lunes, 15 de febrero de 2016

Ahora, el calor.

Los días que hace calor en la ciudad son muy diferentes a los días de frío. Y hablo de los días de las temporadas, o estaciones, ya sean de calor o de frío, los que digo que son diferentes unos de otros a todo nivel.
La gente, los cuerpos, van distinto por la calle ya que las altas temperaturas, o en su defecto las bajas, predisponen muy diferente a los transeúntes, en este caso.
Todo esto no es un gran descubrimiento, ni mucho menos, ya que es sabido que hasta el ánimo de las personas se modifica acorde a como se presentan las temperaturas durante el día, y la noche también, claro.
Bienvenido sea el calor, entonces; eso sí, hasta que uno se cansa un poco y comienza a adolecer de ese frío de otra estación del año que luego, irremediablemente cuando se lo esté viviendo y padeciendo, también cansará un poco y motivará a esperar nuevamente que llegue el calor.
Porque es así, todo suele ser cíclico en la vida, y ni que hablar de las estaciones del año que, con mayor o menor intensidad, se repiten anualmente, in aeternum.
Y porque también es así (somos así) que los seres humanos somos inconformistas con lo que tenemos y vivimos 
gruñendo por todo lo que se experimenta en el momento actual y adoleciendo en más de una oportunidad por lo que no se tiene o en teoría está por llegar.
Pero está bueno también ser diferente y no andar siempre renegando, padeciendo, o esperando. Por eso hoy disfruto el calor, casi extremo, que asola la ciudad de Buenos Aires. Y por eso escribo esta entrada de blog mientras hago caminar un poco a mi perro y además de transmitir la idea de todo lo que el calor en la ciudad provoca lo siento, lo padezco, lo vivo, y lo disfruto.

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