viernes, 9 de noviembre de 2012

Las madres. Todas. Bueno, o casi todas.

Esta Sra. no es mi mamá, aclaro,
pero representa muy bien gráficamente el tema que abordo
en esta entrada de blog.
Hay de todo en la viña, es cierto. ¿Y porque iban a ser las madres una excepción en esta afirmación que tanta verdad encierra?
Las madres, todo un tema que remite siempre a lo relacionado con la dulzura y la bonomía de aquella madre que con los primeros rayos de sol de la mañana comenzaba a labrar con sus propias manos la tierra y la vida, como lo expresa Peteco Carabajal en su canción Las manos de mi madre; justamente.
El tema es que no siempre es así, y generalmente las madres, que antes de serlo han sido personas individuales, guardan toda su vida esa individualidad que en definitiva las hace personas únicas e irrepetibles con todas las características que poseen las personas; ya sean hijos, tíos, abuelos o... ciudadanos. ¿Me explico?
En ese punto de la personalidad individual de ellas, las madres (que encierro dentro de este campo para hacer claro mi pensamiento acerca de la mía en primer lugar y, aventurándome un poco, de las demás a grandes rasgos después), es que no todo les es aceptable, perdonable (aquí se puede discutir según la relevancia de lo ocurrido) o tolerable ya que a veces se comportan ellas también mal o egoístamente aún con sus hijos aduciendo luego variadas justificaciones si se las pone en evidencia o se las increpa no dejando pasar por alto lo que han dicho o hecho.
Es así, son madres, sí, está bien; pero son personas al igual que vos, y que yo y creí que era momento de dejar constancia de esto en mi blog y, a mi humilde manera y con mis entradas, hacer justicia. Así lo sentí.

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