Antes de volcarme de lleno a vivir una vida vegana y antiespecista, desde todos sus ángulos y desde donde se la mire, ya en pequeñas acciones y elecciones demostraba una intención de no sumarme a la masa que cultural y folclóricamente adopta posturas que nuestros progenitores y nuestros antepasados han ido llevando adelante desde tiempos inmemoriales.
Por tal es que yo, por ejemplo, siempre tuve un poco menos que repulsión al huevo de gallina, de codorniz y de cualquier ave "ponedora" no pudiendo comer jamás en la vida fideos amasados al huevo (me producía literalmente ganas de vomitar darme cuenta que la pasta era de ese estilo) y consumiendo siempre y hasta el día de hoy fideos de pasta seca de sémola o integrales, pero nunca al huevo.
Tampoco me era atractivo vestirme con ropa de cuero, ni siquiera en mi adolescencia cuando era un "boom" total hacerlo y era la "onda" absoluta tener alguna campera, bolso, o accesorio de este material de un ser vivo (ya muerto en ese caso).
Muy esporádicamente miraba películas en donde los animales recibieran algún maltrato (a pesar de saber que en la mayoría de los casos lo que se ve en las escenas es ficticio con respecto a lo que se hace con ellos en la realidad del set de filmación) y era de mi agrado, cuando jugaba, jugar a que era un animal. Por ejemplo: jugando en el patio de mi casa con un amigo del barrio, creo que con mi hermana, y no sé bien si con algún otro chico más también, recreábamos la serie Daktari y yo siempre era Clarens, el león bizco de la tira.
Algo que sí amaba, muy contrariamente a todos los signos antiespecistas que daba de pequeño, era ir al zoo. En verdad lo amaba, pero me quedaba horas frente a las diferentes jaulas de los animales allí encerrados tratando de que me vieran, de que me miraran a los ojos; y la verdad que cuando lo lograba, especialmente con el viejito orangután del Zoo Porteño, me costaba horrores irme, continuar el recorrido, porque, amén de que me gustara estar haciendo ese paseo, en ese preciso instante del intercambio de miradas me sentía triste y con enormes ganas de abrazarlo ya que nuestro contacto visual, cuando se daba, se prolongaba mucho tiempo a través del grueso vidrio que separa a estos seres cautivos de la gente que va a observarlos.
Por lo tanto siempre tuve una marcada afinidad a amar y a sufrir, desde el lugar que yo ocupaba, la tristeza que los animales pudieran sentir, ya que tomo esto último del orangután anciano como un mimetismo que yo buscaba alcanzar al querer cruzar miradas con él; una mirada, la suya, tan triste (quizás en ese momento no lo notaba en su total magnitud) como la que solo ofrecen los seres presos, sufrientes y egoístamente privados de su libertad y plenitud por el ser humano egoísta.
Y si de pequeños nos van fomentando la aceptación y "normalización" de todas estas costumbres no es menor que yo me haya "salido" de ese molde especista, y estos indicios que comento junto a otros muchos que no agrego para no hacer tediosa la lista y la lectura son motivo personal de mi orgullo y de mi felicidad por abrazar esta filosofía de vida que no hace otra cosa que hacerme un hombre de bien y liberarme de esas cadenas que me ponían (sin saber) los mayores, en concordancia a la costumbre de aceptar y transmitir esas mismas cadenas que ellos también traían generacionalmente puestas, y haciendo mi liberación "el motivo" más contundente de este deseo e intento propio de que todos los seres vivos que sufrimos (pero que también gozamos) podamos liberarnos y ser felices. Libres y Felices.
Por eso
EL VEGANISMO Y LA LUCHA CONTRA EL ESPECISMO SON MOTORES PARA MI VIDA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario