viernes, 24 de mayo de 2013

¡Otra vuelta!

Es el carrousel o, más popularmente llamada por este parte del mundo, la calesita una de las atracciones que de haber tenido cercanas a nuestro domicilio o al menos de haber existido en nuestra ciudad, ha sido de los mejores puntos de entretenimiento que podamos haber disfrutado en nuestra infancia.
Yo considero que la calesita, como la llamaré de ahora en adelante en lugar de decirle carrousel ya que el primero es el que la define y la nombra mejor para quienes andamos por estos lares del mundo como decía, nos transportaba a un mágico momento que era único en nuestra inocencia y candidez y que en cada vuelta que podíamos dar en ella tratando de ser los victoriosos poseedores de la sortija nos encontrábamos con el hecho de que en ese mundo de música, luces coloridas, caballitos que subían y bajaban, y demás maravillas que nos aguardaban tras la compra de cada boleto podíamos volar y transportarnos a un mundo de sueños, felicidad y bienestar asegurado.
Por eso el "¡Otra vuelta!" siempre estuvo a la orden del día en cada visita a este lugar.
Otra vuelta que no era sino la intención de seguir trasladándonos hasta ese lugar imaginario sin representación real pero sí emocional que acabábamos de abandonar al detenerse el giro continuo de la calesita.
Otra vuelta a retomar quizás ese lugar que nos habíamos visto obligados a abandonar cuando paró el motor de nuestra diversión circular pero al que queríamos regresar en el próximo viaje que se iniciaba en pocos minutos.
Otra vuelta que nos estaba condicionando a aceptar el acuerdo de que esa próxima sería efectivamente la final, aunque pretendiéramos de todos modos, al terminar ésta que se nos permitía, intentar conseguir una más, otra vez.
Otra vuelta, sólo otra vuelta más. Eso era todo lo que pedíamos. Eso era todo lo que por el momento esperábamos. Y parecía que todo lo importante del mundo y que todas las miradas del universo entero estuvieran en ese momento, en el cual se decidía por parte de algún mayor que estaba con nosotros si accedíamos o no a ella, puestas ahí en ese lugar e instante fatídico signado por la tensión de obtener el sí tan esperado.
Y así es que visitando la calesita de nuestro barrio, nuestra ciudad, o del lugar en el que nos encontráramos éramos felices y todo allí, en ese mundo de encanto, cobraba una dimensión y un significado especial.
Por eso, otra vuelta era necesaria. Era casi imprescindible.

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