martes, 23 de abril de 2013

Pequeños milagros de cada día.

Casi diariamente, o según la intensidad que yo le dé, puedo ver estos comienzos de atardeceres que se dan en el parque, cuando voy al caer del día con mi perro para que éste pasee, juegue, corra y haga sociales con otros perros.
Soy afortunado, ya lo creo, porque ver estas imágenes en vivo y en directo y apreciarlas y valorarlas es algo que seguramente no todos puedan hacer.
Yo, por ejemplo, disfruto y mucho de este tipo de cosas. Las vivo y las siento en total libertad y con el real sentido que tienen, justamente el de la libertad, además del de la belleza.
Porque ¿qué pasa si por estar acostumbrados a algo por tenerlo ahí en nuestras narices no le prestamos la debida atención? Nada, realmente nada; pero, entre admirarlo y gustarlo o no reparar en él, elijo lo primero ya que no soy como ese tipo de gente que sólo valora (añora) las cosas cuando no las puede tener a su alcance cuando lo desea.
Por tal motivo creo más que oportuno compartir mi dicha, por ser espectador de este paisaje, y transmitirles a todos ustedes la necesidad, es más, la imperiosa necesidad, de volver a caer en la cuenta de estos pequeños milagros que nos regala la vida cada día.

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