Los días en la playa suelen ser de los más lindos y placenteros que, quienes tengamos la dicha de vivir regularmente o al menos una vez al año, tenemos en nuestro haber de momentos increíbles y disfrutados a pleno.
Y pase lo que pase, dentro de los días que nos encontremos en el mar, siempre todo recuerdo posterior a ese tiempo de relax va a ser indudablemente una evocación agradable que invitará a ser repetida.
Yo agradezco a la vida, a mi pareja, y a todo lo que hace posible que nosotros tres: él, mi perro y yo podamos gozar regularmente durante el año de esos momentos que solo pueden hacerle bien al cuerpo y al alma estando frente al océano y a todo lo que de éste se desprende y significa para quien, como yo por ejemplo, vive cada visita que se le hace como un motor para continuar el resto del tiempo del año que me encuentre alejado de él.
Esta entrada de blog, que seguramente será publicada en el mes de febrero cuando hayamos regresado de las vacaciones de verano en la playa, ha sido (para quienes la estén leyendo en febrero o meses siguientes) escrita en la playa, con los pies metidos en la arena y escuchando y sintiendo la brisa del mar, un domingo de enero, el 10, en pleno tiempo de sol y playa. Y como al momento de publicarla habrán pasado un par de semanas de ese tiempo, a mí, relator del tiempo vivido, me servirá de gran recuerdo y a ustedes, lectores asiduos u ocasionales de mi blog, para sentir al igual que yo ahora (en enero, teniendo en cuenta que escribo en enero para publicar en febrero) que las palabras también transmiten imágenes y emociones, y que la playa y toda la felicidad que ella implica, quizás, se nos ha hecho presente en este momento, a pesar de estar donde sea que estemos, cada uno de nosotros ahora, en este momento.
Y pase lo que pase, dentro de los días que nos encontremos en el mar, siempre todo recuerdo posterior a ese tiempo de relax va a ser indudablemente una evocación agradable que invitará a ser repetida.
Yo agradezco a la vida, a mi pareja, y a todo lo que hace posible que nosotros tres: él, mi perro y yo podamos gozar regularmente durante el año de esos momentos que solo pueden hacerle bien al cuerpo y al alma estando frente al océano y a todo lo que de éste se desprende y significa para quien, como yo por ejemplo, vive cada visita que se le hace como un motor para continuar el resto del tiempo del año que me encuentre alejado de él.
Esta entrada de blog, que seguramente será publicada en el mes de febrero cuando hayamos regresado de las vacaciones de verano en la playa, ha sido (para quienes la estén leyendo en febrero o meses siguientes) escrita en la playa, con los pies metidos en la arena y escuchando y sintiendo la brisa del mar, un domingo de enero, el 10, en pleno tiempo de sol y playa. Y como al momento de publicarla habrán pasado un par de semanas de ese tiempo, a mí, relator del tiempo vivido, me servirá de gran recuerdo y a ustedes, lectores asiduos u ocasionales de mi blog, para sentir al igual que yo ahora (en enero, teniendo en cuenta que escribo en enero para publicar en febrero) que las palabras también transmiten imágenes y emociones, y que la playa y toda la felicidad que ella implica, quizás, se nos ha hecho presente en este momento, a pesar de estar donde sea que estemos, cada uno de nosotros ahora, en este momento.
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