La mañana del jueves feriado, a eso de las 8 A.M., bajo a mi perro para que haga sus deposiciones porque la noche anterior no habíamos salido después de comer y en determinado momento, en la esquina de Juncal y Agüero de la ciudad de Buenos Aires en Argentina, donde vivimos, un joven de 33 años (lo supe después cuando dio sus datos al oficial de policía) me hace señas desde el cordón de la vereda de esa esquina en la que se encontraba sentado.
Debo reconocer que primero pensé que me saludaba, producto de una borrachera de la noche anterior a este primer día de feriado de fin de semana largo, pero enseguida me di cuenta de que lo que estaba haciendo era llamarme, y lo que es más importante, pidiéndome auxilio.
Sin demoras crucé, ya que yo iba por la vereda de enfrente, y este joven, que se encontraba con claros síntomas de descompensación de su salud, me explicó ─cómo pudo─ que iba camino al hospital que se encuentra a unas cinco cuadras de esa esquina porque sentía que se le estaba paralizando todo el rostro (sus músculos) pero que no podía seguir caminando por lo mal que se sentía.
También había sufrido algún tipo de temblor ─convulsión─ por lo que tenía gran parte de su lengua del lado derecho lastimada, mordida.
Y así estaba, y continuaba de esta forma temblando ─en su mandíbula inferior─ y casi ni pudiendo hablar para pedir ayuda. Por tal motivo enseguida, y al no haber bajado con mi teléfono móvil, divisé a una vecina que estaba con su perro también y que afortunadamente sí llevaba encima su teléfono. Ella, muy amablemente, accedió a prestarme su equipo y pude entonces llamar al 911, que es el número al que hay que acudir en estos casos de emergencia en mi país.
Tomaron mi pedido de una ambulancia y, a los pocos segundos, apareció un patrullero de la policía, que es quien se encarga de corroborar que las llamadas solicitadas para tal dirección no sean una falsa alarma o una llamada a modo de broma, y le pidió que se identificara o le diera un documento, a lo cual, y teniendo en cuenta los terribles impedimentos para hablar que tenía el hombre por encontrarse tan mal, esta persona accedió entregándole su cédula de identidad.
El policía que muy amablemente se acercó a nosotros ─al muchacho que necesitaba la ayuda, a la vecina que me facilitó el teléfono y que luego se quedó ahí con su perro y con mi perro asistiendo al joven, y a mí; además de a un cuarto vecino que como todo señor de avanzada edad se quedó allí, primero para mirar la situación y luego para involucrarse también permaneciendo─ estuvo muy presto en todo momento solicitando y reiterando el pedido al 911 en más de una oportunidad, todo esto una vez que corroboró que mi llamada no había sido en vano y procedió a rectificar mi pedido.
A esta altura yo pensé que las cosas iban a ser más rápidas y fluidas, pero no fue así y tuvimos que esperar más de 45 minutos a que llegue la ambulancia para que una vez allí, el médico y el enfermero de rigor, comenzaran a hacerle un interrogatorio ─innecesario bajo todo punto de vista para las condiciones en las que se encontraba este hombre─ para por fin, finalmente, acceder a subirlo a la ambulancia y trasladarlo hacia el hospital. Fin de la historia.
Debo reconocer que primero pensé que me saludaba, producto de una borrachera de la noche anterior a este primer día de feriado de fin de semana largo, pero enseguida me di cuenta de que lo que estaba haciendo era llamarme, y lo que es más importante, pidiéndome auxilio.
Sin demoras crucé, ya que yo iba por la vereda de enfrente, y este joven, que se encontraba con claros síntomas de descompensación de su salud, me explicó ─cómo pudo─ que iba camino al hospital que se encuentra a unas cinco cuadras de esa esquina porque sentía que se le estaba paralizando todo el rostro (sus músculos) pero que no podía seguir caminando por lo mal que se sentía.
También había sufrido algún tipo de temblor ─convulsión─ por lo que tenía gran parte de su lengua del lado derecho lastimada, mordida.
Y así estaba, y continuaba de esta forma temblando ─en su mandíbula inferior─ y casi ni pudiendo hablar para pedir ayuda. Por tal motivo enseguida, y al no haber bajado con mi teléfono móvil, divisé a una vecina que estaba con su perro también y que afortunadamente sí llevaba encima su teléfono. Ella, muy amablemente, accedió a prestarme su equipo y pude entonces llamar al 911, que es el número al que hay que acudir en estos casos de emergencia en mi país.
Tomaron mi pedido de una ambulancia y, a los pocos segundos, apareció un patrullero de la policía, que es quien se encarga de corroborar que las llamadas solicitadas para tal dirección no sean una falsa alarma o una llamada a modo de broma, y le pidió que se identificara o le diera un documento, a lo cual, y teniendo en cuenta los terribles impedimentos para hablar que tenía el hombre por encontrarse tan mal, esta persona accedió entregándole su cédula de identidad.
El policía que muy amablemente se acercó a nosotros ─al muchacho que necesitaba la ayuda, a la vecina que me facilitó el teléfono y que luego se quedó ahí con su perro y con mi perro asistiendo al joven, y a mí; además de a un cuarto vecino que como todo señor de avanzada edad se quedó allí, primero para mirar la situación y luego para involucrarse también permaneciendo─ estuvo muy presto en todo momento solicitando y reiterando el pedido al 911 en más de una oportunidad, todo esto una vez que corroboró que mi llamada no había sido en vano y procedió a rectificar mi pedido.
A esta altura yo pensé que las cosas iban a ser más rápidas y fluidas, pero no fue así y tuvimos que esperar más de 45 minutos a que llegue la ambulancia para que una vez allí, el médico y el enfermero de rigor, comenzaran a hacerle un interrogatorio ─innecesario bajo todo punto de vista para las condiciones en las que se encontraba este hombre─ para por fin, finalmente, acceder a subirlo a la ambulancia y trasladarlo hacia el hospital. Fin de la historia.
Volví a casa con mi perro entonces, pero me quedé pensando en lo que había sucedido y en que todas las cosas se dan por algo ya que en determinado momento de nuestra primera salida de ese día había pensado en tomar otro camino pero finalmente hice el que suelo hacer por costumbre, y al no tener otra cosa que hacer en esa jornada matutina caminamos los dos muy despacio y tranquilamente apreciando la linda mañana que teníamos frente a nosotros, motivo por el cual pasamos exactamente en el momento justo para poder estar ahí y colaborar en lo que pudimos con este joven.
Me quedo con eso, sí, porque me gusta encontrarle el porqué a las cosas, y si ése porqué puede ser positivo, mejor todavía. Éste chico, llamado Fernando, finalmente puedo ser trasladado hacia el hospital al que de movida se trasladaba por motu propio y no puedo llegar.
Espero que todo haya ido bien y que la ayuda que brindamos haya servido para que él se recupere y se sienta mejor. Yo me quedo feliz a pesar de que lo narrado no invita a sentirse así porque ante mi prejuzgar pensando en una borrachera antes que nada, y pudiendo haber continuado mi camino sin prestar atención a esta persona, no me quedé con esa apreciación fea y desconsiderada que salió de mí ─de la cual me arrepiento─ y me acerqué a él y todo continuó como ya les he contado.
Continúo con mi vida, obviamente, pero he continuado pensando en él y deseando que se mejore y se encuentre bien. Se notaba claramente que poseía un problema neurológico anterior a esta descompensación que experimentaba en ese momento y además se lo veía tan desamparado y tan sólo que sólo eso puedo desearle de todo corazón y con mi más sincera intención, salud.
Me quedo con eso, sí, porque me gusta encontrarle el porqué a las cosas, y si ése porqué puede ser positivo, mejor todavía. Éste chico, llamado Fernando, finalmente puedo ser trasladado hacia el hospital al que de movida se trasladaba por motu propio y no puedo llegar.
Espero que todo haya ido bien y que la ayuda que brindamos haya servido para que él se recupere y se sienta mejor. Yo me quedo feliz a pesar de que lo narrado no invita a sentirse así porque ante mi prejuzgar pensando en una borrachera antes que nada, y pudiendo haber continuado mi camino sin prestar atención a esta persona, no me quedé con esa apreciación fea y desconsiderada que salió de mí ─de la cual me arrepiento─ y me acerqué a él y todo continuó como ya les he contado.
Continúo con mi vida, obviamente, pero he continuado pensando en él y deseando que se mejore y se encuentre bien. Se notaba claramente que poseía un problema neurológico anterior a esta descompensación que experimentaba en ese momento y además se lo veía tan desamparado y tan sólo que sólo eso puedo desearle de todo corazón y con mi más sincera intención, salud.
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