La mala onda en el otro, cuando aparece, es un ciclón que golpea y desata toda su furia como una de esas tormentas que se dan en la mar y que si no se las aborda correctamente derriban (hunden) cualquier embarcación.
Aparece a veces de a poco, en forma paulatina, pero dejando entrever desde antes que algo fuerte y bravo se está gestando y, entonces y salvado cada caso en particular, permite que uno suelte amarras y pueda estar un poco prevenido; al menos cuando se desate en todo su potencial.
Otras veces se desencadena instantáneamente y uno solo debe intentar sortearla y tratar de manejarla, hasta que desaparezca.
Siempre va a dejar su secuela en quien la enfrente y es esta secuela la que no puede adoptar otra forma más que la misma que la hizo desencadenar; es decir, una nueva mala onda. Otra. Ahora la propia. La de uno.
Por eso si aparece, al igual que en la analogía que venimos haciendo con la tormenta en alta mar, uno saldrá mojado, empapado y con restos de ella de cualquier manera; inevitablemente. Es decir, vamos a encontrarnos luchando, además de con la ajena, con la nuestra, esa mala onda que va a decantar del desgaste de enfrentar a la primera y no poder salir "seco" de tal "tormentoso mar".
Y teniendo en cuenta que esta entrada de blog refleja el hecho de enfrentarse a una mala onda ajena y no a la propia, cuando esa mala onda de otros aparece ante la inexistente actividad negativa propia, es que se refleja aquí que muy poco se puede hacer más que sortearla si la tenemos encima y nos hemos dado cuenta tarde de que se estaba armando ante nosotros.
Siempre abandonar el barco en plena tormenta, una vez que la misma ya se ha desatado en toda su magnitud, es literalmente imposible, y lo que resta es tratar de pasar ese mal tiempo como sea porque siempre después de toda tormenta saldrá el sol y todo volverá de a poco al estado de tranquilidad y paz que solo un mar en calma puede brindarnos.
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