Muchas veces he supuesto que todo en la vida es por algo, y que en su defecto todo se da porque así lo predisponemos nosotros mismos para que suceda.
Pensar, todos pensamos en mayor o menor medida en las cosas que nos van sucediendo y creo que es pertinente darse cuenta que todo se desencadena, se da, por movimientos anteriores que nada tienen que ver con una originación espontánea sino que por el contrario, en su universo de causalidad, se originan porque hemos ido siendo artífices absolutos de su creación.
Pensar, todos pensamos en mayor o menor medida en las cosas que nos van sucediendo y creo que es pertinente darse cuenta que todo se desencadena, se da, por movimientos anteriores que nada tienen que ver con una originación espontánea sino que por el contrario, en su universo de causalidad, se originan porque hemos ido siendo artífices absolutos de su creación.
Somos creadores de nuestra existencia desde el mismo instante en que aparecemos en este mundo, desde ese momento previo en el que por mera desición, nuestra también y no de nuestra madre, decidimos cuando salir del vientre materno para comenzar a andar de este otro lado del mundo, menos cálido, abrigado y acogedor que el que abandonamos en ese preciso y traumático segundo en el que cruzamos las compuertas de ese límite que nos arroja a la vida misma, esa que será de ahí en más la que tengamos cada uno.
Yo considero que eso de que las cosas nos van sucediendo por el destino o porque en el camino de la vida en donde ya todo está escrito es imposible correrse del argumento que traemos al comenzar a transitarlo es una falacia puesto que si queremos elegir tal o cual cosa, solo será menester de cada uno hacerlo.
Por ahí sí puede aceptarse la idea de que ese menester al que aludo será más o menos conciente, así como más o menos trabajoso, de hacer; pero en definitiva siempre vamos a terminar siendo nosotros los que nos dirigiremos hacia tal o cual puerto para zarpar o anclar.
Nada tendrá que ver en nuestra vida y en las decisiones realmente definitorias que se plasmen en ella el vecino, el hermano, el marido, el amante o el hijo. Uno ha sido, es y será el dueño de la propia existencia, quiera o no aceptarlo.
Por ahí sí puede aceptarse la idea de que ese menester al que aludo será más o menos conciente, así como más o menos trabajoso, de hacer; pero en definitiva siempre vamos a terminar siendo nosotros los que nos dirigiremos hacia tal o cual puerto para zarpar o anclar.
Nada tendrá que ver en nuestra vida y en las decisiones realmente definitorias que se plasmen en ella el vecino, el hermano, el marido, el amante o el hijo. Uno ha sido, es y será el dueño de la propia existencia, quiera o no aceptarlo.
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