martes, 2 de julio de 2013

La magia de estar ahí.

Estar frente al mar y poder apreciar la inmensidad y la auténtica majestuosidad de su belleza es una de las cosas que más suelen disfrutar quienes tienen la suerte de poder visitarlo cada tanto, y ni hablemos de los que viven a metros de él.
Es una grandeza absoluta el hecho contemplar el espectáculo -no encuentro otra palabra para definirlo- que ofrece este escenario natural a quienes pueden darse el gusto de estar en ese lugar de privilegio que tiene que ver con situarse "ahí", justo ahí, percibiendo el sonido, el brillo y el aroma que parten de ese enorme y cuantioso cuenco de agua salada que atrae a quien alguna vez en su vida tiene la gracia de poder conocerlo personalmente; no dejando ya nunca más de fascinar a su espectador.
Yo adoro el mar. Lo amo y estar frente a él significa para mi uno de los placeres más grandes que pueda sentir en todo mi ser, comparable al de escuchar y vibrar al compás de una buena melodía, sea cual fuere su estilo musical, que seduce  mi espíritu ante tan agradable experiencia.
Yo fui testigo de la imagen compartida en esta oportunidad. Yo estuve ahí, frente a ese reflejo plateado y salado que hipnotizó mi atracción al toparme con él apreciando esa fotografía única y mágica, aún desde minutos antes de capturarla con mi cámara de fotos.
Y soy una persona afortunada, lo sé, ya que varias veces a año puedo encontrarme frente a esa imagen, frente a ese mar, y cada día estoy aprendiendo a valorar este tipo de cosas que no se pueden medir ni comparar con nada de lo material que en algunas oportunidades viene a copar nuestras vidas impidiéndonos valorar estas pequeñas-grandes cosas que tenemos ahí, muchas veces, al alcance de nuestra mano.

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