domingo, 16 de junio de 2013

El ser humano se la ha robado.

No podemos ver belleza en una imagen de este tipo, ya sea que la contemplemos en vivo o a través de una fotografía como en este caso.
No podemos descubrir ni un ápice de esa majestuosidad que otrora hubiese caracterizado a un ejemplar como éste de haberse encontrado en su hábitat.
No podemos ver su alegría, expresada en un par de frondosas y enormes alas desplegadas por los cielos de altas cumbres y tiñendo el paisaje de magia y belleza.
No podemos sentir el latir de su cuerpo, su verdadero latir por el hecho de estar vivo o viva, ese que irradiaría de sólo verlo o verla posado/a sobre un alto brazo de algún milenario -por lo grande y alto- árbol que cobijara su descanso.
No podemos. Nada de esto podemos ver ni hacer con respecto a este águila cautivo.
¿Por qué? Justamente por su condición de cautiverio y porque su vida se ha cercenado reduciéndose sus días al encierro perpetuo y a la tristeza y el oprobio definitivos, dentro de la cárcel que representa su exhibición en una jaula de algún jardín zoológico, y porque ha perdido lo más preciado que podemos tener todos los seres vivos: la libertad. Y hay un solo responsable en todo esto: el ser humano. Él ha sido quien se la ha robado.

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