viernes, 12 de febrero de 2016

No siempre causa gracia.


Si hay algo que me enerva y me ofende más que la grosería y la ordinariez es indudablemente la gente grosera y ordinaria.
Y hago referencia a la ordinariez de forma de ser, que nada tiene que ver con ser de cuna de barro o de cuna de oro; aquella que hace que quienes la lleven como estandarte de su vida se caguen, literalmente, en los demás a la hora de considerar que ciertas incomodidades que sus actos podrían originar en tercera personas podrían evitarse fácilmente con la intención y la ubicación de respetar a quienes están a su alrededor. Solo eso.
Pero no, la persona grosera y ordinaria nunca va a reparar en evitarle a quien esté cerca suyo cosas básicas y desagradables (más de una que muchos podrán imaginar fácilmente) porque, o no se da cuenta de que no todos los que la rodean pueden tolerar presenciar y sentir algunas cosas, o porque cree que es más que el resto y entonces ese resto debe bancar sin chistar asquerosidades, incomodidades o cualquier tipo de momento desagradable como si nada (fuera de lugar) estuviese pasando.
Que siempre hubo y va a haber gente ordinaria, que aflore aún más en su ordinariez en determinados contextos y con determinadas personas, no es algo extraño; pero que ésta nunca haga nada, ni algo mínimo, para innovar, modificando sus desagradables costumbres aunque más no sea para sorprender gratamente con un avance que motive para aguantar lo que "todavía faltaría corregir" a quienes deben tolerarla, es algo que realmente indigna y motiva todo tipo de expresiones; soslayadas la mayoría de las veces porque suele dar vergüenza hablar de ciertos temas, o a los gritos, otras, cuando ya se hace insoportable continuar aceptando y presenciando tales porquerías.
Creo que para combatir (o comenzar a hacerlo) la grosería y la ordinariez lo primero y más efectivo es no serlo cada uno, ni con los demás ni con uno mismo en su intimidad para entonces, aunque resulte muy difícil hacerlo en algunos casos y momentos específicos, si nos llega a tocar reclamar una cuota de buena educación y decoro sepamos (y hagamos saber) que estamos exigiendo en los demás eso que nosotros tenemos, y que por lo tanto también poseemos la autoridad para plantarnos en nuestro reclamo sin que nadie nos pueda poner en tela de juicio con nuestra vida o en su defecto intentar hacernos callar.
En fin, una pequeña gran victoria que va a resaltar ante tanta inmundicia, seguramente.

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