que llegó a mi vida para quedarse definitivamente y para ser el protagonista en mi elección hacia un instrumento de todos los existentes ─afortunadamente─ en el exclusivo mundo musical, sito dentro de este gran mundo ordinario de todos los días; y hablo del ukelele.
Lo siento como ese instrumento que es justo el que mejor me sabe tocarlo (tenerlo junto a mí, rozarlo, acariciarlo), ejecutarlo y estar descubriendo cada día nuevas formas de abordarlo y de enriquecer cada interpretación, asombrándome por la riqueza y la calidad de sonidos que esta diminuta "cajita de madera" —guitarrita— de cuatro cuerdas puede ofrecerle a su intérprete; es decir, en este caso, a mí.
El ukelele llegó cuando el piano estaba relegado por la guitarra que, siendo comparativamente mucho más transportable y práctica que el primero, de todas formas no me nacía o llamaba llevarla a todos lados, como por ejemplo a las vacaciones, donde si bien la llevaba a la ciudad donde veraneaba no lo hacía a la playa (la tocaba sólo por las noches o cuando me encontraba en el departamento), en primera instancia por un tema de cuidados hacia el instrumento con respecto a la arena y la sal y todo eso, aunque creo que en definitiva era porque (aunque parezca una sinrazón) la veía demasiado grande para andar cargándola como una cosa más además de todos los otros objetos que, se sabe, uno lleva a la playa. En cambio con este instrumento, el ukelele, pasa todo lo contrario; este verano, por ejemplo, estuvo conmigo todos los días que fui a la playa, y si bien al regreso a mi casa, a mi ciudad ─al final de las vacaciones─, tuve que hacerle una limpieza muy profunda (producto de la suciedad que tenía y que era la misma que temía que ensuciara a la guitarra en otro tiempo) nada le pasó al instrumento ni a su estuche ni a nadie, lo que demuestra que con la guitarra nunca quise hacer lo que hice ─y hago ahora─ con mi ukelele porque no estaba motivado realmente para ello, sencillamente.
Que soy feliz con mi ukelele, y que toda la introducción que ha tenido esta entrada de blog era simplemente para demostrar, en primer lugar, que quien se conecta con la música desde la primera edad, desde los inicios de su caminar por esta vida, estará signado por ella hasta el último día que permanezca aquí y, en segundo término, para reflexionar acerca de que siempre podemos estar sorprendiéndonos ante el encuentro de una nueva forma musical ─un nuevo puente que nos acerque a ella de una manera diferente y renovadora─ (todos aquellos que vivimos o participamos de la música, y de su ejecución y creación, de alguna u otra forma) que venga a colmar en forma total nuestras expectativas, nuestros deseos y nuestros gustos, aunque quizás no nos hubiésemos dado cuenta completamente de ellos hasta no haber dado con la novedad en cuestión.
En esta nueva etapa de mi vida, entonces, y sé que de aquí en adelante para siempre, este pequeño instrumento de cuerdas ha venido a renovarme, a impulsarme creativamente y a colmarme de felicidad a cada momento que lo tomo entre mis manos para dejarme fluir y que de él y de mí brote simplemente música, sólo eso, y nada más que eso; ¡qué no es poco!

sábado, 4 de marzo de 2017

Vuelta al ruedo, ¿y al acostumbramiento?

Volviendo al ruedo ─al blog─ luego de un tiempo (un par de meses; desde el año pasado, más precisamente) de no andar por aquí; lo que me lleva a pensar en que todo es cuestión, en cierto grado, del acostumbramiento que vaya operándose en cada uno con respecto a "ciertas rutinas" que se llevan adelante, muchas veces ─quizás─, sin darse real cuenta de porqué nos vemos inmersos "en ellas".
En fin, que vuelve a arrancar paulatina y abruptamente ─contradicción válida según los casos─ el año ordinario de "durante el año", en el cual cada uno retoma a sus tareas habituales y de esta forma pasa a moverse imperceptiblemente de una manera que a la sazón lo llevará a la automatización de sus actos y a ese acostumbramiento del que hablaba al inicio y el cual, por más que queramos zafar para no caer presas de él, termina absorbiéndonos y ─valga la redundancia─ haciéndonos su presa.
Por eso estoy nuevamente aquí, escribiendo y expresándome, lo que no quiere decir que antes ─en ese tiempo en el que me ausenté del blog y de sus "acostumbradas" publicaciones diarias, semanales o de algún otro tipo de intensidad temporal— no hube experimentado algo digno de plasmar en una entrada (de blog) o no hube sentido ganas de expresar algo; sino que como, seguramente, al estar viviendo el momento extraordinario del año, hablando del mes de las vacaciones en la playa en el cual todo cambia su rutina con respecto al resto de los meses y por eso lo de "extraordinario", tuve otras prioridades en mi "nuevo acostumbramiento" y fue así que éste, el de volcar temas aquí, se vio relegado por pertenecer a otro tiempo del año, que es efectivamente éste en el cual estoy volviendo, como dije al comienzo, al ruedo con él.
Dicho esto, a modo de aclaración pertinente para reanudar el camino de la letras bloggeras, y sin más, arranco de lleno el año de "De todo como en Botica"; siempre sensible, siempre despiadado, siempre auténtico, siempre dispuesto a expresarme, para mí, para todo aquel que ose interesarse en pasar por aquí; o para nadie quizás (o porque sí) ya que sale naturalmente de mí ser escribir, y no lo reprimo, y me lo permito, y lo hago como salga en este espacio.
Y para inaugurar este año ─llamando de alguna forma a esta primera entrada─, en esta oportunidad, voy a seguir ahondando en el tema del acostumbramiento ya que es un vicio muy peligroso que, si se lo deja actuar y avanzar, amenaza, o puede hacerlo en un alto grado, con romper estructuras mucho más importantes que las que puede estar apañando o pueden estar encuadrándose dentro de él.
Dentro del acostumbramiento "maldito" (no vamos a tener piedad con este hábito), mientras se lo padece, se lo vive, las cosas se dan naturalmente y todo fluye dentro de parámetros aceptables; ya que esa es una de las capacidades admirables que produce este síntoma colectivo donde nada se ve claramente sino hasta que se está lejos del momento donde todos estaban acostumbrados a algo o inclinados al uso y práctica frecuente de una cosa u acto.
Por eso es a la distancia cuando mejor se puede descifrar la mentira que encierra en sí mismo este motor que hace que nada se subleve ni se revele contra nada ni contra nadie porque ese aroma engañoso de "lo acostumbrado a vivir" viene a ser como una clara nota de incienso que, imperceptiblemente, va adormitando los ánimos y las reacciones en pos de no romper el esquema tan "tolerable" del mismo acostumbramiento.
Es claramente predecible que todo esto lo podemos saber cuando ya ha pasado mucha agua bajo el puente y tenemos la oportunidad de revivir, aunque en contextos muy diferentes, y sin buscarlo por supuesto, parte de ese acostumbramiento que se operaba en otro contexto de tiempo y espacio y chocamos entonces contra la cruda realidad que representa el hecho de que se haya esfumado ese acostumbramiento para dar lugar a la verdad en su máxima expresión, haciendo que todo lo que otrora se toleraba, se fingía, o simplemente se manipulaba, ahora de rienda suelta a su verdadero ímpetu y a su más cabal intención de acción y reacción.
Puede sonar algo complicado, quizás, a la mera lectura de la idea, pero quienes han experimentado tales venturoso y afortunados desacostumbramientos porque su vida los ha bendecido permitiéndoselo, y luego se ven sometidos por esas vueltas del destino nuevamente a un contexto donde sí se contemplaba ─que aunque contexto diferente, al volver a convocar a los mismos actores no deja de ser el mismo─ lo deben comprender al dedillo; porque si se vuelve a sentir exactamente lo mismo de hace más de una o dos décadas atrás ─aunque sea por otro canal─ y ahora con la despiadada falta de tino que representa el paso de una o dos décadas en las que como puede apreciarse nada ha cambiado salvo la libertad de poder ahora sí, ya sin ese acostumbramiento, hacer lo que se venga en ganas y no apenas lo que se podía, te das cuenta que es ahora también cuando las cosas toman su verdadera significación y hablan por sí solas, aunque en ese viejo tiempo del acostumbramiento in situ también lo supieras y te dieras cuenta de ello.
¿Y cuál es la resultante de toda esta farsa; la resultante, a nivel emocional y vivencial?, a eso me refiero, claro; y no para quienes muestran su peor rostro ─que no deja de ser loable ya que es el auténtico y de esta manera se están salvando de cualquier tipo de acusación de falsedad o actuación premeditada─ sino para quienes vuelven a caer en la cuenta del vicio que significaba estar acostumbrados a eso que ahora ya no importa y por tal motivo se vulnera y se degrada.
¿Que cuál es entonces? Realmente, si bien son muchos los elementos que integran el abanico que resulta de volver a revivir algo así, todo puede resumirse, sin ninguna duda, al único estado, tan mentado y absoluto en diferentes momentos de la vida de todos los seres humanos, y por lo que podemos saber también de seres animales ─aunque no sea el tema que me compete en este momento─ que es el dolor. Porque todos los momentos y sensaciones que puedan atravesarse siempre van a llevar a este triste capítulo que abarca tanto las frustraciones, los enojos, los desencantos, las desesperanzas y todo aquello que pueda sentirse ante cimbronazos de este tipo producidos por hechos como el que les comparto.
Y sí, como estarán imaginando, volví a chocarme con esta pared yo también en algún momento cercano a éste de la escritura y a experimentar esta cruda realidad. Por eso comparto y desentraño este accidente, para tratar de razonarlo y entenderlo mejor yo y, quizás, ayudar a alguien que pueda estar atravesando por algo similar y, ¡justa casualidad!, ande por aquí leyendo.
Y la idea final no debe ser que ese dolor es inevitable. Es esperable, en todo caso, y nada más. De allí en adelante habrá que superar lo que deba ser superado y aceptar aquello que se muestra tal cual es, y seguir, y mirar para otro lado si es necesario, porque lo que se ha torcido desde un comienzo ─si nos ponemos a pensarlo fríamente─ era esperable que siguiera torcido con el pasar de los años.
Buena vida para todos, para ellos, y para nosotros; y sigamos caminando que esto no puede significar otra cosa más que una pequeña piedrita que hay que saltar o, en todo caso, patear para seguir caminando.