domingo, 3 de marzo de 2013

La pobreza. La locura. La tristeza.

¡Qué tristeza la locura! Y más aquella que va acompañada -sino que es originada- por la indigencia.
Veo generalmente que, quienes se encuentran en situación desfavorable frente a la vida en ese lugar extremo de la mendicidad y la absoluta pobreza, son también portadores de esa desorientación evidente que, a grandes rasgos, determina síntomas de la locura.
Hablan solos, se ríen, están sucios y desalineados, van como desenfocados de sí mismos, y todo ese tipo de cosas que caracteriza a la gente mentalmente insana.
Y me provoca tristeza ver todo esto ya que la demencia, en este caso específico al que aludo, es generalmente la resultante del estado paupérrimo de la calidad de vida de estas personas que, libradas a la buena (a la mala) de sus días, terminan convirtiéndose en indigentes materiales en primer lugar y, porque no decirlo también, mentales; en forma paralela y casi inseparable, en todos los casos de este tipo.
Es triste, muy triste para mi, encontrarme y chocar de frente con esta realidad que puede contemplarse en la calle, en la vereda, en el subte, en el tren, en el colectivo, y en cualquier lugar y contexto; y que como he dicho en una entrada de hace varios días atrás, hablando de la pobreza exclusivamenteaunque no se los vea todo el tiempo, como antes, siguen estando ahí, anexando ahora a este mal, otro también implacable y devastador, como es el de la locura.

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