lunes, 25 de marzo de 2013

Como piezas de ajedrez. A veces no es negocio.

Generalmente sólo basta con mover una pieza, al igual que se hace con las de un juego de ajedrez, para descubrir la mezquindad y la miseria humana.
Muchas veces se logra mover esa pieza sin pretenderlo o darnos cuenta y es ahí donde nos toma por sorpresa encontrarnos con tales descubrimientos; inesperados en la mayoría de los casos de esta naturaleza.
Otras, pergeniando la movida, se llega a la conclusión buscada y es en este caso una miseria que se ve, si se me permite, desde ambas partes. Desde la descubierta, por el anclaje en la sospecha (generadora de la búsqueda) y la posterior revelación o corroboración. Y en el caso de quien buscó, basado quizás en indicios que lo predispusieron para tal fin, por haberse embarcado en tal empresa de andar hurgando para dar con tales respuestas.
Por eso, todos seguramente tenemos piezas que protegen nuestra vulnerabilidad y partes menos luminosas (irrelevantes si se quiere y que no merecen ser sacadas a la luz pudiendo quedar para la intimidad de c/u) y no se si es pertinente que alguien trate de dejarnos desnudos, al descubierto, en cuanto a la existencia de las mismas.
En definitiva, ninguna batalla, ni en el ajedrez inclusive, se gana auténticamente con trampas, ya que aunque queden impunes y pasen a formar parte de las nuevas pobrezas a esconder detrás de las piezas de este ajedrez humano, hay que tener en cuenta que buscar falencias y desvirtudes para generar otras nuevas no es negocio.

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