No se necesita de ningún poder especial, en determinados contextos, para lograr la facultad de poder ser invisible. De hecho, muchas veces y en forma paulatina ─aunque otras también de manera abrupta y concisa─ nos volvemos transparentes e inexistentes, como quien puede desaparecer a su gusto, pero en este caso no por gusto propio sino por el gusto y la decisión de los otros.
Ser invisible en algunos lugares no molesta, no provoca nada realmente, pero serlo en otros, en los que mínimamente se desearía ser visto ─tenido en cuenta─ provoca una sensación de hastío, impotencia y bronca.
Y sucede que, con el tiempo, uno se acostumbra a no existir para determinadas partes, y con el paso de los años y luego de tanto tiempo de no ser apreciado se entra en la etapa en la que no se desea bajo ningún punto de vista, y ahora sí por propia decisión, ser falsa o hipócritamente considerado.
Tengamos en cuenta que la gente, básicamente egoísta y desinteresada por todo lo que no sea su acotado clan, es propensa a caer en estos deslices sociales de ignorar ─pasar años haciéndolo─ evidencias fehacientes que tiene frente a sus narices, cagándose en ellas. Pero que todo esto, anteriormente narrado, se vea acrecentado, motivado, generado o promovido por un motor que, en aras del siglo XXI que transitamos es deplorable que aparezca, como es el de una identidad sexual "del invisible" que quizás no termine de cuadrar del todo en algunas mentes, hace que toda esta invisibilidad e imbecilidad se torne de un carácter tristísimo y patético.
Y sí, es así, mucha gente todavía, aunque lo desmienta o intente desatenderse del caso ─ella o quienes fútil y banalmente salen en su defensa con argumentos tan endebles como sus propios enunciados─ sigue movida por esa conciencia pacata, pedorra.
Y a mí no me lo contaron, para nada, y lejos de fabularlo o crear un relato para compartir en esta entrada de blog puedo decir que es algo que he vivido hace años, optando finalmente por acostumbrarme, y por tal motivo puedo narrarlo de manera minuciosa y detallada, si se quiere.
Y como decía, uno se acostumbra a todo, pero no por eso deja de sentirlo, cada tanto al menos, cuando se dan situaciones en las que bajo una normalidad de trato/relación las cosas se darían de una manera y, teniendo en cuenta todo lo hablado anteriormente, ante esta realidad las cosas no se dan de ninguna manera, por la sencilla razón de esa invisibilidad o trato inexistente; algo que en cierta forma viene a recrudecer todo lo que uno intenta olvidar, sobrellevar y encarar desde otra óptica, la óptica del prescindir de un trato que no nace de la plena convicción de la otra parte y asumirse invisible olvidándose de esto para no cargarlo como algo angustiante o indignante. Pero no, se ve que la fibra herida o menospreciada no deja de doler, o de molestar un poco finalmente, a pesar de los esfuerzos para ignorar tanto desprecio.
En fin... siempre hubo todo tipo de gente en este mundo y, en suerte ─o en ausencia de ésta─ a algunos, a veces, les toca tener que chocarse con ella, volviéndose invisibles indefectiblemente, por esas vueltas o rulos que tiene la vida.
Ser invisible en algunos lugares no molesta, no provoca nada realmente, pero serlo en otros, en los que mínimamente se desearía ser visto ─tenido en cuenta─ provoca una sensación de hastío, impotencia y bronca.
Y sucede que, con el tiempo, uno se acostumbra a no existir para determinadas partes, y con el paso de los años y luego de tanto tiempo de no ser apreciado se entra en la etapa en la que no se desea bajo ningún punto de vista, y ahora sí por propia decisión, ser falsa o hipócritamente considerado.
Tengamos en cuenta que la gente, básicamente egoísta y desinteresada por todo lo que no sea su acotado clan, es propensa a caer en estos deslices sociales de ignorar ─pasar años haciéndolo─ evidencias fehacientes que tiene frente a sus narices, cagándose en ellas. Pero que todo esto, anteriormente narrado, se vea acrecentado, motivado, generado o promovido por un motor que, en aras del siglo XXI que transitamos es deplorable que aparezca, como es el de una identidad sexual "del invisible" que quizás no termine de cuadrar del todo en algunas mentes, hace que toda esta invisibilidad e imbecilidad se torne de un carácter tristísimo y patético.
Y sí, es así, mucha gente todavía, aunque lo desmienta o intente desatenderse del caso ─ella o quienes fútil y banalmente salen en su defensa con argumentos tan endebles como sus propios enunciados─ sigue movida por esa conciencia pacata, pedorra.
Y a mí no me lo contaron, para nada, y lejos de fabularlo o crear un relato para compartir en esta entrada de blog puedo decir que es algo que he vivido hace años, optando finalmente por acostumbrarme, y por tal motivo puedo narrarlo de manera minuciosa y detallada, si se quiere.
Y como decía, uno se acostumbra a todo, pero no por eso deja de sentirlo, cada tanto al menos, cuando se dan situaciones en las que bajo una normalidad de trato/relación las cosas se darían de una manera y, teniendo en cuenta todo lo hablado anteriormente, ante esta realidad las cosas no se dan de ninguna manera, por la sencilla razón de esa invisibilidad o trato inexistente; algo que en cierta forma viene a recrudecer todo lo que uno intenta olvidar, sobrellevar y encarar desde otra óptica, la óptica del prescindir de un trato que no nace de la plena convicción de la otra parte y asumirse invisible olvidándose de esto para no cargarlo como algo angustiante o indignante. Pero no, se ve que la fibra herida o menospreciada no deja de doler, o de molestar un poco finalmente, a pesar de los esfuerzos para ignorar tanto desprecio.
En fin... siempre hubo todo tipo de gente en este mundo y, en suerte ─o en ausencia de ésta─ a algunos, a veces, les toca tener que chocarse con ella, volviéndose invisibles indefectiblemente, por esas vueltas o rulos que tiene la vida.
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