Hay etapas de la vida en las que uno no atraviesa más que campo llano sin ninguna presentación de terreno ondulado y en las cuales los días se vuelven tan cotidianos y repetibles que en cierto punto llegan a no darnos la chance de poder asumir que así se van sucediendo.
Pero suele ocurrir también, en este devenir de días que no es otra cosa que la vida misma, que en algunas oportunidades se modifica drásticamente a partir de un hecho concreto que hace que el resto de los días que sigan a ese hito en el camino ya no pueda volver a ser incluido dentro de la cotidianidad en la cual se contenían hasta ese momento.
Y estas modificaciones, ¡benditas sean!, no son otra cosa que esos cimbronazos que se andaban necesitando para reaccionar ante tanta quietud y cotidianidad, ya que pongámoslo así: si sucederían en la vida de alguien que no atraviesa por esa somnolencia de vivir en una rueda que muchas veces no lo lleva hacia ninguna parte solo sucederían y seguirían su paso sin dejar ninguna otra percepción sobre ellos más que una cosa más que se ha vivido. Pero al darse en vidas que sí se encontraban hasta ese momento embuidas en el costumbrismo diario de esa cotidianidad abrumadora es que provocan estos grandes desórdenes que no llevan a otro lugar que al replanteo, a la acción y al cambio.
Porque los cambios son los únicos que pueden llegar a modificar una existencia que se ha acostumbrado a existir sin más pretexto que ese, y porque los cambios necesariamente requieren de la acción que los pondrá en movimiento con mayor o menor urgencia es que el movimiento será la mejor y más contundente modificación que se opere a partir del replanteo inicial.
Es así que esos sobresaltos, entendidos como momentos y circunstancias fuera de lo común, son primeros pasos esenciales para enfrentarse a la cuestión trascendental de dar un giro en el camino y poder trascender ese costumbrismo al que se ha llegado. Dicho de otra manera son los primeros pasos para dar ese giro necesario en el camino de la vida y cambiar la dirección y, quizás también, la velocidad de cada camino en particular.
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