jueves, 3 de marzo de 2016

Toda una mujer.

Leer a Clarice Lispector es tan atractivo, desde el primer momento en que se aborda su obra, porque en esa simplicidad de retratos que van apareciendo a medida que se la lee uno, en mi caso, sin ser necesariamente del género femenino, puede llegar a tener cabal comprensión de los estados comunes y ordinarios ─para nada extraordinarios─ que atraviesan las protagonistas de sus historias.
Y ya sea que se lea un cuento, una novela, o cualquier otro formato de presentación de las palabras que transmita emociones, y haga pasar al lector por diferentes estados de ánimo, con Lispector todo redunda en una conjunción de estilos ya que aunque se esté navegando por las aguas de un cuento siempre nos rozará y empapará lo poético de la narración, su poesía, su forma ensayística pura, y toda esa cotidianidad que bien podría salir de un artículo periodístico, por ejemplo.
Y su universo, estelar de mujeres comunes, reales e intemporales, siempre abatido y agobiante, además de chato y básico, no deja de resultar increíblemente auténtico en todo aquello que comienza a transmitir desde el primer renglón de cada texto.
Es claro también que ella, Clarice, es un fiel reflejo de la vanguardia de su época (Tchetchelnik, Ucrania, 1929─Río de Janeiro, Brasil, 1977) pudiéndose compararla con grandes escritores y escritoras que la precedieron o compartieron una misma época de creación literaria ya quede hecho es considerada una de las grandes, sin dudas, y ha dejado un legado inimitable de creatividad, sensualidad, identificación y genio en sus letras.
Es de esas escritoras que hay que leer en primer lugar por ser de esas mujeres que se atrevieron, desde su pluma, a cambiar el relato de lo que se quería contar y la forma de plasmarlo en el papel, y luego por el valor que representa su lectura y la modificación que se opera en quien se sumerge en su inspiradora obra.
Clarice Lispector, mucho más que un nombre. Toda una mujer.

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