miércoles, 1 de junio de 2016

Dejarlas partir...

¿Y si uno tuviera que ir acostumbrándose a estar solo porque es indefectible que en algún momento esa soledad tan temida llegue a nosotros?
¿Y si mientras se está disfrutando de la más absoluta y bella compañía, traducida en felicidad, sería necesario estar teniendo en cuenta que todo llega, indefectiblemente, a su fin porque todo tiene un fin?
¿Y si a eso que sabemos, o al menos ─aunque ignoremos─ tenemos en cuenta que se desencadenará, acerca de que en algún momento estaremos solos otra vez lo tenemos presente para no perderlo de vista?
¿Y si esa tristeza que se apoderará desde el momento en que inevitablemente abracemos la soledad podría ser manejada y digerida desde ahora para no tomarla como un arribo imprevisto e improvisado que acontezca en nosotros?
No sé… La verdad, no sé porque vienen a mí tales cuestionamientos…
¿Será porque al ser tan felices, y corroborar que no necesitamos más de esto que tenemos, sentimos ─involuntariamente─ que la vida nos pasará una factura; como si ser felices no pudiera ser un estado que no necesariamente llegue como consecuencia de otro previo, el de tristeza, o que anteceda al mismo?
No sé…
Uno ha tenido tan metida en la cabeza esa idea de que la felicidad no es algo que se permita disfrutarse plenamente porque hay quienes no pueden acceder a ella, o porque podríamos estar aferrándonos a ella para evadirnos de otras “infelicidades” que se plasman en nuestra existencia, o que ─sinceramente─ no se halla la forma de ser felcies cuando se es tan despreocupado de todo salvo de eso, de ser feliz…
En fin… Nada tiene respuesta, o todo la tiene, no sé…
Algo que sí sé es que dejo pasar este avatar de preguntas, las dejo partir, para que tengan en mi vida el lugar que merecen y para que, como llegan, se vayan y sigan el curso de su camino que, por cierto, nada tiene que ver con el mío.

No hay comentarios: