sábado, 20 de febrero de 2016

Nunca, de nada.

Cuando alguien tiene una forma de ser combativa, desagradable y muy fea todo lo que pueda prevalecer por sobre esa forma de ser, que sea bueno y agradable, siempre se verá opacado y tapado definitivamente por la maldad que emerge de las entrañas mismas de esa personalidad.
Y cuando poco se puede hacer, para evitar tratar con esas formas de ser en la vida propia, lo que queda es esperar a que el tiempo, en su carácter de ayuda milagrosa (a veces hay que creer en esa ayuda que con el tiempo puede llegarnos desde el lugar menos pensado quizás y que, literalmente, nos cambie la vida), haga lo suyo y algún día nos sorprenda dejándonos actuar y hacer algo por nuestra parte más que tolerar y tener que permitir, en forma obligatoriamente impuesta, como condición sine qua non, el agravio gratuito e inmerecido.
Y está claro que siempre hay que hacer algo ante el destrato y la falta de respeto, y visto desde un contexto diferente a aquel donde se da el maltrato podría ser común exigir una modificación instantánea ante tanto oprobio recibido; pero siempre, aunque no se vea ni parezca, va a estar habiendo una modificación y un cambio que en gran medida apunte a, primero desde la esperanza y luego (debería ser así) desde la acción, modificar en algún momento, radicalmente, esas situaciones que no son otra cosa que vivencias dolorosas y oscuras.
Es muy desafortunado tener que atravesar los campos de la ofensa permanente y del yugo psicológico más brutal impuestos por una parte que, lejos de ser la más fuerte, en su debilidad arrasa con todo lo que tenga frente a ella para sentir ¡vaya a saber qué cosas que la hagan sentirse vaya a saber cómo!, y por eso debería ser ideal, para la salud física, psicológica y espiritual y emocional de cualquier persona, no tener que experimentar jamás nada de eso. Pero ya se sabe que no todos corren con la misma suerte y entonces es ahí donde a la suerte hay que buscarla, y buscarla, y rebuscarla hasta encontrarla, porque nadie puede vivir tanto tiempo con una suerte ficticia, una suerte económica, social, y/o de fachadas, que no hace otra cosa que tapar el verdadero infortunio de no gozar plenamente de nada, nunca.

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